Un niño de dos años pierde su brazo en un accidente doméstico. Los padres corren al hospital más cercano. Le detienen la hemorragia y lo estabilizan, si se descompensó. A partir del accidente, hay una ventana de tiempo de seis horas para operar y reimplantar, antes de que el miembro seccionado segregue toxinas que pondrían en peligro la vida del niño. ¿Y después? ¿Qué pasa después? ¿Quién y dónde hace cirugía de reimplante?.

La respuesta depende, en cierta medida, del azar y de la buena voluntad de un grupo de traumatólogos infantiles de hospitales públicos del conurbano, que dejan de lado su agenda de guardias y turnos y, si pueden, reprograman otras cirugías para hacer frente a la emergencia. Los “salvabrazos” no existen formalmente, no hay en todo el sistema de salud, ni público ni privado, en ninguna provincia, un equipo quirúrgico destinado a implantes infantiles, de guardia para actuar rápidamente en caso de emergencia.

Que la historia tenga final feliz o no depende de una cadena de llamados contrarreloj para conseguir médicos, quirófanos, anestesiólogos, e instrumentistas. Los médicos se conocen entre sí y saben quién hizo antes ese tipo de cirugía, entonces lo llaman o tratan de conseguir su teléfono, a través de algún amigo común, generalmente también médico de hospital público.

“El año pasado hicimos unas diez de estas. En Nochebuena operé a un chiquito de Pilar, antes había hecho uno de San Miguel”, afirma el Dr. Ernesto Varone, que trabaja en el Hospital Pediátrico Dr. Federico Falcón de la localidad de Del Viso, partido de Pilar; en el Hospital Central de Pediatría Dr. Claudio Zin de Malvinas Argentinas; y en el Hospital Universitario Austral de San Isidro. Es, además, jefe de servicio de miembro superior y mano del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde lleva más de treinta años de experiencia.

No existe todavía un equipo formalmente dedicado a este tipo de cirugías porque hay un problema de subregistro. Yo sé que hubo al menos diez, porque los atendí, pero no hay una estadística provincial ni mucho menos nacional", cuenta a Buenos Aires/12. "Por ejemplo, hay infinidad de accidentes de amputación distal, de falange, pero la respuesta suele ser la sutura y el paciente queda como Lula, cuando lo indicado para niños es el reimplante, para no condenar a un niño a pasar toda su vida con uno o medio dedo menos. Si se hicieran esos reimplantes, no sería tan complejo ni azaroso hacer reimplantes de brazo o antebrazo. El problema central no es que no nos paguen por operar, sino que la posibilidad de operar o no depende de que justo estemos disponibles en el momento posterior al accidente”, describe.

Generalmente, operan con Varone los doctores Diego Piazza, Mauricio Lizziero, Miguel Paz y Pablo Zancolli. Todos ellos trabajan el hospitales públicos de norte y noroeste del conurbano e integran la Sociedad Argentina de Ortopedia y Traumatología infantil.

“Lo que hacen en el primer hospital es clave, tanto con el paciente, para estabilzarlo, como para conservar el miembro amputado. Si el paciente llega estable, puede ir derecho al quirófano, de lo contrario pasa por terapia intensiva. Si lo recibimos a cuatro horas del accidente, nos quedan dos para operar”, cuenta. Si el paciente tiene o no obra social no cambia las cosas, porque los recursos disponibles, humanos y materiales, son los mismos. Se trata de una cirugía compleja, que requiere la intervención simultánea de dos o tres profesionales. Para ellos, tampoco es sencillo “llegar y operar”, en un lugar que no conocen.

Varone pone como ejemplo lo que ocurre en el plano internacional. “Hay países que, todas las semanas, y rotativamente, liberan un equipo de cirujanos de la salud pública para destinarlos a esa clase de emergencias. Después hay que hacer una evaluación, ¿qué es más accesible? ¿traer al paciente en un vuelo sanitario o llevar el equipo?”, se plantea.

El traumatólogo cuenta que en los últimos tiempos se hicieron operaciones exitosas en el hospital El Cruce, de Florencio Varela, y que las otras instituciones que los reciben son el Posadas y el de Hospital de Niños de La Plata. El quirófano se consigue también en base a relaciones personales y buena voluntad, es decir informalmente. “Yo trabajo en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, por eso muchas veces termino operando ahí”, ejemplifica.


La enfermedad del secarropas

Un altísimo porcentaje de estos casos que terminan en amputación y requieren reimplante son por el denominado “accidente o enfermedad del secarropas”. “En casi todos los hogares hay un secarropas centrífugo, que tiene más o menos la misma altura de un nene de dos o tres años. Por el tipo de movimiento de la máquina, si un chico mete el brazo, hay serio riesgo de que se lo seccione, total o parcialmente. Primero se produce una fractura ósea y luego las astillas de ese hueso hacen como una sierra, que corta tendones, músculos, arterias, etc. Hace muchos años, frente a una ola de accidentes domésticos, hubo reclamos de usuarios y consumidores y los secarropas incorporaron un freno, que se activaba automáticamente al abrir la tapa. Pero ese freno se va gastando, en un momento deja de funcionar y vuelve el peligro. Recuerdo un caso de una nena que se le cayó el chupete dentro y metió el brazo para buscarlo ”, describe Varone. 

En 1998 la Secretaría de Industria y Comercio emitió la resolución 1.655, que establecía normas de seguridad que debían cumplir en adelante los secarropas centrífugos, que no disponían hasta entonces de sistemas automáticos de frenado ante su apertura. La preocupación sobre el tema había surgido a partir de un trabajo realizado por los médicos del Hospital Garrahan, que mostraba el aumento de la incidencia de esos casos. 

La resolución establecía que a partir del año siguiente debían estar acompañados por un cartel o etiqueta de advertencia: ­­"Atención!! Este aparato contiene un tambor que trabaja a muy alta velocidad. No permita que los niños manipulen este aparato y manténgalos alejados durante su funcionamiento. Desenchufe el aparato cuando no lo use. Recomendaciones del mismo tipo deberán incluirse en los manuales de los secarropas". Además, se les daba a los fabricantes unos meses de plazo para incorporar un sistema de frenos. 

Varone afirma que se requiere una campaña de concientización, para que los padres sepan el riesgo que implica tener un secarropas centrífugo en la casa y accesible para los chicos. “Y formalizar un equipo quirúrgico”, agrega, para que el éxito del reimplante y el futuro del niño o niña no dependan de la vocación heroica de un grupo de profesionales.

Este diario no logró detectar el origen del apodo "salvabrazos", con el que los aludidos parecen un poco incómodos. Sin embargo, así son conocidos en su ámbito de actuación: así figuran en la libreta de contacto de más de un médico de guardia del conurbano bonaerense.