La Competencia Argentina del Festival de Cine de Mar del Plata empezó con dos películas muy distintas entre sí, un síntoma de una selección que todo indica que hará de la variedad una de sus directrices. Si El amor vendrá como un incendio forestal tiene, como señala el catálogo, “la delicadeza de un mundo de papel, de mensajes escritos a mano, estampillas y sobres”, Búfalo es pura potencia, fuerza, sangre, sudor y lágrimas. La primera está dirigida por Laura Spiner, en su primera experiencia solitaria en la silla plegable luego de haber realizado hace casi una década Mañana-Tarde-Noche junto a Federico Falasca y Tatiana Pérez. La otra, en cambio, tiene al comando a un veterano como Nicanor Loreti, quien ya había participado en esta sección con Diablo (2011), Kryptonita (2015) y Punto rojo (2021).

Como si fuera mezcla entre esas tres, aunque con un tono sobrio inédito en la filmografía de Loreti, Búfalo presenta una historia de raigambre clásica ambientada en un conurbano bonaerense donde la clase laburante hace lo que puede para sobrevivir. Una historia protagonizada, como Diablo, por un deportista venido a menos y acostumbrado a moverse al filo de la ley. Allí era un boxeador; aquí, un luchador de “vale todo”, esa modalidad de combate que se realiza en un ring enrejado y en la que los rivales pueden usar técnicas de las artes marciales o de cualquier deporte de contacto. El hombre a cargo de rol central no es otro que Sergio “Maravilla” Martínez, el boxeador campeón mundial de peso mediano devenido en actor y comediante. Es cierto que se notan las costuras de su interpretación en aquellos momentos donde el guion requiere un mayor compromiso dramático. Tan cierto como que un rostro con las secuelas de mil peleas y sus movimientos corporales profesionales imprimen un indudable aire de verosimilitud al derrotero de este hombre que intenta torcer su destino luego de pasar tres años en la cárcel a raíz de un intento de robo fallido.

Búfalo

Basada en la historia real de Alejandro “Búfalo” Ortiz, el noveno largometraje de Loreti comienza con un plano en cámara lenta del luchador guanteando en un pasillo bañado por una luz rojiza justo antes de trompearse de lo lindo con otro preso, en lo que es su despedida del penal, mientras de fondo se escucha el rugir de los ocasionales espectadores. Ya allí queda claro el notable pulso del realizador para, en la mejor tradición del cine de Hollywood (inevitable no pensar en la impronta visual Toro salvaje y el arco dramático de Rocky), capturar la esencia física de los combates, algo que repetirá en las numerosas escenas donde la transpiración, los quejidos y el dolor monopolizan la atención. Cuesta no empatizar con un tipo que quiere hacer las cosas bien y en el que no se percibe un ápice de maldad. Quiere, pero le sale: no tiene un mango ni para pagarle una gaseosa al hijo, ni mucho menos una casa donde caer. Por si fuera poco, el pasado está listo para ir tras sus huellas.

Ese pasado es encarnado por “el Tano”, cabeza creativa de una banda de delincuentes a la que Búfalo se une por la imposibilidad de conseguir dinero en su flamante trabajo en un frigorífico. El robo, otra vez, sale mal: falta una parte del botín y, por ende, habrá que seguir trabajando para completar la cifra. Pero Búfalo no quiere saber nada con la mala vida, por lo que suplica por una oportunidad para pagar lo suyo haciendo lo que mejor sabe, esto es, revoleando piñas y patadas. No hay que ser un genio para imaginar los caminos narrativos que seguirá esta fábula conurbana de redención tanto deportiva como humana en la que hasta los personajes más oscuros terminan mostrando un atisbo de bondad. Un camino hecho de emotividad y nobleza, y en cuyo final asoma la posibilidad de un futuro mejor.

Si los personajes de Búfalo se definen, como en el cine clásico, a través de sus acciones; los de El amor vendrá como un incendio forestal lo hacen solo mediante la escritura, la gran protagonista de este relato casi íntegramente epistolar aunque contemporáneo. ¿Contemporáneo? ¿Comunicarse con cartas en pleno siglo XXI? Claro, por qué no: a fin de cuentas, se trata de una película de indudable espíritu romántico, tanto por su impronta decimonónica como porque el tema que atraviesa todos y cada uno de los textos es el amor. Hecha de libros usados que circulan de mano en mano y manuscritos, la opera prima solista de la geselina Laura Spiner se plantea como una “com-rom” de un perfil bajísimo, dueña de tono que de tan pacífico coquetea con lo zen. Una película cuyos enredos amorosos superficiales esconden una fogosidad sentimental extrema en quienes dejan el alma en cada línea.

Los y las jóvenes de Spiner parecen flotar a un metro del suelo, ajenos a las minucias y preocupaciones más mundanas, ensimismados en sus vericuetos internos. Hay una chica que se desangra de amor, falsas encuestas a clientes de puestos de libro para saber sobre gustos e interés que luego pueden utilizarse en los textos, sobres que viajan hasta la otra punta del mundo y hasta clases en las que se analizan los distintos significados del silencio. Con un aire lúdico que por momentos recuerda al cine de Matías Piñeiro, pero sin su vertiente más coreográfica, El amor vendrá como un incendio forestal asoma como un ejercicio pequeño y mínimo que busca recuperar una expresividad propia de los tiempos imperados por lo analógico. Porque, vale recordarlo, antes de los emoticones, la humanidad se comunicaba con palabras.

  • El amor vendrá como un incendio forestal se exhibe en el shopping Aldrey  este viernes a las 19.30 (sala 3) y mañana sábado a las 13.10 (sala 6). Búfalo se verá también en el Aldrey este viernes a las 22.30 (sala 3) y mañana sábado a las 22.50 (sala 2).