Los asesinatos violentos recorren la agenda del espectáculo mediático con discursos que asocian a los responsables de estos hechos con la monstruosidad. Existe una comodidad en caracterizar como monstruosos a quienes participaron de un asesinato. El problema son “Ellos”, los monstruos. No nosotros.
Sin embargo, muchos varones hemos participado en peleas grupales. En ellas ejercimos una violencia a partir de un mandato que asocia la masculinidad a las demostraciones de dominio y poder. La violencia, cargada de la lógica del aguante, se nos presenta como una reafirmación de la pertenencia a un determinado grupo.
Los mandatos de la masculinidad hegemónica se reproducen en las barras de clubes, en las disputas territoriales, en los colegios. Violencia que también sufrirán las mujeres cuando son cosificadas y los varones que no responden a los roles y estereotipos de género.
La antropóloga y activista feminista Rita Segato manifestó en una reciente entrevista publicada en Página 12, que "si no existiera una estructura de género, una estructura de la masculinidad, ese crimen no se habría cometido. ¿Quién es el culpable? La culpabilidad suprema está en un mundo que no es capaz todavía de desmontar el mandato de masculinidad”.
El enfoque mediático manda que mejor no hablemos de esto, no nos cuestionemos, no reflexionemos sobre la violencia masculina. Mejor el problema son “Ellos” y “que se pudran en la cárcel”. Porque el otro discurso recurrente en la agenda es la Criminología mediática: nos propone una sociedad dividida entre buenos y malos, donde la solución a los conflictos será punitiva y violenta.
El doctor Raúl Zaffaroni afirma que la criminología mediática “proclama una confianza absoluta en la función preventiva de la pena”. Nos propone resolver todo con más cárcel: con más detenciones, durante más años, generando más sufrimiento. Pero ¿de qué sirven cárceles sobrepobladas, en condiciones precarias y sin dispositivos que traten la violencia?
Según Esteban Rodriguez Alzueta, ensayista e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, “en la severidad, la Justicia deja de ser justicia y se confunde con el espíritu de revancha, de venganza social. Las penas perpetuas son el residuo de otra época, cuando no se reprochaban las acciones sino a los individuos que habían sido devaluados a su barbarie. Y esta sentencia quiere estar a la altura del monstruo que construyó el espectáculo mediático”.
La matriz cultural de estos discursos tiene, además, un componente racista. Hay jerarquizaciones y vidas que valen menos. Por eso, cuando un joven en situación de pobreza es brutalmente golpeado porque presumen que robó un celular los medios hegemónicos no se indignan. No será un tema de la agenda mediática, no tendremos vecinos indignados, ni habrá condenas “ejemplares” del poder judicial.
La violencia machista, las violencias naturalizadas que sufren los jóvenes en situación de pobreza, la violencia institucional que se reproduce en los espacios de detención legitimada por un sentido común punitivista y las pedagogías mediáticas de la crueldad son distintas caras del mismo problema.
Resolver los problemas estructurales y cuestionar las prácticas que sostienen estas problemáticas requiere que miremos más allá de los monstruos que nos propone la criminología mediática. Problematicemos las bases que sostienen y reproducen la matriz cultural de estas violentas para construir una sociedad más justa y equitativa.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Especialista en Comunicación y Culturas UNCO. Profesor de la Universidad Nacional de Río Negro.