Julia nació y vivió durante toda su larga vida, frente al río, o, mejor dicho, como le gusta aclararlo cada vez que puede, al costado del Paraná, ya que sólo es al mar al que uno puede verlo de frente, a los caminos de agua dulce, desde cualquiera de sus orillas, estamos condenados a mirarlos lateralmente como silenciosos testigos de una fuga constante de agua, barro y tiempo. 

Ella conoce todas las tonalidades del espejo marrón como si fuese un pescador, deshoja su soledad conversando con el sutil murmullo de las olas con la frecuencia que lo hace un marinero y le escribe versos de amor eterno como la poeta que es. Asegura que está llegando al estuario, que el viento sur le trae un inconfundible aroma a sal marina, más no teme convertirse en océano porque siempre su curiosidad fue más potente que cualquier fantasma. 

Amante de la luminosidad de la llanura, suele usar noche y montañas para explicar con metáforas algunos conflictos existenciales. Habla de la necesidad de escalar la empinada colina del desaprendizaje, descartando en la subida conocimientos inútiles que nos alejan de la creatividad. Como ex alumna de las hermanas Cossettini, es reincidente en el relato del hecho traumático que le resultó la intervención de su escuela Serena, habla de un dique, de un antes, en el que aprendía jugando y de un después, en el que se sintió encorsetada en una armadura de disciplina, marchas militares y miedos. 

Los momentos dichosos en los que creaba libremente con arcilla animales fantásticos, se convirtieron, de repente, en la obligación de amasar choricitos para la fabricación de platos y jarrones, iguales en forma, tamaño y color. Los días en los cuales, junto a otras compañeras y compañeros provenientes de familias ateas o practicantes de la religión judía, tuvieron que pasar las horas de catequesis encerrados en la biblioteca, los recuerda como el mejor castigo que sufrió en su infancia, ya que en estas circunstancias adquirió su amor por la lectura. 

Desde aquel momento, prefiere leer libros procedentes de bibliotecas populares, percibe entre sus páginas no sólo el alma del escritor, también la de todos aquellos que acariciaron sus hojas con la intención de soñar despiertos. Ama la forma de pájaros volando que adquieren los textos abiertos y compartidos, con la misma intensidad que detesta los tomos cerrados, no leídos y apilados cual ladrillos vistos decorando interiores de casas frías. Mantiene intacto el hábito de devorarse el matutino junto al desayuno, aclara que el diario se dobla y no se vuelve a leer, de la misma forma que al buzón de la correspondencia se abre una vez al día. 

 Como aguda observadora del comportamiento humano, resume su preocupación advirtiendo que, si alguna vez mujeres y hombres manejaron celulares, en la actualidad ocurre lo contrario, añora el tiempo en que los teléfonos estaban atados a un cable con la misma fuerza con la que considera idiotizante que la gente viva encadenada a un aparato. 

 No cree que los jóvenes no lean, sospecha que nunca lo hicieron con tanta frecuencia, el problema consiste en lo superficial de sus lecturas, según mi amiga, hoy el resumen Lerú sería una enciclopedia para muchos lectores compulsivos de memes. Amanece dos veces las mañanas que me ilumina con sus charlas. Procuro intervenir con fechas o acontecimientos que recuerdo en el momento como quien arrima ramitas secas a una fogata que no desea que se extinga. 

Con el alma expuesta en su mirada, arde en cada exposición y defensa de todo aquello de lo que está convencida, sin la necesidad de pretender tener razón en ninguno de los grandes temas de la existencia humana, los mismos que nunca cambian. En una oportunidad me atreví a preguntarle si no creía que ya había pasado de moda dicha pedagogía, que la sociedad actual perseguía otros fines. " Nadie ama lo que no conoce", fue lo primero que me contestó, para después, contarme con ternura que en la década del 40 había sufrido el rechazo de los estudiantes " normales", el alumnado del pueblo Alberdi era visto como un conjunto de niños raros, por no decir tontitos, por sus pares pertenecientes a los colegios del centro de Rosario. "Pero para quienes habíamos sido atravesados por la cultura general, los saberes de la escuela sumados a los populares de extramuros, estábamos empapados de sentido de cooperativismo, solidaridad, libertad y sobretodo, entendíamos que todo pensamiento debía comenzar por los sentidos, se nos hizo muy fácil aprender las equivalencias de la formación ortodoxa". 

Me explicó también que al dominó se gana jugando con las fichas del adversario, considera que los padres tienen miedo de que sus hijos se mueran de hambre como artistas, conscientes de que pocos llegan a conocer el éxito, la fama y el dinero. Partiendo de este nefasto sentido común, en dónde se prioriza el tener antes que al ser, habría que explicarles que el objetivo final es no amputarles imaginación y fantasía en su etapa de crecimiento, para que siempre puedan sentirse parte de los atardeceres y sean capaces de temblar viendo la luna subir al cielo chorreando agua por entre las islas, buscando su propia luz no precisarán consumir tantos objetos innecesarios para sentirse plenos. En otras palabras, sólo estaríamos repitiendo una verdad universal, "rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita". 

Cada vez que termino enceguecido por el resplandor de su lucidez, me pregunto si en realidad alguna causa noble puede darse por perdida o si en realidad, más allá de la necesaria resistencia organizada, siempre existirán quijotes trajinando por la barrosa llanura, encarnando principios, dispuestos a enfrentar la peor de las locuras, dejarse morir. Ayer a la mañana, antes de dedicarle éstas líneas, me sentí un ingenuo al solicitarle a Julia una definición concreta sobre el amor. 

Fingiendo amablemente mi exabrupto y después de aclararme que a su entender las comparaciones no eran odiosas, más bien servían, en ocasiones, como un recurso legítimo para explicar lo inexplicable, me dijo, " vea...si la locura es una enfermedad, el amor entonces también lo es, ambas preceden a la razón, para curar la primera de las patologías existen varios tratamientos, para la segunda, han inventado el matrimonio".

Al regresar al kiosco, me encontré con una joven madre que buscaba una revista para su hijo. El pibe estaba en la luna, chupando la crema pastelera de una factura, mirando la nada, flotando en un mundo de fantasías al que nunca más podré regresar por más que lo intente. Tomé un cuento para pintar que traía plastilina de regalo y sin dudar le dije a mi clienta como aprendiz de discípulo, "esta revista seguro que le va a gustar, siempre y cuando no lo obligues a que haga choricitos".

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