6 de julio de 2003. La Selección Nacional de básquetbol todavía no llevaba el mote de Generación Dorada; Gastón Gaudio y Guillermo Coria ni siquiera imaginaban disputarse una final de Roland Garros; y Manu Ginóbili acababa de lograr el primero de sus cuatro anillos de la NBA.

Lejos quedaron aquellos acontecimientos históricos. En ese contexto, aquel domingo 6 de julio de 2003, también lejano en el tiempo, Roger Federer derrotaba al australiano Mark Philippoussis en la final de Wimbledon y estrenaba su vitrina de trofeos de Grand Slam. Nada menos que 14 años después, volvió a coronarse en el All England, esta vez tras vencer al croata Marin Cilic con una superioridad que realmente asusta.

El tiempo es infalible para todos. El suizo, sin embargo, parece hacerle frente. Con casi 36 años, aprendió el arte para engañar al paso de los días. Como la cigarra, tantas veces lo mataron y tantas veces resucitó. Luego de un 2013 para el olvido, inició el camino de la reinvención. Levantó el teléfono, convocó a Stefan Edberg y empezó a exhibir un tenis de ataque que todavía hoy conmueve al planeta de la raqueta. Tras dos temporadas con el sueco, con quien volvió a posicionarse bien arriba en el circuito, incluyó al croata Ivan Ljubicic en su equipo de trabajo y cosechó frutos de oro.

Inactivo durante seis meses por una lesión de rodilla, comenzó esta temporada más fresco que nunca. Ganó el Abierto de Australia, arrasó para volver a ganar el doblete Indian Wells-Miami y dejó pasar con inteligencia la gira europea de polvo de ladrillo con el afán de abordar el césped con reservas de energía. Y facturó con creces: logró su 8° título en Wimbledon, dejó atrás los siete de Pete Sampras y levantó su 19° trofeo en certámenes de Grand Slam, una plusmarca que será difícil de igualar.

Mientras varios tenistas de su generación ya llevan un tiempo fuera de las canchas, Federer sólo piensa en ganar. Y los números hablan por sí solos sobre su longevidad. Alcanzó las 91 victorias en Wimbledon y se erige como el máximo ganador del certamen tras desempatar este año con Jimmy Connors, quien suma 84. Su récord de éxitos en Grand Slams no para de crecer: ya son 321 y bien lejos quedaron los 237 de Novak Djokovic y los 233 del propio Connors, quien además ostenta la mejor cifra en otros dos rubros: 1256 victorias totales y 109 trofeos del circuito. El suizo se acerca paulatinamente con 1111 triunfos y 93 títulos (uno menos que el checo Ivan Lendl).

El objetivo de principio de año que apuntaba a alcanzar el Top 8 del ranking luego de Wimbledon quedó totalmente empequeñecido. Ni el mismísimo Federer se imaginaba en un momento tan onírico a esta altura de la temporada. “Mentiría si dijera que no estoy sorprendido por lo que logré hasta aquí esta temporada y por lo bien que me siento”, expresó el nuevo número tres del mundo, quien quedó a sólo 1205 puntos de Andy Murray con nada por defender hasta fin de año.

Para dimensionar este título, hay que destacar que Federer es el segundo hombre que gana Wimbledon sin ceder un solo set en el camino después del sueco Björn Borg en 1976. De hecho, el suizo sólo lo había logrado en otro certamen grande: Australia 2007. Su nivel de tenis fue tan gravitante que no encontró oposición alguna en el sendero hacia la copa.

“Si los coches tienen cinco marchas, Federer tiene diez”, disparó el alemán Boris Becker, uno de los grandes campeones de este deporte. Sorprende a todos la manera en que el suizo, con la edad que tiene, consigue manejar la velocidad de los partidos a su gusto. Los rivales juegan con sus reglas y no encuentran las respuestas para contrarrestar semejante juego de anticipación.

Cuando todos creen que Federer no podrá exhibir una versión mejor, justo cuando parece haber alcanzado el techo de la perfección, vuelve a patear el tablero. Sólo dos jugadores fueron capaces de vencerlo este año. Evgeny Donskoy lo hizo en Dubai y Tommy Haas, en su última temporada como profesional, consiguió doblegarlo en Stuttgart. “Siempre podré decir que le gané a Federer sobre césped el año en que sumó su 8° Wimbledon”, manifestó el alemán, ex número dos del mundo.

El sueco Edberg, quien lo acompañó en el regreso a las grandes ligas, fue tajante y directo: “Ante mis ojos, Federer es el mejor jugador de la historia”. ¿Realmente se puede aseverar semejante afirmación? El tenis es muy extenso y cuenta con grandes leyendas que marcaron todas las épocas. El australiano Rod Laver, por caso, fue campeón de los cuatro grandes en 1962; se convirtió en profesional en 1963 y estuvo cinco años sin jugar los torneos de Grand Slam hasta 1968, cuando comenzó la Era Abierta. Y volvió a conquistar los cuatro Majors en 1969. Más hacia aquí en el tiempo, Borg ganó 11 torneos de Grand Slam en 27 participaciones y se retiró con sólo 26 años. Federer sigue vigente y lidera una época dorada que comparte con monstruos de la talla de Rafael Nadal, Novak Djokovic y Andy Murray, pero la historia es demasiado larga como para afirmar que es el mejor de todos.

Lo cierto es que en julio de 2017 ya casi no quedan bastiones de la entrañable Generación Dorada; Gaudio y Coria llevan casi una década retirados; y Ginóbili aún no resolvió el dilema de su continuidad como profesional. Federer, no obstante, continúa en lo más alto y parece tener el celular del doctor Emmet Brown como principal arma en la batalla contra el tiempo, el rival más difícil de todos.