El 77 por ciento de las mujeres que respondieron contó que sufrió al menos una situación de violencia obstétrica. El 49 por ciento de ellas dijo que el personal de salud se dirigió a ella como si fuera incapaz de comprender los procesos que atravesaba; el 41, que la atención en el parto la hizo sentir vulnerable, culpable o insegura; el 35, que le resultó difícil o imposible el diálogo con el personal de salud, que no respondía sus inquietudes o temores o lo hacía de mala manera. El 34 por ciento recordó que no pudo tener contacto inmediato con su bebé recién nacido porque el personal de salud se lo llevó antes; un mismo porcentaje contó que, aunque en la sala de partos dijo claramente que estaba incómoda en esa posición, debió parir acostada boca arriba.
Al 31 por ciento, el personal de salud la criticó porque lloró, gritó, expresó alegría o se mostró emocionada. El 28 escuchó cómo quienes tenían la responsabilidad médica de acompañar su parto hicieron comentarios irónicos, descalificadores o chistes sobre cómo se comportaban ellas.
El 30 por ciento fue obligada a quedarse en la cama durante el trabajo de parto, aunque ella quisiera caminar o buscar posiciones en que se sintiera más cómoda. El 29 por ciento no pudo estar acompañada por gente en quien confiaba, porque el personal de salud se lo impidió. Luego de parir, el 20 por ciento se sintió en fala, por no haber cumplido la expectativa de colaboración que los agentes de salud esperaban de ella. 
Los índices más altos de violencia obstétrica se registraron entre las entrevistadas de Tierra del Fuego, Misiones y Santiago del Estero. Además, afectó especialmente a mujeres de entre 14 y 17 años.