Siete años tenía el pequeño Sebastián cuando en una feria de usados en un parque le señaló a su mamá el libro que quería que le compraran: Ciencia extraterrestre, la obra cumbre del investigador argentino de ufología Pedro Romaniuk, amigo de Benjamín Solari Parravicini. La madre, tan incrédula como orgullosa, le compró no sólo ese sino los tres tomos completos de la obra, y así empezó la fiebre por lo desconocido que Sebastián continuó en su adolescencia entre discos de Joy Division y The Cure, historias de mundos perdidos, libros de Ray Bradbury y películas de ciencia ficción. Finalmente, Bodie –apodo con el que Melero lo rebautizaría años después por su parecido con el personaje de la serie Los profesionales– encontró en la música el vehículo de expresión ideal que materializó primero en las décadas pasadas en las bandas Auge y Simón y que ahora lo encuentra al mando de Bodie y La Flota Plateada, la nave psicodélica que entre arreglos detallistas, tormentas de electricidad y estribillos perfectos acaba de editar su tercer disco en siete años, el exquisito La aldea.

Con un viaje más introspectivo que el de sus trabajos anteriores y a través de un calmo universo musical con momentos que podrían emparentarse con el Wilco de Sky Blue Sky o el Café Tacvba más espacial de Revés/ Yo soy, La aldea completa la trilogía que comenzó con el cancionero de El fin de la inocencia (2010) y el vértigo eléctrico de Andrómeda (2013). Ambos contaron con colaboraciones de artistas como Francisco Bochatón o Richard Coleman, amigos de Bodie desde las épocas en que compartían escenarios y salas de ensayo en los noventa, cuando el fanático lector de Crónicas marcianas comenzaba un recorrido que tiene ya más de veinte años y que lo llevó a ser productor musical del sello de Zeta Bosio, Alerta discos, colaborador de Sebastián Escofet en la composición de bandas de sonido de películas y mano derecha de Coleman en sus recientes incursiones solistas.

Bodie tuvo contactos cercanos con la música desde sus primeros años: “Nos mudamos como siete veces y mi viejo siempre se armaba un espacio donde pudiera agarrar la guitarra y tocar al final del día algo de folclore o de los Beatles”, recuerda Bodie. “Después en la adolescencia me metí con el postpunk de U2, Joy Division y Television hasta que llegué a The Cure y me volví loco, fueron para mí como los Beatles para mi viejo: iba al Parakultural, me batía los pelos, andaba de negro, todo eso. Ahí armé con amigos una banda medio pop dark que se llamaba Los Intrusos y que fue como el embrión de Auge”.

Esas búsquedas musicales de Bodie se expandieron a fines de los noventa con la influencia de Daniel Melero, productor de Jugar, el disco debut de Auge: “Daniel fue sobre todo productor de nuestras mentes”, afirma el cantautor. “Más allá de su capacidad, su millaje y su visión sobre las cosas, hizo que rompiéramos patrones, prejuicios, cosas que para nosotros eran de una sola manera. Su influencia fue la píldora más acertada para ver fuera de la matrix”. Fue justamente Melero quien entre bromas de entremesa bautizó a Sebastián con el apodo que lo acompañaría hasta hoy: “Todo viene del personaje de Los profesionales. En esa época yo llevaba patillas largas y usaba pantalones anchos y botas, y un día, mientras comíamos en una pausa de las grabaciones, Daniel agarra y me dice ‘Boludo, ¡sos igual a Bodie!, ¿sabés de quién hablo?’. Yo claro que sabía, si era fanático de la serie. ‘Cagaste’, me dijo riéndose, ‘a partir de ahora sos Bodie’, y ahora cada vez que nos cruzamos me lo recuerda: ‘Acordate de que yo te puse Bodie eh...’”.

Enseguida tras la edición de aquel disco le llegaría a Auge la propuesta de una gira de más de un año por Centroamérica, una experiencia que los encontró viviendo más de tres meses en un barrio humilde entre las montañas de Puerto Rico o viajando en bote por uno de los vértices del triángulo de las Bermudas, pero eso es historia antigua: hoy el recorrido encuentra a Bodie disfrutando de la vida familiar junto a su esposa Sabrina y su pequeña hija Isabella. “Ando buscando la felicidad en cosas que no son las de siempre”, canta en “Felicidad”, uno de los tracks del nuevo disco, y la frase refleja la línea fundamental de la hoja de ruta que trazó a la hora de encarar este nuevo viaje. “La idea fue básicamente sentirme en calma, alcanzar esa sensación de plenitud que te queda cuando terminás algo con lo que sentís que pudiste llegar a la médula de una expresión auténtica”, cuenta Bodie. Y agrega: “Dentro de ese juego les dije a los chicos de la banda, medio en broma y medio en serio, que el sonido que buscaba era el soul-fi, nada de buscar el brillo del hi-fi ni esconderse en el low-fi, y entre esas risas de complicidad supimos que la meta era llegar a ese lugar sin ningún tipo de artificios ni escondites”.

El nuevo trabajo de la banda abre con “Transición”, una andanada eléctrica que retoma el sonido de Andrómeda para guiar al oyente hacia la verdadera puerta de entrada al disco: “La aldea”, una suite de ocho minutos mitad canción y mitad delicia instrumental minimalista. “En la repetición encuentro, primero, el placer de la situación mántrica”, afirma Bodie. “Tiene que ver con lo que pasa cuando partís desde la posibilidad de que los instrumentos se sumen no con un rol definido sino en un lugar donde todo está en función del todo”. También al momento de la grabación, Bodie buscó algo diferente a lo que venía haciendo: “En los anteriores grababa solo todos los instrumentos y los chicos intervenían sobre la parte final o en alguna situación particular, pero para este busqué correrme un poco de los lugares acostumbrados para generar situaciones nuevas, sacudir un poco el aburguesamiento. Paralelo a eso pasó que la banda se fue consolidando, así que se dio todo de manera natural, y en el vivo nos gusta dejarnos llevar y que cada tema dure lo que tenga que durar”. 

En esas presentaciones en vivo, el baterista Miguel Fernández sostiene el pulso del viaje mientras Paul Ock, Nico Clement y Leandro Battaglia rotan junto a Bodie en guitarras, bajos, sintes y voces, formando entre todos una constelación en movimiento continuo con notas que quedan flotando suspendidas al final de cada canción hasta que arrementen con la siguiente: “Los chicos son esencialmente guitarristas pero tocan diferentes instrumentos, así que está buenísimo aprovechar todo eso”, afirma Bodie, y concluye: “El hecho de ir rotando en vivo hace que las canciones vayan sumando nuevos colores tímbricos y otras dinámicas, y eso hace que la música definitivamente se enriquezca. Y además es muy divertido... ¿Que más puedo pedir?”.