Fruncí el ceño, casi como un acto reflejo, con la ocurrencia de Daniel Lagares. Como título para el flamante suplemento deportivo de este diario, el término “Líbero” remitía a una filosofía futbolística con la que no comulgábamos. Sin embargo, la amplitud de criterio que suponía la denominación –un lugar en el que escribir sobre deportes con la libertad que, por ejemplo, no admitía ni practicaba el monopolio del fútbol de entonces– acabó por ganar, merecidamente. 

Casi sin entrenamientos, después de un jocoso número cero, salió Líbero a la cancha. Pasaron mil domingos, de los cuales, descontando vacaciones y viajes, habré estado en unos 750, entre 1998 y 2015, escribiendo, editando, proponiendo, divirtiéndome, conduciéndolo a veces con vértigo sin prejuicio y otras con sincero temor a chocarlo.

No será sorpresa que Líbero se ha hecho con pasión, amor propio y –salvo el primer año– modestos recursos. Nos bastaba con una sola foto por partido, pero un fotógrafo de entonces se empeñaba en ofrecernos fotos “de fuerza”, un eufemismo para disimular la carencia de los goles, una ausencia pobremente explicada con el cambio de un arco a otro... En la tarde de mayo de 1999 en la que River goleó 8-0 a Gimnasia de Jujuy, con dos goles de penal, supusimos que la excusa quedaba atrás. Nada de eso: solo dispusimos de fotos “de fuerza”…

Trabajamos esencialmente con libertad para opinar y editar, aunque recuerdo un particular reto por una tapa en la que, a poco del arranque de unos Panamericanos, aparecían el ex presidente Kirchner y el nadador José Meolans. Pocos saben que Líbero estuvo a punto de ser engullido por el cuerpo principal del diario, no hace tantos años atrás; dudo que mi oposición instantánea haya sido la causante de su supervivencia. Habría perdido no solo su tapa, atrevida y hasta insolente, sino también gran parte del carácter que lo distingue hasta hoy.