Habíamos decidido pasar unas  vacaciones en contacto con la naturaleza y por eso  elegimos unas  cabañas al lado de un arroyo cerca de  San Javier, Córdoba. Un parque grande rodeados de montañas nos aseguraba  que Manuela, el pequeño Fermín y yo disfrutaríamos la belleza del paisaje. Cuando reservamos el hospedaje un dato nos llamó la atención: se jactaban de tener más de doscientos títulos en DVD. Recuerdo que apenas lo leí en la web me sonreí frente a la computadora porque conociendo la pila desafiante de libros que llevaría, la cantidad de actividades al aire libre que nos brindaba el lugar y las plataformas de películas y series web, si había algo que no pensaba utilizar era el arcaico DVD que ofrecían como oro. 
Sin embargo mi pequeño acto de soberbia porteña tuvo su lección: los negativos pronósticos que brindaban distintas páginas web habían sido optimistas comparado a la cantidad de agua que cayó en los primeros días. Tormentas eléctricas y un viento arrollador nos obligaron a quedarnos adentro de la cabaña. Como no podíamos disfrutar el aire libre, ni de internet porque el módem que tenían era sensible a los rayos y nuestro hijo estaba dispuesto a frustrar cada intento de lectura que sus padres pudieran intentar, decidí valientemente ponerme la campera de lluvia y correr hasta la casa de los dueños de las cabañas en busca de los tan mentados y salvadores DVD. La lista era interminable pero no había tantas infantiles y recordé que algún amigo estimado mencionó que Ratatouille era una gran película. Eso, mas alguna intuición o secreto deseo de verla, me llevó a elegirla. Volví, preparamos el sillón, una manta y mientras la lluvia ensanchaba el arroyo que escuchábamos desde nuestra ventana vimos la película juntos. La lluvia continuó no sólo ese día sino varios más y Fermín con su necesidad de repetir rituales nos hizo verla cuatro veces más. En cada una de esas ocasiones y contra todo pronóstico vi la película hasta el final, quiero decir sin dejarme vencer por el sueño vacacional.
Ratatouille cuenta la historia de un ratón, Remy, que tiene extraordinariamente desarrollado el sentido del olfato y gusto. Esta virtud la usaba para detectar venenos en los alimentos y así salvar a los suyos de envenenamientos intentados por humanos, pero Remy tenía otras aspiraciones para su vida. Mientras tanto en París muere el chef Gusteau y su restaurant queda en manos de un viejo cocinero del restaurant que tiene planeado volver la marca del reconocido chef en comida congelada que se vende en cajas. La llegada de un aprendiz de cocina, Linguini, viene a modificar las ideas de este chef malvado. Remy llega casualmente al restaurant y gracias a este ratón, Linguini desarrollará un plato que cambiará el destino del restaurant. Un vínculo entrañable entre Remy y Linguini toma forma mientras crece el éxito de sus platos. Todo esto dentro de una trama de intrigas, secretos, amor y otros elementos que prefiero no adelantar hace de la película la combinación perfecta de un guión inteligente acompañado de bellas imágenes animadas de una París que se descubre desde la mirada del encantador ratón. 
Están presentes en la película varios temas atractivos pero sobre todo rescato al ratón que sale de su destino, de lo que se espera de él, de lo que su familia desea y cómo logra conquistar nuevas experiencias a partir de seguir sus deseos. 
Otro gran momento que tiene una significación especial es el final: por qué Linguini y el ratón logran abrir su espacio inventando una nueva lógica que es distinta a la preexistente y que se logra imponer a pesar de los críticos, inspectores y malas voluntades que se cruzan en el destino.
Con el final pensé en los teatros independientes, esos espacios fundados en contra de la lógica del mundo; Fermín no sabe que pienso en estas cosas pero seguro él también piensa cosas que no me dice. También hasta hoy reflexiono sobre el valor de una película que es para muchos públicos, tiene altísima calidad y que a puro prejuicio uno podría dejarla pasar. Y gracias a la invitación de escribir sobre una película, pienso y rescato el valor de la ficción como ceremonia íntima de quienes la perciben, aquellas obras o películas que se ven en primeras citas, aniversarios, cumpleaños, o salidas de padres/madres e hijos o un día cualquiera pero que propician el encuentro entre aquellos que se quieren.
Como hace dos semanas cuando Fermín me propuso hacer un cine en casa y después de apagar todas las luces nos dispusimos a ver nuevamente después de varios meses Ratatouille. Casi un año después para ser exactos, ninguno de los dos éramos los mismos del verano anterior. El se rió en partes distintas, le provocó otras preguntas/ reflexiones y lo más extraño: nuevamente los dos la vimos hasta el final. 
Por supuesto para mí Ratatouille siempre será esos abrazos mientras afuera llueve, esos cines caseros mientras mama actúa y el deseo de que sea la primera de varias películas que permita que nos encontremos abrazados compartiendo un momento juntos. 
Nada más que eso. Todo eso.


Francisco Lummerman 

Nació en en Buenos Aires, Argentina, en 1982. Realizó sus estudios de actuación en Andamio 90 con Claudio Tolcachir y Luciano Suardi. Es egresado de la carrera de dramaturgia de la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático) que dirige Mauricio Kartun. Desde 1998 escribe y dirige sus propias producciones: Sucede (2004) El festejo (crónica de un cumpleaños) (2005), De cómo duermen los hermanos Moretti (2006-2011), Te encontraré ayer (2008) (primer premio del concurso Germán Rozanmacher en el VI Festival Internacional de Teatro de la ciudad de Buenos Aires),  En tus últimas noches (2009), Puro Papel Pintado (2012), Como tu vida también la mía (2014), estrenada en el Festival Theatre Shpektakel Zurich. Su última obra es El amor es un bien (2015) con la que también inauguró su sala teatral Moscú Teatro, fundado junto con Lisandro Penelas y donde hoy se presenta la última función de la pieza, a las 19, en Camargo 506.