Cuando, en junio, como parte del Festival Fluvial de Salvaje Federal, Lila Gianelloni leyó completo su cuento "Una gallina" en el Túnel 4 del Centro Cultural Parque de España de Rosario, las epidermis de los oyentes hicieron honor al título. La voz hechizante de la narradora y actriz iba desplegando los elementos de un drama con final anunciado y temido: no hubo quien no deseara un buen destino para la bataraza ponedora, pero la maquinaria trágica se fue construyendo implacable con frases cortas, palabras precisas y un control admirable de la acción entre los pocos e imprescindibles personajes. "Una gallina" es el tercero de los catorce excelentes cuentos que integran Camino a casa, el libro que Lila Gianelloni acaba de publicar por Obloshka (Buenos Aires) y que el sábado próximo, 5 de noviembre, a las 19, presentará junto a Melina Torres y Paula Galansky en el Museo de la Ciudad "Wladimir Mikielievich" (Parque Independencia, Riobamba y Bv. Oroño), en una invitación a disfrutar del atardecer y de por supuesto esa voz narrando.

Dice Lila que no hay suspenso dramático sin esperanza (la regala a cada paso de "Una gallina", de ahí su magnetismo) y que no hay personaje sin función en el relato; con sólo oírla hablar, dan ganas de ponerse a escribir cuentos. Escucharla es recibir una clase de taller de narrativa -piensa dar uno a comienzos del año que viene- y con sólo verla vivir se comprende su arte de observación del detalle: un alerta gatuna ante todo lo viviente.

Tal es la mirada de las niñas y adolescentes solitarias que protagonizan estos cuentos. Si en Mapamundi (Paisanita, 2018) ponía a narrar una voz inocente muy niña para crear un efecto de ironía dramática (esa complicidad entre autora y lectora que se logra cuando ambas saben más de la historia que el personaje que la narra) en un pequeño universo pueblerino habitado además por abuelas, de donde la generación intermedia estaba misteriosamente borrada, aquí también se produce esa ausencia no explicada, pero la voz -o al menos el punto de vista- corresponde a una serie de niñas algo mayores: en la pubertad, "la edad del pavo". Los mundos en que transcurren aparecen suspendidos en un kairós, un tiempo sin tiempo: veraniego, de vacaciones, del viaje corto que puede ser iniciático o una mera decepción, pero que nunca es en vano. Son pibas a lo Salinger o a lo Carson McCullers que, sin ser prodigios, no conectan con la normalidad de su edad. 

Y no es que estén locas, simplemente les atraen otras cosas. A veces, la breve escena que el cuento traza de principio a fin en un arco dramático, y de donde luego se retira con discreción y sin dar más datos que los necesarios, sucede en una playa, en una calle, en un instante. A veces, no hay niñas. En "Perdido", no hay final. Es como un sueño cuya imagen se desvanece y se pierde para siempre. "La mariposa azul" utiliza la experiencia de un viaje a la selva amazónica para situar allí una familia ficcional, desmembrada, una de cuyas partes sale a buscar a la otra con una esperanza a la que tiene que renunciar; un tema que se retoma, con otros actores, en "La casa de la calle 25", el último cuento del libro. Tanto el hermano en "La mariposa..." como el padre de los dos adolescentes en "La casa..." son hombres que salen de la vida de una niña sin posibilidad de retorno, un abandono que desde la inocencia resulta incomprensible y sobre cuyo fondo de vana esperanza, como en aquellos cielos de oro de los íconos rusos, cada pequeño insecto, animal, objeto, paisaje o ínfimo ser vivo que aparezca cobra una dimensión mágica.

¿Es magia el oficio virtuoso de Gianelloni, es sólo arte su dominio de la epifanía? ¿Cómo construye y despliega con tanta naturalidad esas atmósferas de sol que parece brillar desde otros mundos, eternos, externos a la temporalidad de lo habitual? ¿Cómo hace para tomar con firmeza de Ariadna el hilo rojo de un acontecer y dejarlo suspendido en el instante dorado? "La luz del sol no sabe lo que hace" era el título del proyecto que le ganó, a través del FNA, su paso por el taller de Liliana Heker. De allí salen ambos libros. También publicó Lobo, con ilustraciones de Cris Rosenberg (Libros Silvestres, 2019). En 2010 recibió una mención del FNA por un libro aún inédito; en 2016, por Mapamundi. Escribe Heker en la contratapa de Camino...: "Leerla provoca una intranquila felicidad".