Desde Doha

Veo, veo...

Veo que a las cuatro y media de la tarde ya es de noche y se encienden las luces como si fuera Navidad en Nueva York. Las palmeras se rodean de lamparitas de neón, los edificios cambian de colores según la ocasión, como el camaleón, pero siempre en tonos brillantes. Tienen las formas más raras, cilíndricos, curvos gemelos, hexagonales. En una torre de 40 y pico de pisos sobresale una gigantografía de Messi, pero Messi es más gigante todavía adentro de la cancha, cuando hace todo bien en la jugada previa y en la definición, por entre las piernas del canguro más grande y termina con la resistencia amarilla.

Veo, veo…

… que no veo lo que imaginaba, y la fantasía de ver no sé cuántos partidos por día se desvanece y abre la realidad de las caminatas interminables que alargan los tiempos. Bajás cinco pisos de escaleras mecánicas hasta el centro de la tierra, estirás las piernas, subís a uno de los siete vagones de la línea roja, amarilla o verde y llegás, te parece que llegás, porque desde la última estación hasta el estadio hay un camino con obstáculos, mientras te guían o te desorientan los voluntarios con sus megáfonos al mango. Los tipos tienen obsesión por los altoparlantes. En el camino a los estadios, en los espacios en blanco, recién se callan cuando empieza el juego y suena la música más maravillosa que es la de las hinchadas, sobre todo la nuestra.

Veo, veo…

Que el metro anda solo, a control remoto, y va como a 40 kilómetros por hora, lleno en las horas pico que son la de partidos, y uno se pregunta qué será de todo esto cuando se termine el Mundial. Mucho celular, mucho hincha ruidoso y cero libro o diario. Ni siquiera guías Michelin, que ni deben existir más.

Veo, veo…

…animales en los billetes de cinco riads, caballos y camellos, a la medida de Marquitos Peña, un caballo gigante en la puerta del Hotel Kempinsky, un ciervo rojo en la entrada al mall del Carrefour y algunos otros bichos virtuales, pero no veo perros, apenas un par de gatos callejeros jura que vio mi compañero Adrián De Benedictis. Gatos de los otros, tampoco.

Leo, leo…

Que no todas las declaraciones son de compromiso. Gündogan dijo que sus compañeros no ponían los chucruts que hay que poner ya antes de quedar eliminados; Cavani dijo que hay que preguntarle a Alonso porque Uruguay juega como juega; el técnico de Australia se agrandó Chacarita con que le había ganado a Argentina en los Juegos Olímpicos; y los mexicanos cabrones como Hugo Sánchez le echan la culpa al “Tata” Martino de haber entregado el partido con Argentina.

Veo a Leo…

Lo veo hecho un pibe a sus 35 años, parece que no está en la cancha, que la camina y de pronto en medio de la oscuridad del equipo, en sus momentos más críticos enciende las luces altas, amaga, gambetea, clarifica y encima de todo cruza la pelota en los momentos justos y la manda a guardar. Messi y Mbapé y Richarlison, que hizo un gol extraordinario, el ghanés Kudus, a Busquets, que las da todas redondas, a Pedri, Foden, el portugués Bernardo Silva, Van Dijk, a Casemiro lo veo, pero no lo veo a Courtois, que pintaba para ser el mejor del Mundial y fue un desastre, y Lukaku, que perdió goles que quedarán en la historia. Y no lo veo al fanfa de Cristiano Ronaldo que festeja como propios goles de sus compañeros, y quiero que se recupere Neymar para toda la alegría de la gente. Y veo que me quedo con las ganas de un histórico Brasil-Uruguay por culpa de un gol coreano que no estaba en los planes de nadie.

Veo, veo...

Veo camisetas de Boca, de River, de Central, de Newell’s, de Flamengo, de San Pablo, de Peñarol, de todos los clubes y de todos los países y, sobre todo, veo camisetas celeste y blancas. Nuevas y viejas. Compradas en la Saladita, en los negocios oficiales, o en algún mercado de la India. Nueve de diez llevan en la espalda el 10 de Messi. “Yo hincho por Argentina”, dicen los tacheros que son de Nepal, de Filipinas, de Bangladesh, de la India o de Omán. “¿No hay cataríes que trabajen de taxistas?”, pregunto inocentemente. En realidad no hay cataríes en laburos de servicio; son ceos, gerentes, dueños de la pelota. Viajan en Lamborghinis, Mercedes, BMW, autos lujosos, lustrosos, joyas nunca taxi.

Veo, veo...

Que los policías de negro y rojo meten miedo; que te revisan cuando estás por entrar, cuando entraste y cuando salís y te dicen “your welcome”, pero te ponen cara de guarda con lo que traes ahí; que los voluntarios tienen directivas precisas y son supercordiales, pero jamás improvisan ante lo inesperado y no resuelven; que los fideos al óleo nos evitan restaurantes carísimos; que la pizza tiene más tomate que queso, pero se banca; que el vino no falta en la casa de nuestra anfitriona…

Y por último, cuando entramos en la etapa más importante del campeonato y seguimos en carrera, juego al veo con un par de colegas optimistas.

-Veo, veo…

-¿Qué ves?

-Una cosa

-¿Qué es?

-Que vamo a salir campeone otra vez, como en el ochenta y seis.

(Soñar no cuesta nada)