Hay una conducta que se conserva en la cultura patriarcal: el pacto de caballeros. El término se usó en sus orígenes como un acuerdo de control de precios entre industrias. El éxito de estos contratos informales, dependía de que las partes sostuvieran los compromisos asumidos para mantener la conformidad de todos los intereses. Aún hoy, el derecho internacional continúa aplicando el término.

La pertenencia al tipo de masculinidad hegemónica asegura un lugar de privilegio frente a la sociedad, y un lugar de paridad o igualdad frente a otros varones. La pasividad con la que deciden sobrellevar los varones de la política catamarqueña los ataques de otros varones hacia personas de otros géneros e incluso hacia las niñeces, es nefasta.

Existe un tipo de protección sintomática, en la que mujeres de los distintos partidos han sido habilitadas a decir lo que los varones no pueden, porque eso sería quebrar un pacto tácito de favores.

Sin atender a partidos políticos, porque el acuerdo de caballeros no conoce grietas. Los movimientos de mujeres hoy, en los partidos políticos, funcionan como drenajes de lo que los varones siguen sin querer mencionar. A las mujeres se nos ha permitido hablar en nombre de los partidos, incluso se nos ha permitido asumir la defensa de otras mujeres y amonestar a los varones denunciados. Los partidos se aseguran así la pata con perspectiva de género, y el “perdón social” cuando intendentes, funcionarios o curas abusan de mujeres o niñeces. Siempre hay una mujer valiente que habla.

Son las mujeres las únicas que asumen la defensa de las víctimas o sobrevivientes. Aun cuando Catamarca presenta datos alarmantes: desde 2017 hasta 2021 las cifras de abuso sexual crecieron un 20 por ciento. Hasta noviembre de 2022, según datos del Sistema Integrado de Casos de Violencia por Motivos de Género, 8421 mujeres fueron asistidas por violencias; en el 94 por ciento de los casos, esta violencia fue infligida por varones, y en el 73 por ciento de estos casos las personas denunciadas son exparejas.

La violencia doméstica ocupa el primer lugar de las denuncias por motivos de género. Le siguen la violencia institucional en segundo lugar, y violencia laboral en tercer lugar. Las mujeres y niñeces somos agredidas en nuestros lugares de subsistencia: el hogar, el trabajo, el sistema. Es imposible resguardarse de la violencia patriarcal mientras se siga pensando que se trata de una cuestión meramente doméstica y no se le dé la relevancia institucional que merece.

Si los varones que detentan hoy el poder de la palabra no incorporan la amonestación hacia otros varones de la escena pública, y siguen sosteniendo el silencio como modo de protección en un igual y atroz mecanismo de intereses, el acuerdo que asegura el resguardo de abusadores y violentos seguirá incólume.

Es necesario romper el más bajo y miserable de los pactos entre los varones de la casta política de Catamarca. Salir del sistema de complicidades, y poner en palabras lo que hace falta decir.