Se le atribuye a Albert Einstein la frase de que la estupidez humana es un buen ejemplo del concepto de infinito. El 14 de octubre pasado dos jóvenes activistas pertenecientes a una organización que lucha contra el cambio climático llamada “Just Stop Oil” provocaron un revuelo en la National Gallery de Londres arrojando una lata de sopa de tomate contra el célebre cuadro Los girasoles de Van Gogh. “¿Qué tiene más valor? ¿El arte o la vida? ¿Vale más que los alimentos o la justicia?”, exclamaba una de las mujeres, mientras la otra gritaba “¿Qué te preocupa más, la protección de un cuadro o la de nuestro planeta y las personas que pasan hambre y frío y que no pueden calentar una lata de sopa?”. Cito textualmente para ser lo más fiel posible a la debilidad mental del ser hablante.

Es notable que miembros de una organización llamada “Just Stop Oil” (Paremos el Petróleo) protesten porque el precio de la gasolina se ha puesto por las nubes. Por otra parte, que se establezca una competencia entre las necesidades humanas (totalmente indiscutibles) con la importancia del arte, es un signo de la tremenda decadencia en la que nos hemos precipitado. 

Sin duda, ya no vivimos en la era de los Argonautas, cuya divisa era “Navegar es necesario. No es necesario vivir”. Tal vez ese fue uno de los momentos sublimes de la conciencia ética: subordinar la vida misma, el “primum vivere”, a aquello que eleva lo humano por encima de su condición orgánica. Por supuesto, ese lema no implica negar lo real de la vida, sino dotarlo de algo más que nos confiera una cierta dignidad.

Por fortuna, y al igual que pasa con La Gioconda, en general los responsables de los grandes museos protegen las obras más emblemáticas con una lámina de cristal muy resistente. Los girasoles de Van Gogh no sufrieron ningún daño, pero es inevitable sufrir cuando se percibe el extravío de muchos jóvenes bienintencionados a los que la degradación de la civilización actual y el estrago del neocapitalismo empujan a acciones inútiles. 

La pasión de la ignorancia está siendo promovida hacia cotas inéditas, porque solo así se puede comprender que existan personas incapaces de saber que Los girasoles de Van Gogh (entre algunas de sus geniales creaciones), así como muchas otras manifestaciones del arte, sean métodos de lucha más poderosos de lo que pueda imaginarse. Lo fue el Guernica de Picasso, un emblema que fue y será por siempre un arma de guerra contra la infamia.

La desorientación de las generaciones nacidas bajo el signo de la precariedad social y económica, herederas de la traición de una Comunidad Europea que para “enfriar” la inflación hipoteca el futuro de millones de ciudadanos y condena a inmensas capas sociales a una suerte de extinción, conduce a la lata de sopa Campbell, a la ironía de Andy Warhol sobre los quince minutos de fama, o a la letra de la canción de Marilyn Manson “I don´t like de drugs, but the drugs like me”. (“No me gustan las drogas, pero las drogas gustan de mí”) donde uno de los versos dice: “Estamos rehabilitados y preparados para nuestros quince minutos de vergüenza”.

Las cincuenta sombras del capitalismo emocional hacen presa fácil de los que, cautivos en la pasión de la ignorancia, se vuelven cómplices involuntarios e inconscientes de las redes sociales, muchas de ellas ostensiblemente volcadas hacia la mercantilización de los movimientos que intentan oponer alguna clase de resistencia.

No obstante, tampoco negaremos que Internet puede propiciar fuerzas transformadoras. Lo sabe muy bien el gobierno de Irán, por ejemplo, que en las últimas semanas ha lanzado una brutal represión contra las mujeres del país, que a partir de la muerte de Mahsa Amini (una joven de 22 años muerta por la acción de ese organismo repugnante llamado “Policía Moral”) se han cortado el cabello y quemado sus hiyabs. Los ayatollahs han interrumpido la comunicación por internet de su población, como si de ese modo el mundo no fuese a enterarse que más de 200 iraníes han muerto desde que comenzó la revuelta. 

Los cortes de Internet no solo afectan la comunicación, sino que interfieren en cuestiones esenciales como la actividad de las instituciones hospitalarias y educativas. La táctica de Irán no es una acción aislada. ONGs especializadas en el seguimiento de la represión del uso de Internet han descubierto que varios regímenes autocráticos están construyendo una alianza para emplear una red táctica de intercambio de información sobre disidentes y “alteradores” de la obediencia a la autoridad.

China, de forma aislada, ha sido pionera en el control doméstico de Internet. Los buscadores que los chinos emplean, así como WeChat, el equivalente local a Whatsapp, está sometido a una estricta vigilancia. Los “alborotadores” son sancionados con diversos métodos, desde misteriosas desapariciones, o las restricciones en materia de acceso de las familias a las prestaciones sanitarias, o de los hijos a instituciones educativas, entre otras. Cada ciudadano tiene un currículum personalizado de su comportamiento social. Lo paradójico es que, habiendo encarado una política de estricto cuidado y recuperación del medio ambiente, el Partido estimula a los habitantes a denunciar por vía oficial a las empresas cuya producción viole las nuevas regulaciones en materia de procesamiento y reciclado de los desechos. Sorprendentemente, las reclamaciones son atendidas con gran velocidad. O tal vez no sea tan sorprendente. El imperativo de control absoluto forma parte del capitalismo singular que el Partido ha adoptado. Todo se queda en casa.

*Psicoanalista y escritor argentino que reside en Madrid. De su sitio “El manicomio global”.