En el año 1999, un grupo de “chicos de la calle” se sentó a la mesa televisada de Mirtha Legrand. No estaban allí para contar sus tristes historias ni para ser estigmatizados. Pocos días antes habían salido en la tapa de los principales diarios del país porque habían protagonizado una obra de teatro en La Manzana de las Luces. La obra, dirigida por Franco Ghil, se llamaba “Amanecer bajo los puentes”, de Armando Tejada Gómez, escritor argentino que también fue un chico de la calle.

Debe haber pocas imágenes tan dolorosas como ver a niños y niñas en situaciones de extrema vulnerabilidad social. El periodismo sabe perfectamente que la nota sensiblera “garpa” y también sabe de ética aunque la viole. Por eso es que no debería ser necesario volver a enumerar las múltiples leyes que violan al estigmatizar la pobreza, la marginalidad y, por sobre todas las cosas, la posibilidad de defenderse ante quien esgrime el poder.

Pero también desde el periodismo es posible mostrar logros y proezas como la de los chicos artistas que salieron en todos los medios, o como los chicos y chicas del Caina, el Centro de Atención a la Niñez y Adolescencia, cuando en otras épocas presentaban sus cerámicas, sus fotos y sus artesanías en el Centro Cultural Recoleta. Ellos eran entrevistados y lo hacían desde la alegría, desde la creatividad. Así, devolvían a la sociedad la imagen de quien, estando incluido, con un abordaje profesional integral, puede salir adelante.

Es fácil meterse con el más débil, escarbar en su casa, en las pensiones que recibe, escudriñar lo que come, o escuchar sus relatos, que por tratarse de niños muchas veces son fantásticos y sobredimensionados. Estos relatos, en manos de un periodista avezado e inescrupuloso, dispuesto a seguir desangrando a la víctima, son luego consumidos por cientos de miles de espectadores ávidos de información (y de morbo).

Las cifras son contundentes: no han aumentado los crímenes perpetrados por niños y adolescentes pero sí el encarnizamiento hacia ellos. Los crímenes protagonizados por chicos son excepcionales, pero la reacción negativa de la sociedad hacia ellos crece exponencialmente. ¿Es allí donde exorcisan su miedos? ¿Creen fehacientemente que bajando la edad de imputabilidad va a disminuir la inseguridad?

Muchos hemos asistido a situaciones en la vía pública en la que un chico es interceptado por algún supuesto robo. Si el presunto ladrón es atrapado, la violencia que descargan sobre él es letal. Desde golpes o palizas hasta linchamientos acompañados de frases como: “a éstos hay que matarlos” o “hay que encerrarlos y no dejarlos salir más”, entre otras.

La respuesta ante estas cuestiones debería ser: más chicos en la escuela, políticas públicas integrales y educación sexual, entre muchas otras. Sin embargo, esa misma sociedad estigmatiza a las personas que necesitan de esas políticas con calificativos como “vagos” o “planeros”. Y entonces todo se hace más difícil de entender. Aún nos falta crecer, comprender y ponerse en el lugar del otro, del prójimo, e integrarlo, perder ese miedo patológico que sólo lleva al caos. Pensemos que un pequeño cambio positivo para la gente que no tiene nada puede cambiarle rápidamente la vida.

El niño entrevistado en el programa PPT no es una radiografía, ni una foto, ni tan sólo una nota inmunda, más cerca del show que del periodismo invocado. Es el resultado de la injusticia, es gran parte de nosotros mirando para otro lado. Ese chico es un niño que también mira dibujitos, que si tuviera la posibilidad de elegir entraría a una juguetería donde su mamá, con orgullo, le compraría el juguete que le gusta. Sería un alumno inquieto, le gustaría que le contaran cuentos antes de dormir en su habitación rodeada de sus héroes preferidos. En cambio, un grupo de periodistas y de medios craneó para él otra historia, llena de villanos que lo persiguen y lo señalan.

Q Especialista en infancia.