Imagínense a las puertas de un espacio donde los espera la escultura en dimensión extrema de una mujer desnuda y tallada en madera. La barbilla en alto, su pierna izquierda levemente adelantada y los brazos en jarro desafiando el horizonte despoblado del Pasaje Rivarola. Es una réplica en idéntica escala de “Bella”, la estatua-homenaje a las prostitutas del Barrio Rojo en Amsterdam que la artista inglesa Jimini Hignett instaló en el Museo de la Mujer Argentina para su muestra “Todo sigue igual”, y denuncia “el concepto falso de que la explotación sexual y los cuerpos tarifados de las mujeres es trabajo”.
No es la primera vez que Hignett está en Buenos Aires pero es su debut en esta última edición de La Noche de los Museos, excusa perfecta para quedarse hasta mediados de diciembre y mejorar su baile de tango en las milongas. “Me fascina esta ciudad por su intensidad y sus leyes de avanzada en cuestiones muy sensibles para las mujeres y las diversidades sexuales. Es un gran campo de ideas y movilizaciones.” Todavía la conmueve la tormenta del Paro Nacional de las Mujeres, al que acudió envuelta en telas negras y se dejó llevar por una multitud que nunca antes había visto. “Participé en muchísimas protestas, pero nada se iguala con lo que viví ese día. ¡Y esa lluvia! ‘Confirmado, Dios es hombre’, les dije a las que me rodeaban. ‘Miren el temporal que nos están mandando’. Fue duro, y aun así nadie abandonó la marcha. Seguimos hasta el final por las que no están y por todas las que luchamos.”

© Jimini Hignett
© Jimini Hignett


La muestra multimedia que culmina el 30 de noviembre revela en muchos sentidos su búsqueda, acaso declaración de principios impresa en uno de los textos que cuelgan de las columnas del Museo: ¿Cómo hacer arte cuando todo está jodido? “Es pregunta y respuesta, es la cuestión que me pregunto cada vez y el discurso que trato de sostener. Porque estoy haciendo arte de los dramas de otras y otros. ¿Quién soy yo para hacer arte de esas desgracias? ¿Estoy abusando de personas vulnerables? Y al mismo tiempo es un camino de solidaridad y de hermandad con esas personas segregadas, al borde de sí mismas.” Sus dibujos y retratos son crudos –‘no puedo hacer dibujos lindos para exponeren el mundo; mi trabajo tiene que ver con la invisibilidad”–, no emplea filtros que destaquen o ensombrezcan luces que no siempre le juegan a favor en esos ambientes estrechos, donde mujeres africanas o de Europa del Este rescatadas de la trata para explotación sexual en Holanda, intentan recomponer lo que quedó de sus vidas. 
“Elegí la prostitución porque es una bandera en Holanda y me toca muy de cerca como mujer. Viven con anteojeras para poder autodenominarse el país más liberal del mundo y para sostener el gran negocio de la prostitución. Hasta el alcalde de Amsterdam participa de un video institucional en defensa del Barrio Rojo y de su fama mundial. Venden merchandising de miniaturas donde mezclan tulipanes, suecos y molinos de viento con figuras de mujeres desnudas posando, las  piernas abiertas en imanes, ceniceros y postales, un montón de mierda costosa para turistas.” 
Jimini trabaja como voluntaria en un refugio para mujeres sobrevivientes de trata subsidiado por el Estado, aunque prefiere decir que es “una compañera de crisis”. De allí surgió su libro Mulier sacier, que escribió a partir de relatos encendidos por el engaño de la captación, las líneas de fuga de sus comunidades en Africa subsahariana o del bloque oriental europeo, por otros entornos violentos y por las desigualdades de origen. “Esas historias develan entramados sociales plagados de misoginia y abuso, y exponen la dolorosa e inquietante realidad en el núcleo de la industria de la prostitución. Revelan la tenacidad de un supuesto derecho masculino y los privilegios de raza y clase.” 

Constanza Niscovolos
Jimini Hignett


 Así como en la serie de videos Monólogos de la prostitución que integra la muestra, detalla las trayectorias de cuatro mujeres indocumentadas hasta convertirse en cautivas de un proxenetismo devastador contado por actrices y actores en un primer plano hipnótico y con intención de proteger sus identidades, las fotos extraídas de Mulier sacier defienden ese anonimato esta vez con bolsas de papel que tapan las cabezas de esas rescatadas pero también les provee un rostro nuevo, dibujado con manos repentinamente infantiles. “Ellas tomaron los pinceles y las témperas y dibujaron sus rostros en el papel madera mientras se miraban al espejo. Tener una máscara te da poder sobre los otros, no logramos verlas mientras que esas otras que son pueden observarnos, aunque en lo personal me genera un sentimiento contradictorio porque una bolsa sobre la cabeza tiene signos que remiten a la tortura y al castigo.”
Los Países Bajos legalizaron todos los aspectos de la prostitución en el 2000, incluidos burdeles y proxenetismo bajo la categoría de “profesiones normales”. Se calcula que produce una renta equivalente al 5 por ciento del PBI holandés, cifra sólo superada por los ingresos del sector de armas. El riesgo de clausurar esta megaindustria podría ser una de las mayores razones por la que el gobierno holandés se resiste a reconocer el sufrimiento derramado en miles de mujeres. “Y apoyado por una fuerte propaganda política e institucional, como la revista La trabajadora sexual, publicada por el Centro de Salud en la Prostitución”, explica Hignett. “Es una publicación costosa subvencionada por el gobierno que promueve la idea del sexo como trabajo regulado y contiene entrevistas a ‘propietarios’ (proxenetas).” El lado B son las sugerencias para las mujeres en letra chica, recomendándoles tomar algún curso de defensa personal. En esa promoción tramposa de normalidad que hasta arranca la sonrisa plastificada de la reina Máxima, se inscribe el peligro de no diferenciar entre la prostitución forzada y la voluntaria, dice la artista, porque nubla las nociones sobre prostitución encubriendo hasta las violencias intrínsecas y haciendo invisibles las experiencias de las mujeres. En 2006, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUCD) ubicó a Holanda en el grado de “país de destino: muy alta”. Es uno de los diez países del mundo que ostentan esa calificación.
Cuando se le pregunta sobre el debate argentino en torno al abolicionismo, los proyectos de reglamentación y la prostitución como trabajo sexual, no vacila en responder “no es trabajo”, en tanto no existe una elección genuina. “Estamos atravesando momentos de desigualdad estructural en el mundo. No podemos naturalizar la paga para poder tener sexo, es una violencia estigmatizante. No soy puritana, pero creo que decidir cuándo, cómo y con quién tener sexo es una especie de regalo. Entiendo que desde un determinado feminismo dicen ´yo soy libre y elijo si quiero vender mi cuerpo´, pero en realidad esas mujeres están sufriendo un abuso. Y lo saben.” ,

Todo sigue igual. Hasta el 30 de noviembre. Martes a sábados de 15 a 20 en el Museo de la Mujer Argentina. Pasaje Rivarola 147. CABA.