Producción: Natalí Risso
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Cuanto peor, mejor
Por María Florencia Ojea (*)
Hace pocos días, y pese al verano infernal que inauguró el mes de enero, la mesa de Juntos por el Cambio cerró sus reposeras y se abalanzó en una de sus primeras estrategias electorales del año. Se trata de una serie de comunicados en donde vaticinan que la situación económica de la administración actual de Alberto Fernández -con hincapié en la “excesiva” deuda y emisión- es una “bomba de tiempo” que estallaría en el año 2024.
¿Estallaría en manos de quién? Por lo pronto, la utilización del terror económico con una finalidad política es una operación -aunque irresponsable- poco novedosa y tiene un objetivo evidente: accionar sobre los agentes económicos actuales para impedir el financiamiento del Estado. El razonamiento es sencillo y funciona casi a modo de profecía autocumplida: cualquier inversor que hace una lectura de este pronóstico catastrófico desestima, de mínima, cualquier posibilidad de entrar a financiar al Estado si es que no saca su dinero ya invertido (lo que se conoce como corrida). En efecto dominó, este dinero se va al contado con liquidación, aumentando la brecha y generando tensiones cambiarias, que podrían llevar a las empresas a afirmar la imposibilidad de cumplir con los Precios Justos, lo cual derivaría en un aumento de precios. El momento es también el mensaje: el comunicado busca generar un escenario de inestabilidad económica que quieren capitalizar en términos políticos. Cuanto peor, mejor.
En cuanto al peso de la deuda, el primer punto refiere a un “aumento récord del endeudamiento público, equivalente a 83 mil millones de dólares, que genera una crisis de financiamiento en pesos”, que dicen además, será imposible de pagar por la próxima administración. Lo primero a mencionar es que, una vez más, confunden y hacen confundir la composición de la deuda argentina: suman la deuda del tesoro con un mecanismo de financiamiento del Banco Central y, fundamentalmente, mezclan la deuda en dólares y en pesos, y la unifican en un monto “dolarizado”. El problema en nuestra economía y en cualquiera no es netamente tener deuda, la mayoría de los países del mundo la tienen. El punto es cuánta, con quién, en qué moneda y bajo qué condiciones.
Ni hablar del para qué. Así, el endeudamiento durante la gestión de Alberto Fernández: a) ha sido mayoritariamente en pesos (en un país que emite pesos); b) es fundamentalmente intra-estado; c) y es en ley argentina. Características éstas radicalmente opuestas al acuerdo firmado con el FMI en el 2018 (Argentina no genera dólares, les debe a los 189 países del FMI y no se rige bajo nuestra ley).
Pero caben mencionar dos cuestiones más. La oposición critica que el proceso de recompra (de títulos públicos) hace perder reservas. Estamos hablando de un stock adicional de deuda de 1.000 millones de dólares en el marco de una deuda recibida del macrismo de 100.000 millones. A esa comparación no sólo le falta un 0 (cero) sino que le falta memoria. Por otro lado, el peso de la deuda en dólares respecto al PBI, la más difícil de pagar, no sólo no subió sino que bajó diez puntos desde ese 45 por ciento que dejó Macri en el 2019. ¿Cómo mejorar este guarismo? Con crecimiento, un elemento interesante a mencionar si se tiene en cuenta que en el período 2015-2019, la deuda en dólares fue además a la par de la retracción del PBI.
El segundo punto que denuncia el comunicado es el peso de la emisión sobre el PBI y la “utilización abusiva de instrumentos financieros”. Al analizar la evolución (2015-2022) del peso de los pasivos remunerados sobre el PBI -instrumentos que emite el BCRA (Lebac en época de Macri, Lequic hoy)- se puede ver cómo aumenta su cantidad en la medida que el Banco Central emite esos títulos para absorber los pesos que hay en la calle. Fundamentalmente hay dos grandes picos. El primero es el año 2018 con un 11 por ciento de PBI en pasivos remunerados, que podían comprarse indiscriminadamente y con el agravante de que la liberalización cambiaria permitía a esos compradores dolarizar esas ganancias en pesos y fugarlas al exterior. La denominada “bicicleta financiera” fue efectivamente lo que pasó y ese esquema de emisión de deuda del central, sin regulación cambiaria sí fue una bomba de la cual la mesa de Juntos por el Cambio decide no hablar.
El segundo pico fue en la pandemia del 2020, donde el Estado tuvo que salir a financiar el gasto (ATP, IFE, etc.) con emisión. ¿Por qué con emisión? Como la amnesia también es política, conviene precisar esta cuestión: en el año 2019 Hernán Lacunza defaulteó por primera vez en la historia una deuda en pesos, en donde quienes tenían títulos del Estado Nacional fueron “reperfilados”, es decir, no se les pagó en tiempo y forma. Esto explica por qué en pandemia el Gobierno tuvo que financiar la asistencia social con emisión monetaria: el mercado de deuda estaba totalmente roto. Esa emisión se retiró de circulación con Leliqs, lo que explica el crecimiento del que se insólitamente se quejan, con la particularidad además de que las Leliqs no pueden convertirse a dólares y no las puede comprar cualquiera, solamente los bancos.
Hay un tercer pico en el 2022, con el BCRA interviniendo con pesos para que no se caiga el valor de los títulos públicos y comprando (con pesos también) los dólares que liquidó el agro a través del dólar soja, dos razones que cualitativamente son muy distintas a la emisión de lebacs en 2018. Vale aclarar también que de algún lado tienen que salir los pesos para financiar las metas a cumplir con el FMI, a no ser que pretendan financiar el déficit con la plata de los jubilados. Así, este proceso que hoy representa 15 puntos, está regularizado y sin dolarización automática, constituye un escenario que macroprudencialmente se puede sostener. Y con un mecanismo de financiación del tesoro que poco a poco comenzó a mejorar. Lo paradójico es que ése es precisamente el problema. No sea cosa que funcione. No se “viene” ningún estallido, lo están generando.
(*) Analista de CEPA.
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Alguna deuda chica me dejaste
Por Laura Testa (**)
“Nos están dejando una situación peor que la del 2015 y una bomba armada para el pueblo argentino” así comienza el comunicado de Juntos por el Cambio emitido hace algunos días. En las placas desarrollan una vaga idea acerca de una supuesta insostenibilidad de la deuda en pesos contraída por el gobierno de Alberto Fernández. ¿Qué significa que sea insostenible?
Los gobiernos tienen tres formas básicas de financiamiento: emisión monetaria, expansión tributaria, que en definitiva implica reducción del déficit fiscal o ampliación del superávit, y emisión de deuda. El acuerdo con el FMI implica, además de una reducción del déficit, un ajuste de la emisión como instrumento monetario, y esto provoca que la emisión monetaria como herramienta de financiamiento quede limitada, por tanto analizaremos las otras dos:
Reducción del déficit fiscal, un arma de doble filo: para reducir el déficit hay que aumentar los ingresos o bajar el gasto. En el corto plazo, la idea de aumentar sustancialmente los ingresos es una idea algo utópica por varias razones; en primer lugar, porque para que ese aumento de ingresos sea orgánico hay que generar un crecimiento en la economía y sabemos que eso no se genera de un día para el otro. En segundo lugar, porque pensar en un posible cambio en la concepción de la distribución de la riqueza (que quienes más tienen más aporten) es una idea sumamente resistida por sectores que son particularmente poderosos pero que, además, tienen una batería de herramientas para burlar al fisco y cuentan con territorios geográficos para poder trasladar sus recursos. En tercer lugar, espacios políticos que son partidarios de estas ideas hoy no cuentan con las mayorías parlamentarias para impulsar las leyes necesarias.
Esta situación provoca que la alternativa sea bajar el gasto. ¿Qué consecuencias tiene esto? Es real que una economía deficitaria que perdura en el tiempo es insostenible en el mediano plazo, al menos, nos podemos poner de acuerdo que trae ciertas consecuencias perjudiciales para el país. Sin embargo, un ajuste muy profundo podría generar el efecto contrario, esto es, el recorte del gasto congela la economía lo que implica una baja en el consumo, en la producción y por tanto en la tasa de crecimiento. Veíamos antes que para recaudar más la economía tiene que crecer, por el contrario, si la economía decrece la recaudación se reduce proporcionalmente. Ojo con que el remedio sea el causante de la muerte del paciente y en vez de aliviar la economía la hagamos colapsar, el hielo quema.
Siguiendo esta lógica de pensamiento, nos queda la emisión de deuda. Los gobiernos se pueden endeudar en moneda extranjera o en moneda local y con organismos multilaterales, agentes privados u otras entidades estatales. Desde que asumió Alberto Fernández, la gestión de Martin Guzmán fue muy determinante en cuanto a generar un mercado de capitales robusto para que el país pueda acceder a crédito en pesos. De esta manera generó una reducción de la proporción de la deuda en dólares sobre el PIB y un correlativo aumento de la deuda en pesos, al mismo tiempo de una reducción porcentual sobre el PIB de la deuda total (es decir en pesos y en dólares). En 2019 la deuda representaba el 89,6 por ciento del producto, mientras que de acuerdo al último dato informado en 2022 se mostraba que era el 79,8 por ciento, casi diez puntos de diferencia.
La deuda no es mala en sí misma, es una herramienta que tienen los gobiernos y que en la economía moderna es muy utilizada, sobre todo en Occidente.
El objetivo a alcanzar no es “deuda cero” sino que es “deuda soberana y sostenible”. Si el porcentaje de deuda sobre la economía es descomunal, las consecuencias también lo serán, eso impide la posibilidad de rollovear deuda, es decir, ir renovando la deuda, nuevamente, un mecanismo utilizado por la amplísima mayoría de países que no implica un mal manejo de la economía o una crisis.
El nivel actual de la deuda en pesos, tanto la emitida por el Tesoro como la del Banco Central, está en niveles totalmente normales. Se calcula que ronda los 175.000 millones de dólares, aproximadamente la cuarta parte está en manos de acreedores privados, el resto pertenece a otros organismos estatales.
Obviamente que el valor nominal, con una inflación alta, crece, el PIB también lo hace. Pero en términos de PIB, la deuda en pesos en manos del sector privado es del orden del 8 por ciento, una ratio muy moderada. Lo que sí resulta inconveniente es que los vencimientos estén concentrados en plazos tan cortos.
Esto se explica por la sumatoria de declaraciones irresponsables de la oposición que lo único que hacen es provocar y generar niveles de incertidumbre peligrosos para cualquier economía, sumado a esto, dan a entender que si se constituyen como ganadores las próximas elecciones no pagarán la deuda, con el antecedente que en 2019 ya hicieron una reprogramación forzada de vencimientos (reperfilamiento) sobre deuda emitida por ellos mismos.
El diputado nacional Luciano Laspina expresó en su cuenta de Twitter que la deuda en pesos es como un esquema Ponzi porque los vencimientos se pagan con nueva emisión de deuda. Habría que recordarle a Laspina que en todo el mundo la mecánica de la deuda tiene ese funcionamiento. Para ver variaciones descendentes de deuda relevantes hay que verificar series de muchos años y son muy pocos los países que han reducido su deuda en términos de PIB en los últimos años.
Es claro que la deuda en pesos surge como consecuencia del déficit fiscal. Pero hoy Argentina tiene un déficit muy moderado (2022 2,5 por ciento; 2023 1,9 por ciento) y que es más bajo que el de muchos otros países.
Si Argentina converge en un equilibrio fiscal y mantiene un crecimiento modesto del PBI, el peso de la deuda en moneda local se diluye automáticamente.
Deuda insostenible y default son algunas de las palabras tormentosas que resuenan en el comunicado de la principal fuerza opositora. Lo curioso es que lo levanten economistas como Lacunza, quien fue ministro de economía durante la última etapa de la gestión de Mauricio Macri y el artífice principal de “reperfilar la deuda en pesos” palabra poco conocida hasta el momento ya que en criollo se dice defaultear. Por eso ahora vaticinan un default y no un reperfilamiento, de la campaña marketinera nunca se olvidan.
¿Qué sentido tiene agitar una crisis?
No pareciera que las filminas tuvieran como objetivo discutir la sustentabilidad de la deuda y de la economía argentina en general, sino provocar tal nivel de miedo que termine en una corrida cambiaria y por tanto, en una crisis.
¿Buscan tierra arrasada para hacer la Argentina grande? Lástima que para construir edificios sobre el descampado primero hay que apropiarse de la tierra, robarla y destruirla. ¿Será que eso es lo que quieren hacer con el pueblo argentino?
(**) Licenciada en Economía integrante de Paridad en la Macro.