El jueves de la semana pasada el Malba inauguró “En el principio”, la muestra de la gran fotógrafa norteamericana Diane Arbus (Nueva York, 1923-1971), curada por Jeff Rosenheim, curador en jefe de Fotografía del Metropolitan Museum de Nueva York. La muestra del Malba se compone de una selección de un centenar de fotos tomadas por Arbus entre 1956 y 1962, cuando se lanza a las calles de Nueva York, luego de haberse dedicado a la producción de fotos de modas.

Diane Nemerov, hija de una familia judía dueña de una gran tienda en la Quinta Avenida, se casó en 1941 con Allan Arbus, con quien trabajó en la producción de fotos para revistas. A partir de 1960 publicó fotos en Esquire y Harper’s Bazaar, entre otras publicaciones destacadas de EE.UU. En 1963 recibió la primera de sus dos Becas Guggenheim. En 1967 sus fotos fueron exhibidas en el MoMA. Arbus se suicidó 1971. Al año siguiente su obra fue incluida en el pabellón estadounidense de la Bienal de Venecia. Ese mismo año, el MoMA presentó una gran muestra con sus fotografías. A lo largo de las décadas que transcurrieron desde su muerte, la obra de Arbus fue creciendo en influencia; se han organizado muestras por el mundo, publicado libros y una película basada en su vida (Retrato de una pasión, 2002).

La mayor parte de las fotos de la exposición pertenecen al Archivo Diane Arbus de The Metropolitan Museum -adquirido en 2007 a los herederos de la artista- y permanecieron inéditas hasta la exhibición realizada en Nueva York en 2016, luego de varios años de estudio del archivo.

Aquellos siete años de registro callejero de Arbus fueron lo contrario de la moda, de la publicidad y del consumo. Porque la moda busca  dictar lo que debe usarse hoy y “lo que se viene”, junto con la promoción de modos de vida. Arbus, en cambio, se sumerge en el fluir de su entorno, fuera de todo patrón normativo, hacia antimodelos de profunda humanidad, muchas veces desde los bordes freaks. 

El tejido social neoyorquino es el contexto urbano de Arbus, donde también habían ejercido sus miradas fotográficas Paul Strand, Walker Evans, Garry Winogrand y Lee Friedlander. Según explica Jeff Rosenheim: “Todos estos fotógrafos desarrollaron estrategias para mantenerse apartados y desligados de las personas a quienes retrataban, convencidos de que, en tanto documentalistas, la legitimidad de su registro dependía de que ellos mismos jugasen un papel menor o ninguno en absoluto. Por contraposición, Arbus buscaba la conmoción de un encuentro personal directo: ‘Para mí, el sujeto de la foto es siempre más importante que la foto. Y más complejo’, escribió”. 

“Desde el comienzo -sigue el curador-, Arbus consideró la calle como un lugar lleno de secretos que esperaban ser desentrañados. Incluso en sus primeros estudios de transeúntes, sus retratados parecen mágicamente liberados –aunque fuese una liberación solo pasajera– del flujo y el tumulto que los rodea. Algunas veces este aislamiento es efecto del foco selectivo; otras se debe a la paciencia o la persistencia del fotógrafo; a veces es mera casualidad. Sin importar su origen, el resultado es un singular aire de introspección. Como reacción a Arbus y su cámara, sus sujetos se muestran como si estuvieran solos frente a un breve atisbo de sí mismos en una vidriera o un espejo. El intercambio que sucede a ambos lados de la cámara –de ver y ser visto– plantea preguntas existenciales al retratado, preguntas que, por último, se transmiten también al espectador”. 

La mirada de Arbus se relaciona con las personas fotografiadas sin juzgarlas, desde cierta complicidad, logrando mostrar lo que las diferencia, lo que las caracteriza, aquello que en todo caso las desplaza del lugar modélico. 

Muchas veces sus imágenes se posan en lo rareza, en lo sutil o decididamente monstruoso, para ahondar en una diversidad profundamente humana. Como señala el curador, “el papel de outsider curiosa de Arbus con el tiempo fue perdiendo fuerza en favor del de una insider privilegiada”.

La exhibición presenta el mismo tratamiento museográfico que en el museo neoyorquino: un recorrido cronológico por una especie de bosque de columnas, con baja iluminación, que coloca al visitante en un lugar cercano al del voyeur, que espía uno y otro lado de cada columna, y va de una columna a la otra, en medio de una puesta en escena marcada por el ritmo de la repetición de las columna. La estructura encolumnada al mismo tiempo otorga institucionalidad, solidez y una espectacularidad atenuada por luz, a un conjunto de pequeñas copias en blanco y negro que registran situaciones, personajes y “fenómenos” cuyo carácter anónimo y (en varios casos) frágil, no parece haber perseguido tales propósitos.

Junto con el esfuerzo del Malba por presentar la muestra de Arbus (entre una serie de muestras de artistas internacionales no latinoamericanos), cabe preguntarse por el modo en que el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires elige su inscripción en el mapa de los museos de la región. En todo caso, tal vez el gesto del Malba (presentar una muestra del Met sobre una artista clave de la cultura norteamericana), podría pensarse como paradójico en relación con el gesto de Arbus: mientras la fotógrafa se fugó de la moda hacia el fluir de su entorno, el Museo saldría del fluir de su entorno (el arte latinoamericano) para entrar en la moda.

La exposición finaliza con un conjunto de diez fotos –de la colección del SFMoMA– que Arbus realizó entre 1970 y 1971 e incluye sus célebres retratos de las Gemelas idénticas y el Gigante judío en casa con sus padres en el Bronx.

* Vista parcial de la muestra en el Malba, en Avenida Figueroa Alcorta 3415, hasta el 9 de octubre.