Florencia Garat se sentó frente al Tribunal Oral Federal número 1 y contó la conmoción que implica declarar por primera vez, 45 años después de la desaparición de su padre, Eduardo Garat, abogado, escribano, militante de la JP, secuestrado el 13 de abril de 1978 en la esquina de Santa Fe y España. "Más allá de que por esto luchamos toda la vida, para llegar a esta sala tenía que atravesar una antesala que está llena de dolor. Esta es una isla a la que se llega nadando en un mar que llenaron de cadáveres", dijo Florencia, una de las fundadoras de H.I.J.O.S. Rosario en 1995. Ella tenía 6 años cuando se llevaron a su papá. Antes de Florencia declaró su mamá, Elsa y después, sus hermanos menores, Santiago y Julieta. Cada relato fue como mirar un caleidoscopio: las mismas piezas, iluminadas por la vivencia de cada uno. "Nosotros lo que queremos es conocer la verdad y que se haga justicia. La justicia está en manos de ustedes, dependemos de ustedes. Ellos nos podrían decir dónde están los restos de mi papá. De la memoria nos hacemos cargo nosotros", dijo Santiago, el hijo del medio, de 1974. 

Julieta nació seis días después del secuestro de Eduardo. A Elsa le subió la presión por primera y única vez en su vida, y se adelantó un mes el parto. Cuando le propusieron ser testigo y querellante en la causa Guerrieri IV, donde se juzga este crimen, Julieta pensó que no tenía nada que contar. "Me salió decir eso porque siempre me pesó mucho no haberlo llegado a conocer y pensar que no era lo mismo ser hija de desaparecido para mí que para mis hermanos, como si mi propia historia no me perteneciera del todo", dijo ayer la hija menor. La causa Guerrieri tiene 16 imputados por delitos de lesa humanidad sobre 62 víctimas que todavía no habían llegado a tener justicia en los tribunales federales de Rosario. 

La primera en declarar fue Elsa, la esposa de Eduardo. "Teníamos una familia muy linda, feliz, se puede decir. En el momento en que yo me quedo embarazada de Julieta, él ya no estaba militando", fue uno de los datos que dio la mujer que contó también los interminables trámites realizados junto a Haydée Cabanilla de Garat, la madre de Eduardo que fue activa integrante de Madres de Plaza de Mayo. Murió en 2004. 

Hábeas corpus, entrevistas, viajes, ocuparon parte de la vida de Elsa, mientras tenía que solventar y criar a tres hijos pequeños. Lo que pasó con Eduardo lo pudo confirmar 30 años después, cuando Roberto Pistachia, que ayer también declaró en la audiencia, pudo contarle que había estado secuestrado junto a Garat y el ex sacerdote Santiago Mac Guire en la Casa Obra Salesiana Ceferino Namuncurá, en Funes. Los llevaban de la improvisada celda para interrogarlos bajo tortura. Fue una de las veces que atormentaron a Eduardo cuando escuchó voces que decían "se nos va, se nos fue". A Mac Guire le dijeron, en otra oportunidad, que firmara una declaración autoincriminante. "No hagas como Garat, que no quiso firmar y quedó en la tortura", lo amenazaron. 

Elsa fue docente de la Facultad de Psicología, hoy está jubilada y sigue ejerciendo como psicóloga. "Lo más terrible es el silencio. El silencio era como una carga añadida a todo lo que ocurría", dijo. Y contó que Eduardo "era una persona muy querida, muy respetada, muy inteligente, que tuvo su reconocimiento ulterior, un aula de la facultad lleva su nombre". Después de aclarar que no es creyente, expresó un deseo: "Ojalá que él supiese que hice lo mejor que pude en la vida y con sus hijos". 


La hija mayor

Florencia tenía seis años. "En 1978 yo empiezo primer grado y el 13 de abril es secuestrado mi papá", le dijo ayer al Tribunal, después de contarle también sobre la detención anterior de Eduardo Garat, en 1974, por pegar afiches, lo apresaron junto a Ricardo Massa (otra de las víctimas que forman parte de la causa Guerrieri IV), Jorge Francesio y Rodolfo Usinger, además de una mujer cuyo nombre no recordaba. Lo liberaron a los meses. "Cuando sale deja de militar en Montoneros", contó Florencia, y aseguró: "No tengo recuerdos de mi papá, cuando desaparece yo tenía seis años pero no tengo recuerdos".  

Sus recuerdos empiezan cuando estaba en tercer grado. "Nos mudamos, mi mamá de puso en pareja con Jorge", relató y recordó "haberle preguntado a mi mamá qué pasaba si mi papa volvía y no podía encontrarnos. Y que yo no quería cambiarme de apellido". También contó que su "sensación" era que se "tenía que portar súper bien y no traer problemas, que ya había demasiados y de algún modo mantener viva la memoria de mi papá". Es que sólo su mamá y su abuela lo recordaban, el resto dejó de nombrarlo. 

En una hora de declaración, Florencia desplegó apenas algo de lo construido en todos estos años. Participó de HIJOS desde la primera reunión, estuvo en la organización de los escraches a genocidas cuando reinaba la impunidad. "Fuimos construyendo un espacio con una dimensión política y afectiva muy importante. Tuvimos una gran etapa hasta 2004, que tuvieron que ver con los escraches. Pudimos filiar con la lucha. Acá en Rosario hicimos trabajo en barrios y con víctimas de gatillo fácil", rememoró. 

Mientras reinaba la impunidad, también apostaron a los juicios por la verdad. "Los habíamos tomado porque era la única posibilidad, pero los que hoy son imputados, eran testigos, y producia dolor ver cómo se retiraban libres, e incluso en funciones", contó sobre aquella época. Florencia trabajaba en la revista Rubro 7, y un día llegó Mario Marcote (condenado en la causa Díaz Bessone) que llevaba un aviso de su agencia de seguridad. "Marcote hacía muchos años que nos provocaba en la marcha del 24 de marzo, hacía gestos que nos sacaba fotos. Había situaciones violentas, de agresión". 

El día que se derogaron las leyes de obediencia debida y punto final, fueron al Monumento a festejar. Allí mencionó a Nadia Schujman, su abogada, compañera de HIJOS y amiga. 

HIJOS decidió aportar para los juicios y Florencia empezó a trabajar en investigación, tomaba testimonios para armar el mapa del terrorismo de estado en la zona, pero también para recuperar las vidas de las y los militantes. Recordó los aportes de Cecilia Nazabal, querellante de Guerrieri I. "Me acuerdo después de las reuniones, que quedaba dura, no podía dormir". Llegó la primera causa, en agosto de 2009. Asistió a todas las audiencias y al terminar, con cinco condenas a prisión perpetua, les comunicó a sus compañeros que no podía seguir. Era insoportable.  

La construcción colectiva de la memoria dio paso, en ese momento, con un nuevo contexto político, a expresar lo singular. Las consignas, al arte de tapa y las poesías en El Diario de los Juicios, que se publicaba con El Eslabón. En la solapa de su camisa, Florencia llevaba ayer el prendedor de la chica del palo, un ícono que creo a partir de la foto de una joven que corre con un palo en las barricadas del Rosariazo. 

Fue en 2009 cuando pudo ver, por primera vez, una imagen de su padre en movimiento, en un video sobre los Rosariazos. "Esa imagen es muy conmovedora. Está sonriendo, es joven", dijo ayer Florencia. Para ella, la construcción de memoria pareció "más una obligación que un derecho, durante tantos años en los que esto no le importaba a nadie". Y relató un sueño que tuvo cuando supo del juicio. Ella manejaba el auto de su padre hacia un lugar mejor, aun cuando despierta no sepa manejar. "Creo que hoy vinimos acá a tratar de estacionar el auto de mi papá en un lugar mejor del que había quedado", dijo. 

Y aunque esquiva tanto las consignas como la cursilería, cree que "de este lado quedó el  lado del amor, de la creatividad, del movimiento, de las ideas, de las constantes preguntas. Del otro lado quedó el odio estancado. No voy a preguntar qué hicieron con los restos, no les voy a dar un poder que ya no tienen. Estas personas odian, odian a las mujeres, odian que hayan pertenecido a las organizaciones, que ahora estén de nuevo en la calle", dijo. 


Santiago

El hermano del medio contó algo que nadie había dicho hasta ese momento: su papá formó parte de la comisión investigadora de la desaparición de Tacuarita Brandaza, en 1972. 

Santiago recordó cuando iba a la casa de las Madres de Plaza de Mayo y cómo la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia los conmovió. "Pudimos empezar los juicios, con todas las garantías, no como hicieron ellos", dijo. Estaba declarando y Juan Daniel Amelong, el único genocida en la sala, hablaba en voz alta con su abogado. Santiago se interrumpió. "¿Se pueden callar por favor? Es una falta de respeto", dijo. Más tarde, Schujman pidió que el Tribunal le llamara la atención a Amelong. 

"No sabemos ni siquiera qué día lo mataron a mi papá. Lo recordamos el 13 de abril porque es el día que lo secuestraron, no sabemos cuándo lo mataron, no sabemos dónde están sus restos. Es terrible", dijo Santiago y subrayó que "en medio de la incertidumbre, es un duelo que parece interminable. Yo creo que lo vamos a empezar a cerrar hoy y si algún día nos devuelven los restos". También reconoció "infinitamente" a los sobrevivientes que tuvieron que revivir el horror. "Gracias a ellos se pudo empezar a pensar en la posibilidad de enjuciarlos". 

La más chica

Algo que los tres contaron fue que Eduardo había pertenecido a la Franja Morada, partido reformista, una versión más plural y anterior a convertirse en el brazo estudiantil de la UCR. Sobre su infancia, contó que tiempo después de la desaparición, su mamá formó pareja con otro hombre. "A Jorge yo le decía papá y mi primo me dijo que no le dijera así porque yo tenía un papá, que iba a volver. No le dije más papá, aunque para mí todavía lo es y me quedó la ilusión de que iba a volver", relató Julieta, docente, madre de tres hijos. "Mi mamá siempre me dice que soy parecida a mi papá físicamente y que me río igual que él, a carcajadas", afirmó antes de definirse como "una persona feliz a pesar de la pena". Y se apropió de la consigna de HIJOS, "nuestra revancha es ser felices".