Quizá la primera respuesta sea una vieja y querida fantasía: sirve para poder pisar un espacio pretendidamente sólido dentro del cosmos, y sentir que se pertenece a un lugar propio y seguro.
Una vez asumido esto como cierto, se ponen en discusión viejos asuntos, mucho más antiguos que los planteados por Giordano Bruno y aun por Galileo Galilei, como la propiedad. Y ahí entra todo: sirve para estar, para contemplar o para disfrutar de ella, para contaminarla en beneficio propio o ajeno, o como cantara Serrat hablando del mar: para joderla “por ignorancia/ por imprudencia/ por inconciencia/ o por mala leche”. Eventualmente sirve para esconder y también para sembrar.
En todo caso la respuesta dependerá de a quién y cuando se le pregunte.
En junio de 1997, por ejemplo, se encontraron los restos del Che Guevara. que treinta años antes la tierra había escondido (ayudada por algunos militares bolivianos) a la vera del aeropuerto de Vallegrande. Encontrarlos fue un arduo trabajo de muchísimo tiempo. Sacarle cosas a la tierra no es para cualquiera, así se trate de arrancarle un secreto, clavando forzadamente una picota, o sacarle comida enterrando una semilla y cuidándola hasta verla servir. Es arduo, moroso, rudo. La tierra no se deja así nomás. En lo que se vaya a hacer con ella, la decisión personal (y aun la colectiva) influye, pero no es decisiva, porque la tierra tiene sus cuestiones. Tanto es así que recién tiempo después de hallar la osamenta del Che y sus 6 compañeros, se encontraron los restos de Tamara Bunke, Tania, la guerrillera, que también había escondido la tierra, tapada incluso bajo el basural de ese pueblito valluno. Todos sabían dónde estaba. Nadie sabía dónde estaba. Los datos eran esquivos y la tierra mantenía su silencio. Todo escondido bajo la basura que los Vallegrandinos fueron acumulando allí, sin saber que eran parte de una martingala armada para esconder ese secreto, que fuera develado trabajando más de un año con sol y con frio.
Tras los hallazgos, el medico cubano Jorge Gonzales repetía sin descanso que aquello era el resultado de más de un año de riguroso trabajo “porque acá se hicieron las cosas en orden”. Finalmente no sería la primera vez ni la última que alguien encuentra o saca maravillas de la basura. Y de la tierra.
En todo el mundo y debido a la angurria de algunos, enfrentada a la necesidad de otros, la tierra acaba siendo un problema por resolver, lo cual habla de la inteligencia del ser humano que por avidez de acumular algo que sobra, ha generado hambre entre sus pares de especie. Ningún otro animal consiguió eso jamás.
En fin, disculpas, la cabeza guarda recuerdos y me fui por las montañas, cuando de lo que quería hablar era del resultado final de un grupo de mujeres que en Moreno decidieron usar, trabajar, amar unos pedazos de tierra que se mostraban como inútiles, escondiéndose debajo de montes, chatarras, y aun de basurales.
De esto veníamos hablando con Marisa “Maru” Nallino, mientras recorríamos unos invernáculos donde cinco mujeres azadón en mano, desmalezan y cargan en carretillas y dan vuelta la tierra de los surcos para que descanse: “esto era basural y monte cerrado. Claro que viendo esos surcos verdes ahora, resulta imposible imaginar cómo lo recibimos, pero bueno, ya todo esto es una cooperativa de función agrícola.”
Pero claro que no se llega hasta ahí de la nada. Antes hay que limpiar el basural, sacar la basura para descubrir lo que está ahí abajo, o desmontar las matas de raíces durísimas y eternas dejando no solo el sudor sino a veces los pedazos de piel, y luego dar vuelta la tierra para prepararla para la siembra. Y tampoco se llega ahí de la nada, porque antes hay que decidir usar esa tierra que “tiene dueño” y eso no sucede por generación espontánea, alguien tiene que hablar con esos dueños y convencerlos de la importancia del bien común que casi nunca coincide con el beneficio individual. Y todo esto no “se hace”, alguien tiene que hacerlo, pero antes, ese alguien tiene que tener la autoridad para intentarlo en nombre de la tropa de mujeres que están dispuestas a poner el lomo por entusiasmo o necesidad. Es una guerrita de una constancia rigurosa sin ninguna fantasía.
Y podría ir mucho más atrás, pero los puntos finales se inventaron para no hacer eternas estas crónicas. Así que mientras caminábamos por los invernaderos sembrados donde fuera el basural de Cuartel V, la escucho a Maru, que con una amabilidad que hace olvidar los cincuenta grados que hay ahí adentro, explica que el proyecto es “totalmente de mujeres, desde Mariel Fernández, que en cuanto asumió la intendencia armó lo equipos y habló con los dueños de los lotes y los convenció, hasta Violeta, que cosecha la producción.”
Violeta tiene veinte años y está embarazada, y la pone contenta venir a trabajar “con las compañeras, porque hay mucho clima de colaboración. Se trabaja, que es lo que una quiere, y también me olvido de mis problemas”. Problemas de los que, mirando su vaso de agua, me dejará en claro que no habla.
Belén, también embarazada, ofrece un mate a la sombra del techo de palma que está al lado de los invernaderos. Extendida en un sillón de mimbre, apoya su mano sobre la mesa de madera cruda y suelta una carcajada cerrera: “yo ya voy a tener, me faltan dos o tres semanas, ella y yo estamos con licencia por embarazo y acá nos tienen, porque puede hacer falta algo y nosotras no le tenemos miedo a nada, había que ver lo que era esto, ramas, basura, monte, olía a mierda y había que pelear con unas ratas grandes como gatos. No sabés lo que fue trabajar al sol o con frio. ¡Más de un año! pero había que sacarlo adelante. Es nuestro proyecto”. Propongo hacer una parrillada con el gallo colorado que acaba de pasar espantado saltando sobre la mesa y corriendo entre nuestras piernas, pero no se puede porque “es buen compañero”. En fin, cosas de la vida.
Maru habla y explica solo cuando se le pregunta. Agrónoma de profesión está todo el tiempo en el lugar, guiando el trabajo, pero asume que el protagonismo no le pertenece porque “acá se hicieron las cosas en orden. Primero Mariel Fernández ya conocía las necesidades, ella viene remando de lejos, conocía todo esto de siempre y convenció a los dueños de las tierras, después llamó a Daiana Anadón, otra mujer que es un tractor para avanzar, ejecutiva, práctica, con visión, y ellas armaron este equipo que somos nosotras, que apoyamos en la línea de fuego”.
Acá, en donde era el basural de Cuartel V gobierna la siembra, la cosecha, el mate y la carcajada y quizá sea por eso que dicen que Moreno es donde florecen mil flores. Y si no es por eso no me importa. Para mí sí.
Aquí se trabajan cuatro hectáreas, pero el proyecto total tiene hoy cien hectáreas cultivadas que aportan a la economía popular de Moreno, y Maru explica que la decisión política de Mariel es tener trabajo y precios populares, lo que no solo le permite a la gente consumir sano y a bajo costo, sino que eso hace que la producción crezca. Y claro, que haya más trabajo. O sea, más mujeres felices.
Aquí bajo este techo improvisado que da buena sombra, no se declama la plurinacionalidad: Adriana la paraguaya, Victoria, la santiagueña, Lidia, la cochabambina, y las morenenses Belén y Violeta, y las otras veinte compañeras van hoy a una asamblea a discutir que se va a hacer con la plata de todas y quien va a tomar que tareas, para seguir sembrando y cosechando y sacando la cooperativa cada vez más adelante. Unas con su panza de embarazo, otras, como Victoria, con una férula “porque pisé mal y se rompió el tobillo pero ya pasará”, y otras llevando el mate para todas, para decidir y arrancar mañana a las 5 de la mañana porque las berenjenas del invernadero 3 ya están listas para sacarlas, y “en invierno se trabaja largo, pero con este calor, vamos desde las cinco hasta la una de la tarde” y cuando le digo que desde las once el calor es insoportable en los invernaderos y el sudor en los ojos no te deja ni mirar, la respuesta es “ ¡es que así ahorramos en gimnasio!” y la carcajada relámpago de Belén se multiplica por todas.
En fin, las mujeres de Moreno saben para que sirve la tierra: sirve para ser feliz.