Desde Cañuelas
Transeúntes ocasionales que aciertan pasar por el Maxi Kiosco Crazy, de Santa Fe 440, en Alejandro Korn, al entrar a comprar se sienten intimados por una voz cavernosa e impostada que no saben de dónde proviene. Otros, que ya conocen el local y tienen certezas sobre su existencia pero no pertenecen a la zona de proximidad, lo buscan detrás del mostrador, se codean y le sacan fotos a escondidas como si el comerciante perteneciera a una extraña fauna. “Me jode, eso me sigue jodiendo, para qué te voy a engañar”, se confiesa Rubén Rojas, 51 años, un metro treinta de estatura y una manera de hablar –resulta paradójico- a lo Largo, el mayordomo de Los Locos Addams, la serie en su formato televisivo de los ’60, recreado en escenas fugaces en Merlina.
Un viaje a España el año pasado, le cambió la vida. Hasta entonces su militancia como persona de talla baja se limitaba a ser objeto de burlas o a tratar de desenvolverse dentro de un ecosistema discriminatorio, previsto para seres de medida estándar, cuarenta centímetros más altos que él. En Asturias descubrió que su lucha debe tener como objetivo visibilizar el discurso de un mundo abordable para todxs como algo perentorio, y que no es una entelequia pensar en adaptar y rediseñar los lugares y servicios de uso público. “Es lo que se necesita para que nos sintamos respetados”. Lo comprobó con una cuenta simple: viajó solo y tuvo mayor autonomía que la que había tenido jamás en cinco décadas.
Con motivo del Día Internacional de las Personas de Talla Baja y la gestión de la médica del Hospital Garrahan Victoria Fano, encargada del área de pediatría para la talla baja, Rubén conoció a dos españolas representantes de ALPI con su problemática, que lo invitaron a un intercambio. Auspiciado por ALAPA, la Asociación de Enfermedades Poco Frecuentes en la que él trabaja de manera permanente, Rojas supo que había otro universo y que la accesibilidad no era una utopía. Allí comprobó cómo con decisión gubernamental y privada todo puede fluir en forma amigable. Rubén ya había comenzado a sociabilizar su conflicto y el de su colectivo desde hacía unos años, tras haber sido un joven depresivo y poco comunicativo hasta su adolescencia: “Tras el viaje me empoderé, me di cuenta que puedo difundir mejor lo que nos pasa y pelear de otra manera por lo que necesita nuestro colectivo. Ahora tengo más herramientas”.
En su local se ayuda con un pequeño arsenal de elementos que le permiten adaptarse a objetos que no están pensados para él, como los cajones a los que trepa para despachar bebidas desde una heladera comercial de pie. Un suplemento le permite manejarse desde el mostrador, cosa que no le pasa cuando va a comprar a otros negocios y muchas veces el comerciante lo ignora o decididamente atiende a clientes que están detrás porque no lo ve o, simplemente, lo ignora. En aquellos comercios en que se saca número jamás logra acceder al dispensador que los porta.
-No puedo operar con cajeros automáticos. No llego. Ni hacer transacciones en los bancos de manera presencial porque los mostradores son muy elevados. Tampoco me puedo mover en transportes públicos si no voy con mi madre o algún amigo, o le solicito a otro pasajero que me ayude. Los colectivos paran lejos del cordón y ese es todo un drama. Y cuando logro subir no puedo pasar la tarjeta SUBE por el lector. Me queda alto. Tampoco puedo llegar a un timbre. Necesito cooperación de alguna persona que pase justo por el lugar al que yo voy. También se me complica en los baños públicos, tengo que ir al baño de discapacitados y es común que en muchos sitios se encuentren cerrados y nadie sepa dónde está o quién tiene la llave. Los únicos medios de transporte en que me puedo manejar solo son el Metrobús y el Subte, cuyas dársenas de ascenso están a nivel del vagón o la unidad.
Las reuniones con amigos tampoco son amables aunque los libera de culpa y cargo: “Sé que no es a propósito, pero tienen naturalizado organizar juntadas en bares con sillas altas o banquetas y yo, si voy, paso un calor bárbaro. No me lo hacen a propósito”. Y vuelve a arremeter contra lo que considera el mal mayor: la idea de un diseño universal, pensado para personas que midan 1,74 o más, se volvió un hecho inadmisible para su ideario.
Desde su cuenta de Instagram @negri_ruben asiste a otros que pasan por lo que él ya pasó y, sigue pasando, pero con otra dosis de filosofía. Su experiencia en España, como quedó dicho, le dio otra cintura para manejar situaciones con una carga dramática densa. “Muchas veces los mensajes son angustiantes, gente que atraviesa una profunda depresión, entonces los trato de relajar con mi experiencia y, fundamentalmente, porque el viaje me abrió otro panorama y creo que dándole visibilidad a nuestro colectivo y luchando por nuestros derechos va a mejorar nuestra situación. Es posible”.
Rubén siempre tuvo inclinaciones artísticas. Le gusta la locución, y ha hecho algunas pasantías en una radio de esfera municipal con uno de sus primos, tras rebotar en varios casting por una cuestión de imagen. “Por ahí no te escucharon hablar y ya te dicen que no sos la voz que buscaban. Te das cuenta que no quieren tener a alguien de tu talla frente al micrófono y punto”. También tiene el berretín de ser relator de catch, actividad en la que ha incursionado en troupes alternativas, en una etapa en que la actividad tiene expresiones conurbanas y no un mercado mainstream en la Argentina. Como una asociación casi natural hablamos de Titanes en el Ring, su programa preferido, y de manera tangencial de una parodia que realizara José Marrone en los ’70 al ciclo de Martín Karadagian, con aquellos payasos que fueron conocidos como Los Enanitos de Marrone. Rubén nunca intentó la comicidad y reniega de la actividad circense en la que se ciñó la fenomenología de la gente pequeña: “A mí no me molesta que una persona de talla baja tenga aptitudes cómicas y se pueda desarrollar como cómico. Lo que siempre me jodió es que no se rieran por lo que ellos hacen sino por lo que son. Yo pasé etapas donde la sociedad era aún más denigrante, más burlona y estaba naturalizado que eras el enano y estabas para la cachetada o hacer de bufón”.
Pero sin lugar a dudas, en términos de arte, su vocación es el baile folclórico y, en particular, el malambo. Estudió danzas desde los 12 hasta los 18 años y obtuvo muy buenas calificaciones, además de tener una proverbial destreza para las coreografías, sin embargo, cuando se armaban los ballets y pese a destacarse más que otros compañeros, jamás fue elegido. Él se daba cuenta por qué y tenía la prudencia de no exponer a sus profesorxs aunque era víctima de la crueldad que conllevaba la elección y el armado de los elencos bailables para las presentaciones en público.
--Me destacaba mucho, está mal que yo lo diga, pero debo haber sido el primer bailarín de talla baja. Siempre ensayé y me preparé con compañeras de talla estándar y hacía muy buenas coreografías, y en lo que a baile se refiere eran parejas perfectas, a todos les llamaba la atención. Pero por el prejuicio, a la hora de que se armaban los elencos quedaba relegado. Al tiempo de eso, de algún modo, aunque a veces la denigraban, me sentí representado por Noelia Pompa que bailó en el programa de Tinelli con Hernán Piquín y demostró que si uno tiene capacidad no importa si es bajito o alto. Fue bicampeona, de hecho. Pero yo lo hice antes y me defendía, todo lo que me tocó hacer lo hice de correcto para arriba –sonríe.
La baja talla en sí no es una enfermedad, sino un síntoma. La displasia que afecta a Rubén se conoce como acondroplasia, y es una de las tantas variantes que existen. “Me gusta cuando me hacen una entrevista o puedo a dar a conocer los padecimientos de mi colectivo. La talla baja sin difusión, tiene dos caras. Por un lado, estás a un costado de todo, y te hacen sentir como un marginal, como si no existiera. Pero sí, existe, y si la ven es para burlarse”, levanta apenas el tono grave.
--A los niños le llamamos la atención, es lógico. Pero sus padres a veces se pierden la oportunidad de enseñarles. Hace relativamente poco, un nene me señaló y le comentó a su mamá: “Mirá ese hombre chiquito”. Y la madre que tenía la ocasión de hacer algo un poco más instructivo, le dijo: “No, no es un hombre chiquito, es un enanito”. Ni hablar cuando vas a una tienda, nunca me pude comprar una prenda sin tener que arreglarla… eso después de bancarte que te digan si vas a llevar ropa de nene o que están esperando que por tener una altura baja hables en una tonalidad de niño o que tu mentalidad sea infantil. Todo eso lo he vivido como algo cotidiano. Son los prejuicios que nos tienen.
El cuentapropismo fue una salida que tuvo que ver más con su necesidad que con su espíritu de emprendedor, cansado de presentarse en entrevistas donde su CV era cajoneado sin ser analizado. “A la gente como yo le cuesta conseguir trabajo porque para ellos no vas a aportar por un tema de imagen, te miran y ya te das cuenta lo que están pensando”. Rubén, antes de ser comerciante, atendió el teléfono de llamados de pasajeros en una remisería y fue cadete en una academia de música. “Que las personas de talla baja no accedan a trabajos formales tiene que ver con la discriminación”, sentencia. “Yo tenía a un conocido con acondroplasia que sabía mucho de música y estaba muy calificado para trabajar en una disquería pero nunca lo llamaron tras pasar la audición. El dueño no se lo dijo a él, no se animó, pero sí se lo confesó a su hermano: ‘Disculpame pero no lo tomó porque es enano’”.
Rubén arrastra dolores espirituales pero ha logrado superar cualquier resabio de resentimiento y cree que la madre de todas las causas en materia del marco legislativo, es propugnarse para que se discuta la Ley Nacional de Talla Baja, tras la promulgación de la Ley 6.565 que decretó en el marco de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, desde 2022, que todos los años el 25 de octubre se considere “Día de las personas de Talla Baja”, en concordancia con la fecha internacional. Así mismo, es difusor a través de su red social de la actividad de la Asociación Civil Talla Baja Argentina, una ONG que nuclea a personas de todo el país; y de Aconar (Acondroplasia Argentina), una Asociación Civil que nace con el objetivo de promover un mayor contacto, información, orientación y contención entre personas con Acondroplasia y otras Displasias Esqueléticas que causan Enanismo (ADEE).
El estereotipo ligado a las personas con dificultades de crecimiento dedicadas al humor tiene un correlato en la híper sexualización y aquellas absurdas teorías de esquina. “Ya sé a qué te referís, a la lo de la L invertida, y todas esas pavadas. Esos estigmas son complicados para nuestras relaciones, nos cuesta formalizar un trabajo y lo mismo pasa con una relación de pareja. Si no te encontrás con otra persona de talla baja es muy difícil ser aceptado. Y por miedo a ser discriminado, también te autolimitás. Por eso es bueno que podamos hablar, que nos lleguemos a expresar y a decir lo que nos pasa… Eso ayuda y para eso hay que difundir”. Convencido de que dar entrevistas y promocionar al colectivo es de enorme validez para mejorar el entorno, a Rubén lo siguen angustiando aquellos comentarios retrógrados que a veces recibe. Pero ahora no lo socavan sino que lo rebelan.
--Si me dicen enano, me enojo. Eso no ayuda, no beneficia. Es una frase ofensiva e hiriente, no existe el enano dicho con buena onda, eso es mentira. A mí me duele siempre. Es como decirle mogólico a alguien, son palabras que deben quedar en desuso. Las tenemos que desterrar… Yo ya no voy a crecer, eso está claro, pero como sociedad podemos crecer…