Tras el sorpresivo anuncio de la vicepresidenta, hace un par de semanas, diciendo que no sería "candidata a nada", en superficies y subsuelos de la política criolla primó un desconcierto en todos los órdenes de esta república, incluso el deportivo. Quizás no se notó en las primeras horas, cuando al estupor siguió el silencio. Pero ningún sector político se pronunció ni velozmente ni con claridad. Y quedó la fuerte sensación de que por un tiempo no habría luces sino sombras.
Como fuere, el oficialismo fue remolón (es su estilo, se dirá) y también lo fue la oposición, que se organiza día a día y opera en tono ladino, macaneador e insincero, tal su rumbo cierto hacia el inminente 2023.
Por susto o picardía, las recriminaciones al interior del peronismo no salieron a superficie, y las pocas que hubo fueron más bien familiares y sólo para calmar ansiedades. Y así la danza de posibles sustitutos de la dama insustituible giró apenas en torno a nombres ya hiperagendados: Sergio Massa y Alberto Fernández. Así se cubrieron facilongamente, aunque con firmes expresiones del sindicalismo, las previsibles agendas del poder y el contrapoder.
Lo cierto es que el renunciamiento de Cristina fue un inesperado patadón al centro del tablero político, que todavía no se rearma. Con gran parte del ecosistema K todavía boyando entre la sorpresa y la amargura, el Frente de Todos demoró en reconocer que tiene por delante el trabajoso desafío de armar una estrategia electoral de cara al año electoral.
Y fue en ese contexto que el Mundial futbolero en Qatar empezó a ocupar el escenario y, sobre todo, a llamar la atención de millones de compatriotas que, hartos de la mishiadura generalizada, la falta de horizontes esperanzadores, la desfachatez de la In-Justicia y la mentira sistemática de los mentimedios, empezaron a mirar a la Selección Argentina de Fútbol como algo más que el deporte nacional por antonomasia. Y así el futbol no sólo empezó a ocupar un lugar groso sino que desplazó a la política y la economía.
Eso generó sanas ilusiones en una sociedad desencantada como la porteña, y también en la harta de frustraciones que es el país profundo. En típico estado argentino de "sí pero no, y si no quién sabe", y a despecho del debut con derrota ante Arabia Saudita, fue como si el inconsciente colectivo recordara de pronto que todos los campeonatos mundiales desde hace décadas tienen a la selección argentina como candidata, pero la realidad siempre presenta un factor externo que frustra a la que se autoestima como una de las dos mejores canteras de futbolistas del mundo (la otra es Brasil). Y así este año en la evolución del seleccionado nacional pareció haber algo que pintaba "para otra cosa". Que se concretó ayer.
Mientras tanto la dirigencia peronista –de entrada convencida de que "los votos de Cristina son de ella y no se trasladan"– pareció desconcertada de sólo imaginar la ausencia de "la Jefa" en cualquier futura boleta electoral. Lo que dio paso a chismes y especulaciones sobre cómo llenar ese vacío imposible de llenar.
Y a la vez resonó con fuerza en los oídos de la variopinta tropa cristinista la idea de que "ahora todo el mundo tiene que hacerse cargo", la que circuló en muchas capillas peronistas, en algunos casos como mandato y en otros recriminación.
Ese cimbronazo político se sintió –y se siente todavía– dentro y fuera del FdeT y más allá de especulaciones con tales o cuales posibles candidatos futuros. La decisión de CFK puso en evidencia, entre otras tantas cosas, que debajo de ella el nivel organizativo de muchos de sus seguidores es muy pobre y carece de fuerza propia.
Quizás por eso a partir de su renunciamiento muchos grupos de militantes parecieron haber perdido el rumbo, y ésa sería la explicación de que no salieran espontáneamente a las calles ni "armaran quilombo" como habían prometido. Y del silencio gubernamental, ni se diga. De donde la conclusión es obvia: el actual desconcierto es visible y no sólo en las militancias sino en las dirigencias. Lo que parece más grave.
Quizás por todo esto fue impactante el silencio que rodeó y rodea aún hoy la renovada condena que padece Milagro Sala en estos días y ante la que sólo hay leves reacciones frente al renovado grotesco del Zar de Jujuy, que no cesa en su afán de recondenar a la cárcel a Milagro Sala. Dislate jurídico que –asombrosamente– no es un escándalo nacional ni movilizó al feminismo en pleno. Que salvo unos pocos pronunciamientos y condenas sectoriales, hay que decir que es absurdo que se junten más firmas para que no se ejecute a un futbolista iraní que para exigir la definitiva libertad de una luchadora social.
Confusiones y oscuridades son, en cierto modo, la política misma de este país en el que exigir el indulto presidencial a esa mujer debiera ser causa nacional en lugar de ser otro agravio a la voluntad popular. Pero ya se sabe que mirar para otro lado es costumbre perversa de los poderes políticos argentinos. Cuya tolerancia y silencio frente a la dizque Justicia parece ya una mezcla de cretinismo, sumisión y suicidio político que solo la Casa Rosada no ve. De ahí sus muchas y constantes inacciones, prefiriendo la silenciosa contemplación del mismo paisaje decadente que parece práctica sigilosa de partidos, agrupaciones y hasta hace poco exaltadas militancias juveniles.
Pero la gravedad de la situación no se debe solamente a la sistemática elusión del Presidente. Son muchos más los que entregan el Paraná mientras negocian con Israel; se bajan los lienzos ante las patotas del FMI; no dicen ni mú del golpe de estado en Perú, y ahora callan ante la bestialidad humana, jurídica y política de recondenar a una militante social indoblegable. En medio de esos silencios, el Canal Magdalena no se hace.
Y en estos contextos, y en cuanto se silencien los fastos deportivos provistos por los señores Scaloni, Messi y sus camaradas, es de esperar que el pueblo argentino repudie la soberbia del Supremo Jujeño que cobarde y perversamente se desvive por reenviar a la cárcel a Milagro Sala, seguramente hoy el caso mundial más infame de injusticia. Y para quien ya es hora –y esta columna hace punta– que empiecen a llover cartas a la Academia Sueca para que le otorguen el Premio Nóbel de la Paz este mismo 2023. Hay todo un año para hacer campaña internacional por esta causa que es urgente universalizar y que internacionalizará el reclamo por su libertad, a la vez que expondrá mundialmente el fascismo imperante en las sedes judiciales de este país.
Tarea fundamental para esta hora, debería entendérsela también como poderosa acción en salvaguarda de la Paz y la Democracia. Porque, corresponde escribirlo, de lo contrario aumentará el riesgo de pésimo gusto de que dentro de unos meses veamos a muchos peronistas y progres pidiendo votar al Sr. Massa como la expresión menos horrible del infierno.