Claudia Aguirre llega a la sala 1 del Anexo del Congreso de la Nación sin que nadie repare en ella. Que es quien es circula como un rumor que las que se dan vuelta discretamente en sus sillas no encuentran datos para confirmar. Podría ser cualquier otra de las que están en esa sala atestada de mujeres, aunque tal vez esos abrazos que recibe, esas caricias que se demoran en su espalda, ese consuelo estén señalando otra historia, la historia de su hermana, Victoria. Claudia la va a contar en voz baja, húmeda de lágrimas, húmeda también porque en su tonada trae al centro de Buenos Aires un paisaje de tierra roja y selvas cerradas, de calor al acecho en todas las estaciones, de idiomas que se superponen en cualquier giro, de siestas obligadas por el sopor. Claudia viene de Misiones, ahí donde su hermana está presa hace dos años y casi seis meses y es por ella que va a hablar. “Victoria estudiaba para maestra cuando lo conoció al hombre este, a Lovera, vivía con mis papás y ellos le cuidaban a la Sele que era chiquita. Cuando lo conoció se ilusionó con formar una familia, estaba tan contenta. Se fueron a vivir juntos en el año nuevo de 2015”. Lovera se llama Ronaldo Emilio, aunque Claudia no lo llamará nunca por su nombre, dirá “ese”, “él”, “ese hombre”, suficientes apelativos para quien violentó y mantuvo cautiva a su hermana construyendo un encierro del que todavía no puede salir. “Sele” era Selene, era, en pasado, una niñita de dos que Victoria había parido sola el hospital de Oberá donde se contagió una infección intrahospitalaria. Selene se recuperó aunque con secuelas graves, “no sabía levantar los bracitos para pedir upa pero cuando quería que la alzaran inclinaba su cabeza y nosotros enseguida sabíamos. Recién en el último tiempo estaba empezando a pararse”, dice Claudia y esos detalles que vuelven concreta una historia funcionan como dardos sobre la sensibilidad de quienes la escuchan. Hay en esta audiencia pública, representantes de organizaciones políticas, sindicales, estudiantiles, lesgisladores y legisladoras, integrantes de movimientos sociales y de mujeres; todas las caras se fruncen un poco cuando la escuchan. “La pesadilla empezó enseguida que se fueron a vivir juntos, exactamente el 13 de enero de 2015, cuando Victoria la tiene que internar a la Sele por primera vez porque a ella le costaba mucho tragar el agua y se deshidrataba. Y eso a él le molestó porque no lo atendía. Le decía ‘la cosa’ a la nena. ‘¿Quién te va a querer a vos con esa cosa?’, le decía”. Lovera era sereno en una arenera y pretendía que de día la casa estuviera muerta para que él pudiera dormir, el llanto infantil lo enervaba y Victoria supo pronto que lo que había soñado no tenía sentido y se preparó para irse, metió sus cosas en bolsos pero antes de que llegara el remís que la llevaría con su papá y su mamá, “ese hombre” volvió y entonces ya no hubo intervalos para la violencia. El tipo rompió el celular de Victoria, la obligó a irse con él cuando se iba a trabajar, a tener sexo bajo amenaza de que iba a matar a su nena, cortó toda comunicación de Victoria con su familia. Si a la mamá se le hacía difícil sobrevivir, la nena hizo síntoma en su cuerpo. Victoria logró llevarla al hospital el 27 de enero de 2015, Lovera fue con ellas, no aflojó la vigilancia. Claudia cuenta que su hermana, en voz baja para que el no escuchara, le pidió a la médica que la deje internada, que avise a su familia. La médica se negó, ese no era su trabajo. “En un negocio, ese mismo día, le pide ayuda a un albañil, pero como toda la sociedad, no quiso hacer nada”, dice Claudia. La historia para Selene termina dos días después. “El hombre ese las dejó en el hospital como a dos bolsas de basura”, la nena tenía el cráneo partido, Victoria fue detenida sin que la dejaran hablar con su mamá o con su hermana. Ahora mismo está siendo juzgada, aunque el tribunal entró en receso hasta el 24 de julio, por homicidio agravado por el vínculo y por omisión impropia, una forma jurídica de señalar a la madre que para su ceguera no cuidó a la hija. Porque en esta historia la Justicia es ciega, pero no imparcial. Ciega por incapaz de ver a Victoria, ciega porque antes de verla deja que se impongan las sombras de su racismo, ese que ve a las negras todas iguales, a las pobres todas ignorantes, a las que no tienen rasgos europeos todas descartables. Ciega, sorda, insensible frente a la violencia machista, un cuento de negras que se embarazan y después no se hacen cargo. No están dispuestas a dejarse matar como debieran para proteger la vida de la hija ¿Y después qué? ¿La madre muerta y la hija en manos del femicida? Esas preguntas podrían habérsele devuelto a la fiscal Stella Maris Salguero de Alarcón, de familia judicial, que frente a Victoria insistió, viendo en ella su estereotipo de morocha mala madre caliente con un tipo, en por qué no rompió un vidrio y se fue, por qué no lo enfrentó, por qué no gritó en el hospital. Por qué no hizo lo que no pudo. ¿Y por qué la fiscal no sabe que la violencia machista no es solamente el golpe? Es el miedo internalizado, es la parálisis, la pérdida de deseo, la búsqueda de estrategias que siempre fallan y que cada vez que fallan se convierten en más miedo y más violencia. Todo eso parece no saberlo la fiscal, no querer saberlo. Y ahora que se la recusó, cosas de pueblo chico, uno de los que tiene que resolver la recusación es justamente su marido.

Claudia interroga a la audiencia, a esa audiencia pública citada en el Congreso de la Nación para hacer visible la historia de Victoria Aguirre, para que no se pierda entre los pliegues de los supuestos, a oscuras de los ojos del movimiento de mujeres que sabe poner el grito donde hay que ponerlo y que a fuerza de visibilidad, de la creación de un consenso social, empujó la libertad de Belén -presa en Tucumán después de haber tenido un aborto espontáneo- y la de Higui -presa en la provincia de Buenos Aires por defenderse de uno de diez atacantes que querían violarla para enseñarle a no ser lesbiana. Y también la libertad de Yanina González y de Celina Benitez, las dos liberadas en 2015, la primera después de más de un año presa; las dos historias calcadas a la de Victoria Aguirre. Acusadas de malas madres, impedidas de hacer el duelo por sus hijas -sí, en los tres casos se trató de nenas-, expropiadas incluso de su dolor porque ni siquiera tienen derecho a sentirlo. Si para la Justicia ciega, ellas lo provocaron. Claudia pregunta: “¿A quién le importa quién mató a Selene? Porque parece más importante demostrar lo mala que es mi hermana”. Mala, como tantas mujeres en Misiones, porque aunque esta historia de las malas madres se repita en otras geografías -y con fiscales mujeres y tan blancas como pueda lavar su jabón de marca- es ahí en esa provincia de dos fronteras donde otras familias van en busca de niños o niñas, suponiéndolos siempre abandonados, saltándose los pasos legales, obviando que adoptar no es derecho de padres y madres si no sobre todo, de niños y niñas. Esta dimensión tampoco puede olvidarse, porque es en esas encrucijadas las que cercaron los dos años y medios que Victoria lleva en prisión.

Ni el hospital, ni el vecino, ni la Justicia, nadie vio a Victoria y a su hija a tiempo para salvarle la vida a Selene. Puede ser aventurarse, pero sin dudas en el mismo penal donde la joven estudiante de magisterio espera que se reanude el juicio y que la fiscal sea recusada, hay otra historia como la de ella. Como había una exactamente igual a la de Belén en Ushuaia que se dio a conocer en este suplemento. Como había otra igual a la de Romina Tejerina al mismo tiempo que ella estaba presa en Jujuy. Como se pueden copiar el desprecio y el racismo de las fiscales que acusaron a Yanina González y a Celina Benitez y a Victoria Aguirre. Y va a seguir habiendo historias así mientras la formación con perspectiva de género no sea una imposición, mientras las voces de las mujeres no sean escuchadas, mientras la Justicia siga siendo ciega en lugar de imparcial.

Victoria no está sola, en más de un sentido. Pero ahora tiene que saber que no es solamente para consolarla que se la acompaña desde muchos territorios distintos. Es para liberarla. Y ese es un compromiso.