Los Pasteleros surgió en el marco de Microteatro, fue seleccionada en 2019 para formar parte del ciclo, tuvo mucha aceptación –las pequeñas salas contribuyeron bastante a generar el verosímil de los vestuarios de fútbol– y la repitieron ese mismo año. En 2021 se reestrenó como obra larga en Espacio Callejón y en 2022 empezaron a hacerla en vestuarios reales. El conflicto parte de dos amigos que no se hablan desde hace un tiempo a raíz de una disputa futbolera, tratan de evadirse por todos los medios, no se pueden ver cara a cara, pero siguen asistiendo a los partidos de los sábados porque es su única descarga en la semana, entonces se cruzan en la intimidad de los vestuarios.

“La obra toma otro sentido en el espacio real”, cuenta Ricardo Tamburrano, dramaturgo, director e intérprete de la obra junto a Yamil Chadad y Christian García. “La hicimos para los jugadores juveniles de la pensión de Independiente en Villa Domínico y fue una fiesta. También recorrimos varios clubes de la Ciudad como Estrella de Maldonado, Club Saber y ahora la estamos haciendo en el Polideportivo Las Malvinas de Argentinos Juniors”.

-¿Qué te interesaba explorar de las masculinidades en el universo del fútbol?

-Lo que no se dice, la solemnidad de lo que se pone en juego con tal de sostener el status de varón, la exacerbación de lo masculino. El vestuario es un espacio donde se justifica todo. Hay una frase muy conocida que circula por los espacios de fútbol: “Lo que pasa en el vestuario queda en el vestuario”. Desde ahí se desprende que puede pasar cualquier cosa, con tal de sostener los códigos. Es ridículo y violento. Hay un valor muy grande de lo que no se cuenta y, a la vez, cierta imposibilidad de manifestar lo que pasa, lo que se siente. Los límites se amplían y el silencio que convive en esos cuerpos ofrece un material para ser explorado desde el campo teatral.

-¿Qué empezó a aparecer desde lo escénico en relación al lenguaje crudo que circula en estos ambientes y también en relación a los cuerpos?

-Lo atragantado modifica los cuerpos. Una vez dicho, sale de manera brutal e inesperada. Cuando nos encontramos con esa expresividad, empezamos a trabajarla escénicamente. Además, es gracioso. Estoy convencido de que el teatro es transformador y tiene que conmover, que algo brutal se convierta en gracioso es poético. En las propagandas de calzoncillos vemos a los hombres con cuerpos atléticos, en este vestuario aparecen cuerpos no hegemónicos a la vista y eso genera una posibilidad expresiva singular.

Por estos días el fútbol está en boca de todos, tanto amantes como detractores. Es algo que suele pasar cada cuatro años, cuando se celebra el Mundial de Fútbol organizado por la FIFA y juega la Selección Argentina. El evento despierta pasiones en millones de personas de todo el globo, incluso en quienes durante el año no siguen a ningún club, no van a la cancha, no saben los nombres de ningún jugador local ni gritan goles con tanto fervor. Pero desde hace algún tiempo el fútbol se fue alejando de aquella condición amateurista que muchos celebran y añoran. Hoy el deporte se basa esencialmente en estadísticas y cifras más que en táctica y estrategia, todo es marketing, no hay un solo jugador que no ingrese en la categoría “fit”, muchos posan para tapas de revistas y forman parte de la farándula local con evidente placer.

No es ese el mundo que refleja Los Pasteleros sino sus orillas. “El amatuerismo tiene algo sucio, menos cuidado, corrido y en los márgenes –dice Tamburrano–. Hay un espesor donde se respira algo más cercano a lo incorrecto. Las reglas son otras con respecto a lo profesional, se permite más la transgresión y eso liga directamente con lo teatral. Está más presente la bronca, la crueldad con el otro; el jugador amateur interiormente lo que busca es llegar a ser profesional, se identifica con el jugador de primera. El fútbol profesional está más cerca de lo perfecto y la falta de conducta es condenada. De hecho, hay muchos jugadores de fútbol profesionales con problemas (como en todos los ámbitos, claro) a quienes se les cuestiona su problemática no solo porque es un lugar de mucha exposición, sino también porque hay una imagen del jugador que es hegemónica: el corte de pelo, el auto, dónde vive, qué espacios de diversión frecuenta”.

-También aparece la pasión desmedida y el folclore de las cábalas. ¿Cómo aprovecharon esto desde la actuación y la dramaturgia?

-Es una obra de cuerpos, donde lo desmedido se vuelve histriónico. Por supuesto que con eso no alcanza, hay que completarlo con la problemática de cada personaje y cómo vive la llegada al vestuario, qué le paso en la semana. Son tipos que esperan el sábado para ir a jugar y a veces el vestuario se convierte en un ambiente poco amable. Sin embargo, conviven en ese clima y eso alimenta a los personajes. Lo de las cábalas es muy argentino, entonces aprovechamos ese lenguaje para que haya una liturgia especial adentro del vestuario.

-¿Qué ocurre en la dimensión de la interpretación al hacer esta obra en un vestuario real y qué pasa con el público?

-Lo que buscamos es que el espectador viva una experiencia distinta. Antes de entrar al espacio escénico convidamos una focaccia y una copa de vino. A los actores nos modifica claramente. Nos potencia. El espacio real nos motiva a la hora de actuar, no hay que imaginar el espacio porque estamos ahí. Y al espectador lo modifica porque se produce un ida y vuelta entre realidad y ficción, algo que se convierte en una experiencia distinta desde el punto de vista teatral.

* Los Pasteleros puede verse los domingos a las 19 en el Polideportivo Las Malvinas de Argentinos Juniors (Tronador 41). Las entradas pueden adquirirse por Alternativa Teatral.