Elsa Drucaroff lee y escribe en su “cuarto propio”, un estudio luminoso de Buenos Aires, en el que se destaca un enorme palo de agua de flores blancas y aromáticas. La autora del ensayo Fémina Infame, Género y clase en Roberto Arlt, y la novela El infierno prometido, una prostituta de la Zwi Migdal está rodeada por “fotos y fetiches de familia y amigxs amadxs”: un desnudo suyo embarazada, que registró Alejandra López, y el retrato de las hermanas Brontë, de Branwell, el único y atormentado hermano de las escritoras inglesas del siglo diecinueve. “Parece que él también estaba en el lienzo, después se cubrió de óleo y se eliminó”, dice.

Los libros mencionados, firmados por una de las críticas y narradoras más destacadas de su generación, están circulando de nuevo en respectivas reediciones y hoy se leen con una mayor apertura y sensibilidad que la primera vez.

Es que durante el cruce de siglo, cuando aparecieron, aún la mayoría de las mujeres decía “no soy feminista, soy femenina”, o “no soy feminista ni machista”. “Cada 8 de marzo un imbécil de cualquier género explicaba que era discriminador porque no existía el Día Internacional del Hombre y la izquierda te acusaba de hacerle el juego a la burguesía. En la universidad, las áreas de estudios de género eran ignoradas, o te señalaban que el feminismo era una moda de la academia yankee. Hoy no sé si es tan distinto, ojalá haya debate”, apuesta la también doctora en Ciencias Sociales y docente de Castellano, Literatura y Latín.

Al primero de estos libros lo sacó a fines de 2022 Letras del Sur y es una versión del volumen publicado en 1998 como Arlt, profeta del miedo. Drucaroff lo retomó con el anagrama del nuevo título, Fémina Infame, desenmascarando los conflictos de género no leídos antes en la obra del autor de El juguete rabioso y cruzándolos con la violencia política que plasma los textos arltianos. Así, Elsa volvió a dialogar con Arlt bajo la luz del fenómeno de las mujeres y los géneros disidentes en la calle. Féminas y trabajadores, víctimas del sistema, librando sus luchas específicas.

En cuanto a El infierno prometido, lo comenzó en 2001, “muy enganchada con la escritura hasta que lo real me sacó de mi mundo ficcional a los sopapos. Lo retomé, trabajé dos años con ese material que ahora de nuevo llegó a las librerías”. Ese título, de Marea editorial, cuenta en clave imaginaria cómo funcionaba la trata dentro de la colectividad judía, un tema cierto frente al que, hasta hace poco, todo era silencio.

En el escritorio de Drucaroff hay postales de pinturas: El mundo de Cristina, de Andrew Wyeth, Judith y Olofernes, de Antonella Gentileschi (“invalorable regalo de la filósofa italiana Luisa Muraro”, señala) y un reloj de arena “que imagino migrando por las redacciones que Rodolfo Walsh improvisaba durante la clandestinidad”. En una pared cuelgan fotos de su zeide y su babe en Rivera, el pueblo de la pampa húmeda adonde se instalaron cuando llegaron a Argentina.

¿Fue complejo encontrar la voz de Dina, la joven judía atrapada por la temible red de trata Swi Migdal, protagonista del melodrama, road movie y thriller simultáneos, que es El infierno prometido?

--No. Dina es una muchacha sometida a situaciones terribles, que opta -sin haber leído a Sartre ni a Beauvoir- por una ética existencialista. Lo difícil fue animarme a armar el mundo casi sagrado de mis abuelos y para describir las aldeas judías de Europa del Este, me autoricé a meterme en el barro de esa imaginación. También, de un modo más técnico y frío, construí el lejano Buenos Aires de los años ’20. Dina se fue moviendo en esos escenarios con naturalidad en la medida que fueron creíbles para mí.

¿Hay rasgos autobiográficos tuyos en ella?

--Usé mi propia experiencia femenina de adolescencia. Dina y yo somos bastante parecidas, con un modo casi fanático de mirar la verdad, aunque sea horrorosa, de ponerle nombre, aunque sea políticamente inconveniente. Me reconozco en ese culto al sincericidio. Yo no fui prostituta ni fui violada y Dina sí. Obligada a esa situación, la asumió con lucidez y buscó el modo más preservante y eficaz de atravesarlo.

¿Crees que hay elementos estructurales que afectan a todas las mujeres?

--Nos proponen ser un objeto de uso y no una persona, más allá de la pertenencia a cualquier clase social. Tenés que desear ser muy bella y servir con gratitud a quien te eligió. No es difícil, desde esa perspectiva, imaginar la prostitución como destino, ganar dinero y empoderarte desde ahí.

Es lo que le sucede a Dina, quien se propone escalar en la jerarquía prostibularia, como modo de acceso a una vida mejor. ¿Qué pensás del abolicionismo?

--Dina entiende que para no morir, atendiendo a 40 hombres por día y padeciendo infecciones en las paredes desolladas de su vagina, debe lograr ser regenta del prostíbulo. Su personaje me hizo ver que no hay verdades únicas. Aparecen contradicciones, preguntas. El abolicionismo es mojigato, moralista, autoritario, irrespetuoso, paternalista, una forma encubierta de discriminación, censura e hipocresía. Quienes lo enarbolan se enfrentan con el “problema” de que las mujeres cojen, pero no se escandaliza con la explotación de hombres en trabajos insalubres. Condenan el sexo voluntario a cambio de dinero más que el rociado de soja con glifosato, que provoca cáncer temprano. Creo que si una mujer quiere prostituirse está en su derecho. Mi compromiso es no estigmatizarla y combatir las redes de trata, de esclavitud y explotación sin límite. La prostitución independiente es apenas un modo de usar las tretas que nos deja el patriarcado para que los cafishios no se queden con nuestro dinero y nuestro poder. No es tan distinto que elegir un marido que nos va a dar un buen pasar económico, a cambio de servicios domésticos y de darles hijos.

¿Estás a favor de la regulación del oficio de las putas?

--No soy regulacionista, pero entiendo que a otras mujeres les guste ser valoradas como objetos muy caros y saquen ventajas de eso. Mi Dina por momentos se sintió así y la quiero lo mismo. Me entristecen los varones que disfrutan de pagar carne femenina. Hoy que el sexo se puede pactar libre y alegremente, sin consecuencias graves, que la virginidad no tiene valor social y que las prácticas menos ortodoxas son parte del placer, es grave que haya tantos hombres con deseo de comprar mujeres. La vigencia del patriarcado es feroz. La disposición a comprar sexo es mucho más condenable que la de una mujer a venderlo.

¿Podés explicarlo?

--La mujer o la travesti que eligen prostituirse son oprimidas y usan reglas de juego que no controlan. Son los hombres quienes crearon y apoyan esas reglas, aunque algunos ya no deseen pagar para penetrar carne humana. La prostitución sigue siendo, junto con el tráfico de armas y de drogas, uno de los grandes negocios globales del planeta.

En tu ficción apelás a los géneros populares...

--Sí, las escenas violentas del stethl fueron el comienzo del melodrama. No le tengo miedo a los géneros masivos, los respeto y me sirven mucho para escribir y para jugar. Es una novela donde el suspenso importa, pero no quiero espoilear.

En tu ensayo, elegiste trabajar con Arlt, un periodista y escritor leido por las masas. ¿Cuál es tu hipótesis sobre su punto de vista?

--Se lo suele entender como un escritor “de izquierda”, subversivo, porque la misoginia patriarcal está naturalizada. No se leyó cómo enmascara con argumentos anti-burgueses su terror a las mujeres, su odio a las novias y las suegras. Tampoco que detrás del “se necesita un Lenin o un Mussolini”, de Erdosain, y de los proyectos delirantes de Los siete locos/Los lanzallamas, hay una admiración y una entrega total al atroz desarrollo capitalista, a su crueldad y su belleza, que es la de la rosa martirizada por el procedimiento industrial del cobre. Fémina Infame muestra que Arlt escribe un imaginario argentino que el progresismo comparte aunque no tolere reconocerlo.

Dentro del amplio espectro del marxismo, ni hablar de otras posiciones políticas, hay sectores que no consideran el género o que se están aggiornando con cierto oportunismo. Vos, sin embargo, lo articulás con la clase desde siempre.

--La extracción de plusvalía no explica que más de media humanidad no sea considerada sujeto. Para que la sociedad sea viable vamos a tener que ocuparnos en serio de este “problemita” y ver cómo se articulan semejantes opresiones. Hay democracia desde la Ley Sáenz Peña y los pobres pueden votar libremente, pero las mujeres recién votan desde mitad del Siglo Veinte. El dolor y la injusticia no se solucionan eliminando solo la extracción de plusvalía. Hay una división anterior, fundante, por la cual una parte de la humanidad somete y otra cree que le corresponde someterse.

¿Qué le aportan tu ensayo a la ficción y viceversa?

--El ensayo es una exploración consciente para comprender un fenómeno. Sé hacia dónde me dirijo aunque no qué voy a encontrar. Con la ficción exploro un territorio oscuro y raro, imaginación, afectos, deseo. Quiero pescar algo enterrado, una historia que preciso sacar de mí. Me pasó con El infierno… Sabía lo esencial de la trama, pero no qué le iba a pasar a la gente. Conocía a Arlt como varón, lo quería en sus debilidades y sus agachadas, sus imposturas y su talento. Pero cuando construí con mi Arlt de Fémina Infame, al Loco Godofredo, me asombró lo que hacía. Cosas claves que hace el Loco cuando aparece en El infierno… no las había previsto, cambiaron la trama. En cuanto a la investigación ensayística, me dio una hipótesis histórico-política del fenómeno y datos concretos para construir un escenario dinámico. Pero los personajes se mueven y me cuestionan: Ok con la explicación, pero no impidas mis sentimientos, me dicen.

¿Te la imaginás a Dina en las últimas marchas del 8M?

--Puedo imaginar a una albanesa o haitiana a las que llevan a un país rico para explotarla, del mismo modo en que un varón judío se llevó a Dina. En la trata de personas no hubo demasiados cambios, incluso empeoró. Es uns cuestión de patriarcado y países pobres y ricos, de cruzar clases con géneros. Pero entiendo a dónde vas: Dina no está victimizada en la novela. Detesto las miradas paternalistas/maternalistas hacia los explotados, las idealizaciones, el feminismo como un clamor de quejas y culpas a papá Estado o a algún otro padre macho. No entré al feminismo con la euforia de esta última ola, sino desde mi veintena, cuando traía problemas para pensar y no puestos públicos o prestigio literario. Leí y reflexioné su impresionante corpus teórico y creo que no consiste en poner el mal afuera sino en que nos hagamos responsables de nuestras complicidades y traiciones. Tenemos que encontrarnos, fortalecernos y desde esa potencia, denunciar lo que nos hacen. Me repugna que se confunda feminismo con un lloriqueo autovictimizante, o con iracundia resentida. Dina es una oprimida que toma decisiones y en su acotada posibilidad, ejerce su libertad. Incluso siendo esclava, paga con integridad los tremendos precios que el mundo le impone. Así que si ella tuvo una vida larga y llegó a ser anciana durante los ‘70, es probable que haya salido a marchar los 8M.

¿Por qué elegiste ficcionalizar la trata dentro de la comunidad judía?

--Mi zeide y mi babe bajaban la voz y usaba el yddish para que los nietes no entendiéramos cuando hablaban de la Zwi Migdal, un fantasma ominoso que producía rabia y vergüenza. Lo recuerdo a él señalando un edificio de avenida Las Heras mientras manejaba su antiguo Mercedes Benz y yo, con esa certeza rara que tenemos en la infancia, entendía que estaba informando algo feo y oscuro: el tipo que vivía ahí había hecho fortuna con la Zwi Migdal. Necesité dejar de pasar al lenguaje secreto y mirar de frente la prostitución, sabiendo que ninguna mujer es ajena al hecho de ser un objeto.

Antisemitismo y misoginia son dos formas de discriminación, ¿cómo las relacionás?

--Para Freud, el antisemitismo actualiza el horror a la castración y feminiza a la persona judía discriminada. Para imaginarnos plenos o plenas, odiamos a cualquier grupo que consideramos defectuoso o agujereado. El terror a las mujeres caracteriza al patriarcado. No podemos librarnos porque está en el inconsciente de la subjetividad humana. Podemos concientizarlo, criticarlo, pero negarlo es un error y es inútil. Está en la base de todas las discriminaciones, es milenario y común a todas las culturas. Sobre él se fundaran todos los odios posteriores. Para tranquilizarnos, se constituyó la posibilidad de expulsar a otros de su ser sujetos. Las mujeres también nos seducimos con la fantasía fálica de ser plenas y poderosas. Somos capaces de generar discriminación como cualquier varón, es trágico. Mientras el patriarcado nos dirija, la actividad política transformadora va a ser difícil. El orden de géneros convence a los hombres de que nacieron para dominar. Ellos tienen que demostrar a cada instante que son hombres porque cualquier vacilación o traspié, los hunde en el temido sector de las “agujereadas”, de las nacidas para ser sometidas. Ese orden nos convence a nosotras de que lo mejor es ser elegidas como objetos amados. Pero no somos objetos, no podemos dejar de pensar y de tener iniciativas, entonces nos ofrecen tretas efectivas para conseguir poder de modos solapados e indirectos. Y así como las mujeres sabemos que todo hombre, por grande que la tenga, por rico o musculoso que sea es un tonto inseguro, ellos saben que cualquier mujer, por más sumisa, bella y santa que se vea, mientras sirve la comida o hace la felatio intentará sacar alguna ventaja de su horrible destino de objeto.

¿Por eso el miedo al feminismo?

--Les aterra nuestro poder oculto. Exhiben su aparente plenitud para no caer en la abyecta femineidad, pero no mostrar las tretas que aprendimos para defendernos, es nuestra inteligencia. Las relaciones hombre-mujer, en el patriarcado, producen infelicidad, pero la pesadilla sigue: contra la raza odiada, contra la religión distinta, la homofobia, y etcéteras asombrosos. Quienes fueron o son discriminades, en cuanto tienen la oportunidad, discriminan. Es un mecanismo infinito.

Es dilemático, sin salida, sin embargo, en lo personal, seguís apostando. ¿Qué nueva historia tenés en mente para escribir?

--En pandemia escribí un libro de cuentos, La familia de las cosas. Y otro muy raro, autobiográfico, teórico, narrativo, feminista, contradictorio, jugado a nivel personal, El pasadizo secreto. Ambos están inéditos por ahora. En este momento estoy deseando el tiempo para poder escribir una novela de terror, pero creo que a diferencia de mis novelas históricas, esta vez voy a avanzar un poco a ciegas.