a Lorena Y.

 

La sensibilidad es el auténtico motor de la H/historia.

La mujer está del otro lado y me mira desde lo alto, aunque físicamente podríamos suponer estar en la misma llanura. ¿La mirada es el inicio de la relación? ¿Todo vínculo es indicio de dominación? La mujer es bella; ese fragmento "romántico" excede el juego de instintos y equilibrios. Su inteligencia podría ser otro detalle; pero es la calma, la profunda sensibilidad fluyendo desde su ser lo que permanece en el instante. Sensibilidad hecha energía cubriendo los rasgos cotidianos del instante perdurable (a) infinito.

La otredad es una canción. Unica.

La chica luce largos cuarenta y esplendor, alza la mirada desde los papeles escritos y empieza hacerme una pregunta. Algo de esfinge y rigor de precipicio. Es parte de su oficio.

El tiempo siempre es una resta. "When I get older, loosing my hair".

Entre nosotros hay un escritorio. No me está haciendo una entrevista laboral, no me está tomando una denuncia en una seccional. Junto al escritorio hay una balanza para humanos, en una pared hay un poster con letras y números en distintos cuerpos de tipografía para analizar la vista, el almanaque con pinturas impresionistas es la propaganda de algún medicamento. La doctora en medicina me hace una pregunta después de leer mi historia clínica. Antes de que termine de hacerla, "algo" me lleva a circunstancias de ficción.

"Todos mienten". Preguntas. No hay ningún bastón apoyado en el escritorio ni una pelotita de tenis ni la chica está abriendo un frasquito de Vicodín. "Está usted en un desierto caminando por la arena cuando de repente". No estamos en Los Angeles ni en octubre de 2018. Dr. House ft. Blade Runner. ¿Soy un paciente o un "replicante".

La profesional termina de hacer la pregunta y me observa como la investigadora que es. En verdad, me está repitiendo la pregunta, es la tercera vez que la hace.

Silencio animal.

La frontera entre lo íntimo y lo social no tiene murallas de alambres de púas ni las instancias burocráticas de la racionalización. En estos tiempos irresueltos, cuando "todo" quiere empezar y "nada" quiere decir adiós, respirar entre el ecocidio y los gobiernos que "nos merecemos", es un desafío. Soy lento en reacciones "inteligentes", busco entre los recovecos del momento las palabras adecuadas para no mentir ni decir la verdad. No las encuentro.

La ciencia es una ilusión que no sabe bailar.

Sin que la suavidad abandone su mirada, la chica me da una tregua o me perdona. Repasa los resultados de los "estudios" y me dice que todo está normal excepto algo de colesterol HDL, que sólo tengo que "bajar un cambio", caminar una hora por día, comer sano, nada de harinas ni azúcar. Más legumbres, frutas, verduras y pescado. Nada de sal.

La salud no existe, es apenas una batalla contra la enfermedad perenne que llevamos desde que nos dan la partida de nacimiento.

Los modos de la doctora y los resultados de los "estudios" son un abrazo de gol en el minuto 93. Una alegría interminable. Me contengo en "mi" silla, quedamos para dentro de seis meses, que si siento alguna molestia vaya antes. Nos saludamos.

Me da "cosa" confesar que soy un adicto a lo "público", que cada vez que me atienden como corresponde en un sitio "no privado", la derrota pierde. Se borran del almanaque de mi dolor el 20 de junio de 1973, la sonrisa de los payasos asesinos inmediatos, la impotencia política y local de los Testigos de Carlitos Marx y la boludez endémica que se derrama de la ideología desclasante provocada cuando el mayor contrarrevolucionario argentino del siglo pasado distribuyó el mayor porcentaje del PBI sin tocar un centímetro cuadrado de la tenencia de la tierra obtenida en genocidios.

La derrota vuelve a perder algo.