Con Líneas de fuga. Crónicas reunidas, Rosario Spina -luego de escribir un libro de poemas (Formas de ordenar el ruido, Biblioteca Vigil, 2019) y el guión de la serie Maternidark, junto a Romina Tamburello (2021)-, demuestra su versatilidad en la propuesta de las nueve crónicas que componen el libro, editado por La Pecore Nere, narrativa breve, en 2022. La crónica es ese género que permite el cruce sutil entre la literatura y el periodismo. Rosario se mueve allí con maestría y delicadeza. Son historias de fragilidad, como consigna Beatriz Vignolli en el bello prólogo que encabeza el libro. Historias que se abren frente al equilibrio perfecto de silencio, escucha y preguntas hechas a tiempo por la autora, que oficia de testigo. Nos trae modos de vida que forman mundos, en palabras de una de las entrevistadas: “Creo que cada forma de vida termina formando un mundo”. Mujeres anónimas, soslayadas hasta el momento en que la autora se detuvo en ellas.

El subtítulo consigna “Crónicas reunidas”. ¿Qué hilo invisible une estos escritos? ¿En torno a qué se reúnen? Madres, mujeres que cuidan niñxs y animales, que hacen el trabajo invisible y silencioso que otros rechazan. Un niño, como el Petiso Orejudo, que funciona como emblema histórico del eterno maltrato a la infancia. Un trabajo íntimo, pero a la vez profundamente político.

“Cuando nacemos, todos nos hallamos desvalidos e impotentes, y sin el cuidado y el afecto que recibimos entonces no habríamos sobrevivido.”, dice.

El cuidado, concepto tan visitado en la actualidad, cobra realidad, toma cuerpo en relatos que están lejos de ser románticos, porque esas vidas que forman mundos están atravesadas por la pobreza, el desamparo, las herencias destinales, la locura y la enfermedad. En estas historias hay algo del reverso de la existencia, de lo in-mundo (lo que se pretende excluir pero que es el corazón negado de la realidad) de la enfermedad, de la deformidad, de la muerte que el mundo quiere ocultar. Ella intenta desplegar las razones por las que alguien podría querer dedicarse a este trabajo ‘sucio’ del no-tiempo, no remunerado, mal reconocido, de un esfuerzo no contabilizado por el sistema del capital. “Mientras algunas manos dañan todo, otras se empeñan en dar alimento, contención y cura”.

Extrae de cada una de estas vidas la lógica del don. El don no es oblativo, es el dar sin cálculo, sin retribución, sin saber adónde va lo ofrecido. Lo extrae de las entrañas, porque como dice una de las entrevistadas: “las entrañas de los árboles son vitales, aunque no se vean.”.

Pero a su vez, a través de una sensibilidad que está en su cuerpo y traslada a la escritura, como prueba de haber pasado por allí, da a ver un mensaje. En esta realidad de extrema crueldad, de profunda violencia que impone el neoliberalismo, todos estamos expuestos a la precariedad. El don es necesario para que haya vida. Las mujeres lo saben, siempre lo han sabido. En eso reside su potencia.

Somos las que salimos a barrer la vereda después del bombardeo, como juntando sol para el invierno cuando sale sólo un rayo. Somos las que conservamos: “… como en los cantos del largo poema homérico, ella buscará por cielo y tierra la forma la regresar a casa con su hijo.”

Somos las que protegemos ese misterio indecible de la vida: “Él descansa en tu confianza (…) son relaciones espirituales, de un silencio profundo.”. También las que honramos la muerte, en su última voluntad, en lo que alivia a los seres queridos, en un ritual respetuoso, formando parte de un “… linaje invisible que asiste el paso a la otra vida”.

Son muchos los momentos de la lectura donde tuve que levantar la cabeza para tomar aire y poder continuar, entre madres que hacen lo imposible con niñxs dañados severamente, mujeres que cuidan con compasión y tesón la naturaleza, brujas castigadas porque tienen la clave de la salud y el amor, tanatólogas que ayudan a duelar, tanatopráxicas que ayudan pasar al mundo de los muertos, pero un gesto me conmovió particularmente. Beba, el alma mater de MundoAparte, en la caminata por el predio, se detiene debajo del timbó, el árbol que ella misma plantó y vio crecer estos últimos veinte años. Levanta con cuidado un cascarón de chicharra y se lo regala a la cronista. Hay que ponerlo en una cajita, dice, para que no se arruine. Algo que es un resto, que puede ser considerado desechable, es elevado a la categoría de reliquia, palabra muda de la transmutación, un exoesqueleto frágil cuyo núcleo es un vacío. Efímero, liviano, fugaz. Como la vida, como esta escritura que vuela al modo de una pluma en el viento, recordando, una vez más, lo fundamental. 

Se presenta el viernes 25 de noviembre, 18 hs, sala Angélica Gorodischer de la Biblioteca Argentina.