Cuánto puede saberse de la muerte en una vida y cuánto puede ayudarnos la literatura para pensarlo: dos preguntas centrales que sobrevuelan o que subyacen a este texto de Nathalie Léger. Llamarlo nouvelle, ensayo, relato, poema en prosa, es insuficiente, llamarlo inclasificable, es hacerle una concesión a las clasificaciones. Cuánto puede saberse de la literatura desde los géneros y las categorías de análisis es otra cuestión que sobrevuela o subyace todos los textos de esta autora. Este también. Porque antes que con un género nos encontramos con una escritura, una prosa de una intensidad y una inteligencia que desmienten la primera impresión que podemos tener ante el objeto, esa de estar frente a un texto breve.

En busca del cielo es el quinto libro de Léger y el primero más acabadamente autobiográfico. Si bien en todos los personajes, las reflexiones, la crítica, espejaban fragmentos de una autobiografía, aquí el movimiento no va del afuera hacia el adentro sino al revés. Un acontecimiento de su vida –la muerte de su pareja y luego de su madre, en un mismo período– toma tal magnitud, tal reverberancia, que se convierte en el asunto de este texto. Justo para Léger que escribió profusamente sobre el tema del tema. Dijo, por ejemplo: “Un buen tema te toma siempre por sorpresa, te arrastra.” Y también: “Una no escoge el tema, el tema te escoge a ti.” Pero sobre todo: “Como la muerte, y una o dos cositas más, el tema es simplemente el nombre de lo que no es posible decir.” Por eso no es tan sencillo determinar de qué se trata, de qué va En busca del cielo, aunque por supuesto la cuestión salte a la vista desde las primeras líneas. Reflexiones concéntricas, descripciones sensoriales, astillas de recuerdos, de las que se desprenden asociaciones, referencias, citas. De adentro hacia fuera, como alguna vez fue de afuera hacia adentro.

Además de escritora Léger es curadora, investigadora, editora, directora de L´Institut Mémoires de l´edition contemporaine (IMEC); parecen ser muchos los temas de su interés. Publicó el ensayo personal Les Vies silencieuses de Samuel Beckett (2006) y luego una trilogía conceptual acerca de la vida de tres mujeres: La exposición (2008), que observaba bajo distintas luces a la condesa de Castiglione, belleza insólita y modelo fotográfica del siglo XIX; Sobre Bárbara Loden (publicado en 2021 por esta misma editorial), que perseguía a la cineasta así llamada en Wanda, su única y enigmática película; y La Robe blanche (2018), que no ha sido traducido al español y tiene como figura central a Pippa Bacca, artista feminista italiana que viajaba a dedo vestida de novia, como parte de una obra por la paz y fue asesinada en Turquía. A lo largo de su carrera se ocupó también de la edición de distintos autores como Antoine Vitez y Roland Barthes. Fue curadora de grandes muestras en el Centro Georges-Pompidou de Paris dedicadas a Barthes y a Beckett. Un recorrido riguroso y deslumbrante que mantuvo a la par con un trabajo literario singular, de libros siempre pequeños, extraños, únicos. Una escritura personal hablando de esxs otrxs que también le hablaban a ella.

FOTO DE J. FOLEY

Será por eso que este texto comienza usando el plural. Para su pieza más personal, más íntima, más conmovedora, elige posicionarse en un nosotros. Una decisión que se va abandonando a lo largo de las páginas, pero que le sirve para comenzar. “Avanzamos temblando”, dice en la primera línea y ese temblor se transmite como un magnetismo que difumina las palabras y le permite escribir, empezar a hacerlo. Es necesario ampararse, encontrar la fuerza o una lengua posible.

Se embarca en ese viaje entonces, como si no quedara más remedio, reconstruir un tiempo que parece ser muy difícil de nombrar. Y a la vez imprescindible, urgente, el único remedio, no hay más. Sigue una suerte de hilo, una cronología tenue para narrar eso muy complejo, muy sutil, de un orden casi metafísico. Se interroga, se examina, enumera las imágenes, las sensaciones, los pensamientos, las palabras que pueden aparecer en ese momento. Y las que no se dicen porque no se encuentran, no se muestran, no se han inventado todavía.

Hablamos de una escritura de duelo o en el duelo: podemos decirlo en este prólogo aunque ella no use esa palabra, o sí, pero en muy pocas ocasiones y en boca de otros. Ella lo llama “una especie de cosa”, así dice, “algo desconocido e irremediable que deberá ser atravesado con pesadez”. La escritura va a ser entonces la forma que esta autora encuentra para atravesar ese tiempo. Desde el principio se plantea la cuestión: la escritura abre un camino tangencial a la vida. Una vida que se torna invivible y que recurre a las palabras para encontrar lo que ha perdido. Para darle una existencia, una entidad nueva.

Se narran, primero, los escenarios de la muerte: las salas de espera, los pasillos, las llamadas telefónicas, las corridas, los hospitales. En medio de todo ese movimiento, el acontecimiento es descripto como una anunciación al revés. Léger construye una imagen sin precedentes a través de nuestra memoria visual. Todos esos cuadros de la iconografía cristiana, todos esos Botticelli, da Vinci, Caravaggio, se hacen presentes, pero en su negativo. ¿Cómo sería eso? Quién sería el ángel Gabriel, quién la Virgen María. La maestría de Léger consiste en decir sin decir, construir oscuridad nombrando luz. El tema es simplemente el nombre de lo que no es posible decir.

Esto no quiere decir que sea esquiva, elíptica, que evite meter los pies en el plato: más bien todo lo contrario. Avanza temblando. Entrega visiones de la muerte, preguntas que se abren en eso que vive ­­–una especie de cosa– que es el contrario de la dulce espera. Si es que ella viene de adentro, o de afuera y siempre estuvo agazapada esperando el momento, si las lágrimas vienen de su cuerpo, de su pensamiento, o más bien del cuerpo de él, de lo inaccesible del cuerpo de él. Preguntas muy intensas que nos dejan pensando con la vista clavada en un punto fijo. Hay preguntas sin solución. No es que sean insolubles, sino que no existe solución. No todas las preguntas tienen soluciones, dice.

Al mismo tiempo Léger se resiste a caer en los lugares comunes a los que como una pendiente empinada parecieran empujarla los hechos. Los gestos teatrales, el llanto, las genealogías de la lamentación. Pasa por ahí, pero no es lo suyo. Más bien intenta darle voz a un inventario imposible: lo que hay, lo que ya no hay, qué es lo que queda de ese otro que fue hasta hace unos segundos lo más importante. Da lugar al cuerpo y también al alma. A veces lo llama él, a veces tú. A veces usa el presente, a veces el pasado. No se puede saber nada del amor ni se puede saber nada tampoco sobre la muerte, dice. Se detiene en lo incierto, lo que no está en ningún lado, lo que se esfuma.

Uno de los varios diálogos que En busca del cielo propone –además de con el crepuscular Nicholas Ray de Relámpago sobre el agua, con el espiritismo de Víctor Hugo, con Henry James– es con Diario de duelo de Roland Barthes. Una texto paradigmático que fue establecido y anotado precisamente por la misma Nathalie Léger. Es inevitable leerla y no cruzar algunas de sus intuiciones con las de aquel otro libro que ella debe conocer de memoria. Léger formaba parte del círculo de discípulos dilectos de Barthes y siguió trabajando con su archivo, el fondo Barthes, que se encuentra en el IMEC que ella dirige.

En esa conversación que tuvieron en vida y que ahora sigue en las páginas de sus libros, Léger retoma a Barthes en ciertos momentos, o da esa sensación, como si del roce de un texto y otro salieran pequeñas chispas, incluso en los pasajes más aciagos, como una piedra gris de la que nacen destellos de luz. A la pregunta central que subyace o que sobrevuela todo el texto ¿Qué es lo que puede saberse de la muerte en una vida? Barthes responde desde su libro que, de antemano, muy poco: “Hay en el duelo una domesticación radical y nueva de la muerte, pues antes solo era saber prestado (torpe, venido de los otros, de la filosofía, etc.) pero ahora es mi saber.” A la pregunta que le sigue ¿Cuánto puede ayudarnos la literatura para pensarlo? La respuesta es muy simple: “La literatura sirve para sufrir menos.” Así dice: “La literatura es distancia, un distanciamiento aplicado a la viscosa manía de sufrir.” Parece suficiente.

El final del viaje de Léger concluye en el cielo, porque se trata de un viaje por tierra y también por aire. Decimos final, pero no hay un final, una conclusión, un cierre, sino más bien un punto de lo que en el título ella llama búsqueda. A partir de aquí y como en todo texto que valga la pena se inician nuevos itinerarios, esta vez propios, que la lectura habilita. Viene a mi mente entonces, otro texto, un poema de Tamara Kamenszain, otra exploradora de estos abismos. En unos versos medulares para la literatura argentina ella escribió: “¿Ya hablé de la muerte?/ Murió mi hermano/ murieron mis padres/ murió el padre de mis hijos/ tantos amigos murieron y dije y digo que no están más./¿Eso es hablar de la muerte? Dejé anotado que se fueron/ les dediqué libros los nombré/ por sus nombres me anoticié de que nadie me contestaba./¿Eso es hablar de la muerte?”

 

No sabemos muy bien qué es hablar de la muerte, aún después de leer, pero constatamos que todavía estamos, que avanzamos temblando, que todavía tenemos algunos libros para leer, con suerte algunos para escribir. Parece suficiente.