Películas de viajes, de veranos y de inviernos, películas de encuentros y de búsquedas, de pequeñas ciudades, de espacios inmensos e interminables. Kelly Reichardt, cultora de la más absoluta independencia cinematográfica, ha recorrido los territorios de Florida, Oregon, Montana, siempre con una mirada curiosa, atenta a los pequeños detalles, a las más íntimas conversaciones. Sus personajes se mueven por impulsos y deseos, se aventuran por necesidades, se confiesan sin pudores ni extravagancias, con la misma austeridad con la que su directora elabora cada una de sus imágenes. En Certain Women, su última película –que no ha pasado por los cines y ya se puede ver en Qubit–, son tres historias las que se cruzan, son tres mujeres las que viven sus vidas en el duro invierno de Montana y sus alrededores, y son cada una de sus horas las que se definen por sentimientos imprecisos, por caminos inciertos, por ese desafío cotidiano que implica ser quienes son en un territorio esquivo de sueños irrealizables. 

Nacida en Florida en una familia de policías, la curiosidad de Reichardt por la representación estuvo vinculada inicialmente con la fotografía de escenas criminales. Algo de esa pulsión inicial se transmite en River of Grass, su ópera prima de 1994, mezcla de noir y road movie, ecléctica y alocada, que recorre la costa desde su ciudad natal en Florida hasta amalgamar en su estilo ese intento de movimiento que luego sería su signo vital. Desde sus estudios en la escuela de arte y fotografía en Boston hasta el presente, producida por Todd Haynes y celebrada en varios festivales, la trayectoria de Kelly Reichardt ha tenido una notable identidad que Certain Women no hace más que confirmar. El recorrido de sus tres protagonistas está marcado por distancias que parecen insalvables, por tesituras que parecen infranqueables, por aquello que buscan o desean descubrir, por lo que anhelan del pasado, de ese tiempo de vieja felicidad que parece perdido para siempre. 

Viajes

Hay viajes en todas las películas de Reichardt. Sus personajes siempre están en movimiento, se suben a viejos autos, caminan por calles solitarias o por senderos de montaña, andan a caballo o miran el inmenso paisaje desde un tren en movimiento. Certain Woman comienza con un tren que se divisa a lo lejos, recortando el cielo neblinoso con su sonido estridente y sus luces rojizas. En la primera de las historias, la abogada Laura Wells (Laura Dern) conduce a su obstinado cliente a una ciudad cercana, por una demanda que él quiere llevar a cabo a raíz de un accidente laboral. Durante ocho meses Laura le aseguró que no era posible demanda alguna ya que él aceptó una compensación de sus empleadores. Pero es la palabra de un viejo abogado, sentado firme en su escritorio, con su barba blanca y sus anteojos, la que convence al señor Fuller de la inviabilidad de un juicio. El viaje se convierte para Laura en la confirmación de que, como mujer, debe esperar permanentes validaciones, luchar contra interminables resistencias, insistir en búsquedas frustrantes y tediosas. Abogada y cliente son los eslabones de una relación que Reichardt construye sin esquematismos ni  subrayados, que alcanza un nuevo estadio a partir de ese viaje en el que la tensión entre legalidad y justicia está presente aún en las acciones más íntimas. 

El viaje también era vital para los protagonistas de Old Joy (2006), quienes percibían en ese trayecto hacia unas aguas termales escondidas en la vegetación de Oregón aquellos placeres perdidos por los avances de las nuevas sociedades contemporáneas. La amistad, el deseo, los mandatos sociales se conjugan con el espacio y la climatología, mostrando el intento de los personajes de aferrarse a lo que queda de un mundo cuyo cambio no les ha dado alternativa más que adaptarse o quedar al margen. En Wendy and Lucy (2008), el viaje de Wendy en su viejo Honda comienza en Indiana para llegar a Alaska en busca de trabajo y un futuro posible. La acompaña su perra Lucy y unos dólares que administra para poder llegar a destino. Una parada en Oregón la dejará a la deriva: un desperfecto en el auto, una detención, el extravío de Lucy. El viaje, impulsado por una extraña mezcla de esperanza y desesperación, muestra su cara más ambigua, marcada por resabios de una solidaridad perdida y por el individualismo más implacable. 

Basada en una serie de relatos de Maine Meloy adaptados por la misma Reichardt, Certain Woman define la intersección de sus historias a partir del movimiento. La abogada de la primera es la amante del marido de la protagonista de la segunda; la cuidadora de caballos de la tercera se cruza con la abogada de la primera. Todo viaje culmina en esa consciente circularidad, en la que los personajes vuelven sobre sus pasos como si en ese desandar el trayecto se lo pudiera recomenzar. Gina (Michelle Williams, protagonista recurrente del cine de Reichardt, que aparece en Wendy and Lucy y en el western Meek’s Cuttoff del 2010) parece tener un único objetivo: adquirir unas piedras antiguas, que se utilizaron en las construcciones de los pioneros de la región oeste de los Estados Unidos, como base para la construcción de su nueva casa. En cortocircuito con su hija adolescente y emocionalmente distanciada de su marido, esas rocas arenosas se convierten en motor del movimiento, como lo era la defensa del medio ambiente en el thriller ecológico Night Moves (2013). Allí, la gesta radical de un grupo de ambientalistas que tiene como objetivo volar por los aires una represa hidroeléctrica se convierte en el viaje de sus vidas, en la resistencia épica a una forma de vida que se ha tornado absurda e inhumana. 

Pequeñas comunidades

El cine de Reichardt se centra en la vida de pequeñas poblaciones, en su ritmo pausado, en su funcionamiento ritual. En la tercera de las historias de Certain Women, la vida de una joven cuidadora de caballos en un rancho de Montana se regula por la salida del sol y la caída de la nieve. Ese trabajo invernal, con la única compañía de los caballos y sus necesidades, la lleva a una ceremonia rutinaria, cíclica, alejada de todo otro contacto que el de los establos y los relinchos. Sin embargo, un día se aventura a la ciudad, y casi por casualidad se suma a una clase de Derecho en la escuela nocturna de Belfry. “Vi gente entrando”, le dirá luego a la profesora que la dicta. La profesora es Beth (Kristen Stewart), una joven abogada recién recibida que tomó la titularidad de ese curso nocturno ante la incertidumbre de su trabajo profesional. “Temía terminar como vendedora de zapatos una vez recibida”, se confiesa mientras reniega por las cuatro horas de viaje que la separan de su casa en Livingston. Para la alumna improvisada que solo tiene caballos por compañía, Beth lo representa todo: un nuevo mundo, un deseo sumergido, un nuevo viaje hacia algo que se parezca al amor, a un destino compartido con aquellos que ese día entraban a la clase de derecho ciudadano. 

El pequeño pueblo al que llega Wendy en su travesía hacia un mejor futuro no trae demasiada buena fortuna para su destino. Inicialmente todos son reveses y maltratos en Wendy and Lucy: la reta un oficial de seguridad por estacionar donde no debe, la denuncia un empleado del supermercado por hurtar una lata de comida para su perra Lucy, el mecánico le dice que es mejor convertir su auto en chatarra que intentar arreglarlo. Reichardt consigue contagiarnos el dolor de su soledad, de su extremo desamparo, con pequeños detalles, como el plano bajo con el que la registra cuando se sienta en la calle cansada de buscar lo que no encuentra. O el uso del almohadón que lleva a cuestas, como signo de su inevitable desarraigo. Todas esas comunidades son complejas, retratadas sin pintoresquismo alguno, mostrando gestos de bondad y solidaridad –como cuando el mismo oficial de seguridad que la reprendió luego le ofrece su ayuda y  le presta  el celular– y comportamientos mezquinos y egoístas –como el del empleado que la denuncia para cumplir una ley que se revela implacable e injusta–. El estilo de Reichardt se reafirma en su austeridad y rigor, en su registro del espacio con una potencialidad notable en el devenir de las acciones y en la definición de los estados de ánimo. Sus comunidades adquieren notable materialidad en cada uno de sus planos, haciendo posible sentir lo que implica vivir en ellas, percibir el peso del clima y de la distancia, la crueldad de las frustraciones y el dolor de la soledad. 

Conexiones 

Como señala Justin Chang en Los Ángeles Times, Certain Women nace del pasado de la escritora Maile Meloy, cuyas raíces en la región de Montana le permiten transmitir en sus personajes y ambientes la extraña y desoladora belleza de la región. Lograr amalgamarlas en un único tono y dar al espacio los colores opacos y apagados de los dilemas de sus mujeres, es un mérito importante de Reichardt. Su película establece conexiones sutiles que van más allá de la narrativa,  que permiten crear un hilo conductor entre la frustración profesional de Laura, la incomodidad conyugal de Gina y la radical soledad de la joven ranchera, habitantes todas ellas de un mundo de incertidumbres, en el que ser mujer no es solo una cuestión de identidad sino un estado complejo, pleno de pequeñas batallas, de tímidos logros, de permanentes interrogantes. Las conexiones con el pasado, que en Old Joy se daban en ese agua en movimiento que aparecía luego de un día y medio de exploración, en Certain Women se hacen presentes en el rostro del viejo amigo de Gina y su marido, que conserva las piedras nativas en su jardín pero que ha perdido trazos de sus propios recuerdos. Y también en el intento de Beth de no repetir el destino de las mujeres de su familia, sumergidas en trabajos precarios y poco reconocidos, y aventurarse a enseñar la ley como un derecho humano y no una imposición inapelable. 

Las conexiones que Reichardt teje entre sus personajes son tan intensas como imposibles de clasificar. Así es el vínculo entre Wendy y su perra Lucy, a la que intenta dar alimento y protección aunque no lo tenga para ella misma, a la que busca incansablemente aunque en el camino lo pierda todo. También es entrañable el vínculo entre los dos amigos de Old Joy (acompañados en el bosque por una perra que curiosamente se llama Lucy), cargado de destellos de tensión homoerótica, de un placer indescifrable cuando se bañan en el agua cálida, de los renunciamientos y temores cuando conversan en el bosque y disparan a unas latas apiladas. En Certain Women, una de las conexiones más extraordinarias es la que se establece entre la ranchera y la profesora. Cada encuentro en el restaurant de ruta, preso de la frialdad de esos lugares de paso, enciende una luz alrededor de ellas. Reichardt se concentra en la mirada encantada de la chica de campo (interpretada por la extraordinaria Lily Gladstone) que de pronto descubre que no está sola, aunque sea por un rato. Cada recuerdo de su infancia, marcada por los caballos, las caídas y el mundo varonil, adquiere una nueva dimensión al ser compartida con alguien, aunque sea una noche por semana en un restaurant de ruta. Es ese intento de Reichardt de revelar el mundo de sus personajes escondido en los más impensables rincones el que logra que Certain Woman sea una historia perdurable.