¿Cómo narraremos el presente en 30 años? ¿Qué relatos se contarán sobre el 2020 en el futuro? A partir de esas inquietudes Mariano Pensotti (director y dramaturgo del Grupo Marea) empezó a escribir Los años, obra interpretada por Marcelo Subiotto, Mara Bestelli, Bárbara Massó, Paco Gorriz y Julian Keck que que se presentará a partir de este sábado de miércoles a domingos a las 20.30 en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín (Corrientes 1530), luego de su estreno en Alemania. La función del 1° de marzo integra la programación del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA).

En diálogo con Página/12, Pensotti reflexiona sobre algunos temas que aparecen con frecuencia en sus obras casi como obsesiones: el paso del tiempo, las utopías colectivas, la herencia de la militancia que llevó adelante la generación de los 70 (la de sus padres), los contrastes entre generaciones y las huellas que una época deja en otra. El autor empezó el proceso de escritura antes de la pandemia y recuerda que cuando se desató el fenómeno global sintió que la historia que venía imaginando sobre un personaje en dos tiempos dejó de tener sentido: “Originalmente había pensado que el presente del joven fueran los 90 y el tiempo del viejo, el presente. Después me pareció que no tenía mucho sentido seguir explorando interpretaciones del pasado; era mucho más complejo, interesante y arriesgado pensar en el futuro en un momento en el que, justamente, parecía no haber futuro posible”.

En la pieza hay un Manuel joven (Gorriz), arquitecto devenido documentalista que está por iniciar un proyecto de vida junto a Claudia (Massó) en 2020, y un Manuel maduro (Subiotto) que en el 2050 es invitado a Buenos Aires para presentar el documental que le cambió la vida 30 años atrás, el retrato de un chico abandonado que deambula solo por la ciudad y debe inventarse una familia para poder ir a la escuela. Al mismo tiempo, Manuel intenta recomponer el vínculo con su hija Laura. “Creo que la obra tiene mucho que ver con la invención de una historia familiar. Si bien no es sobre una familia, hay algo del vínculo entre padres e hijos que es bastante troncal. Cuando uno piensa en eso también piensa en la idea de futuro: en qué se convertirán nuestros hijos, cuál es nuestra responsabilidad. Me gusta mucho esta idea de que todos transformamos el pasado y lo modificamos cada vez que lo narramos: pensar el futuro también implica pensar cómo se narra el pasado”.

Al igual que en El público (su trabajo anterior), en Los años aparece el imaginario urbano y una Buenos Aires que desde una perspectiva arquitectónica se presenta como una imitación de Europa: “Creo que Los Años es hija de El Público en varios sentidos. En relación a la presencia de la ciudad, siempre me interesó este fenómeno: en Buenos Aires hay muchos edificios que son imitaciones de los europeos, pero las construcciones originales ya no existen porque fueron destruidas por las guerras, entonces sólo quedan las copias. Esto es algo muy teatral y tiene que ver bastante con la identidad argentina y porteña. Mucha gente sigue actuando como si fueran europeos en el exilio, como si no se reconocieran como auténticos latinoamericanos. Quizás tiene que ver con la impronta teatral de esta ciudad, que es una representación. No hay que olvidar que gran parte de la arquitectura fue construida por la oligarquía a principios del siglo XX con la utopía de que Buenos Aires fuese la París del sur: esto no salió como se esperaba y por supuesto había una agenda política y económica detrás. Pensar Buenos Aires como una copia defectuosa de otras ciudades o como un espejismo también es pensarla como una ciudad cargada de teatralidad”, explica el dramaturgo.

-La obra no esquiva ciertas tensiones como la culpa de la clase media y el problema que surge al intentar representar una clase a la que no se pertenece. ¿Cómo trabajaste esa tensión?

-Todo eso circulaba mientras yo estaba escribiendo, lo problemático que resulta representar a otra clase. ¿Cómo representa la clase media a alguien que vive en la pobreza? Al final el propio chico filmándose a sí mismo con un celular logra un retrato mucho más verdadero de su propia vida que el de Manuel. La obra habla sobre esa responsabilidad y explora qué pasa cuando nos metemos con eso. Esto se vincula también con cierta idea de futuro y transformación. El Público se preguntaba en qué medida ser expuesto a una experiencia artística influye en la vida privada de un espectador. Acá se podría pensar lo contrario: qué influencia tiene una obra de arte (en este caso un documental) en el sujeto representado y en quien la realiza.

-También te animaste a imaginar el futuro en términos políticos. En el 2050 aparece un partido de ultraderecha que propone que Argentina vuelva a ser colonia de España para formar parte de la Unión Europea. ¿Cómo fue ese ejercicio?

-Argentina es un país bastante extremo en sus vaivenes ideológicos, entonces me gustaba pensar que en el 2020 había un partido ultra ridículo y minoritario como el de la Nueva Colonia con esa propuesta bizarra que 30 años después está completamente asimilada al mainstream e incluso a punto de ganar las elecciones. Creo que lo que va a pasar en 30 años ya está sucediendo ahora. De hecho, ni siquiera hace falta esperar tanto: cuando empecé a escribir la obra, fenómenos como los de Milei en Argentina o el fascismo ganando elecciones en Italia parecían impensables, aunque ya había signos como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos. Recuerdo que en ese momento ocurrió lo de los yanquis tomando el Capitolio. Ahí te preguntás: ¿cómo hacer ficción después de esto, cuando la realidad política te redobla tanto la apuesta? Eso es parte del desafío.

A contracorriente del sentido común que indica que “todo tiempo pasado fue mejor”, Pensotti cuenta que el proceso creativo lo obligó a hacer el ejercicio constante de retroceder 30 años. “Me di cuenta de que varias cosas de la realidad social y política eran mucho más terribles antes. Uno tiende a pensar que el presente es tremendo y que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina, pero si pensamos en la evolución del feminismo y su incorporación a la sociedad, por ejemplo, como padre de dos niñas siento que están creciendo en un mundo mejor”. La puesta misma propone un ejercicio de imaginación: la historia de Manuel transcurre en dos tiempos (2020 y 2050), pero los espectadores deben imaginar lo que pasó en el lapso de esos 30 años.

Durante buena parte de la charla Pensotti emplea los verbos en primera persona del plural porque alude al equipo de Marea (la escenógrafa Mariana Tirantte, el músico Sergio Vainer y la productora Florencia Wasser). “Por más que yo sea el director y dramaturgo, nuestras obras tienen algo de creación colectiva y esta no fue la excepción”, asegura. La mayoría de sus textos tienen una impronta literaria y se parecen más a una novela corta que a una obra tradicional. “Esta quizás fue la más clásica porque ya tenía los diálogos y las situaciones bastante armadas, pero el proceso de ensayo con el elenco es fundamental”. También piensa esta pieza cercana a una fábula moral aunque no en un sentido moralista o adoctrinador: “Los vínculos están teñidos de cierta responsabilidad y hay mucho menos cinismo que en mis trabajos anteriores”.

Con respecto a lo que significa estrenar en una sala legendaria como la Martín Coronado, dice: “Hay mucha excitación porque sabemos que es un gran desafío estar en esa sala cargada de historia, pero también nos da cierto orgullo haber llegado ahí en nuestra ley porque no estamos presentando una versión de un clásico o una obra con actores de la tele. No hay nada peyorativo en esto, pero Los años es una obra creada con la lógica del circuito independiente por un grupo de personas que siente que es relevante hablar de estas cuestiones con un público actual”.