Antes que nada: a veces sus objetivos son del género masculino, es cierto. Con Yanina Latorre siempre hay que adelantarse porque vive con el cuchillo en la boca. Fue implacable en el caso Jay Mammon: él era su amigo y, desde que ella escuchó el testimonio de Lucas Benvenuto cortó la relación, porque ante todo "hay que creerle a las víctimas".

Qué notable la apropiación del discurso feminista para lo que le conviene a la señora Latorre. Como el uso permanentemente sarcástico que hace de las palabras sororidad y empatía para señalar (y en esto parece la mejor alumna de Polémica en el Bar) la floja capacidad que tienen otras para criticarla, diferir con ella, competir con su tallllento (el uso doble de las letras se refiere a su acentuación de las palabras, tan particular, su verdadera pièce de resistence).

"¿Dónde está la empatía mi amorrrrr?" dice con esa vocecita que entra en el tímpano como una flecha bien afilada, muy bien acompañada de los escupitajos que lanza al espacio aéreo cada vez que se pone a gritar hasta que le falta el aire: "hiena", espeta con odio de muerte a su compañera de LAM, Estefanía Berardi, y quienes estamos del otro lado deseamos que ese pobre cuerpito que la enfrenta resista tanta violencia.

A la mañana hace vivos de Instagram con sus descargos, en piyama y desde la casa; a la tarde, su nuevo programa en la radio de Majul donde cuchichea alegremente con una de su misma onda, Vivi Canosa; y a la nochecita pone la percha (hay que decirlo: siempre está espléndida) en el panel del programa de América que consigue piquitos de rating a fuerza de que esta mujer desate su furia disfrazada de periodismo para scrollear en busca de información de primera mano, esa que le permite destruir a la China Suárez (para poder defender a Tini, hija de su amiga íntima) con los mismos argumentos que después usa para exculpar a Wanda Nara (y todo esto es por etapas, inestables, porque a veces las increpa y a veces las defiende con la misma pasión, usando esa inestabilidad a favor de su credibilidad).

Su fuerte es la vida de country: suele estar muy al tanto de todo lo que pasa en Nordelta y alrededores porque es una señora bien. Tal vez habría que aclararle, con mucha humildad y delicadeza porque se pone frenética en cuestión de segundos por las cosas más nimias e intrascendentes, que las feministas no defendemos a cualquier mujer por el solo hecho de ser mujer, que la empatía no es algo que se gana con labia y movimiento de hombros. La empatía es una cualidad que Yanina no posee, y basta ver cualquier compilado de sus apariciones gritonas para comprobarlo: patoteó muy fuerte a Cinthia Fernández, Nequi Galloti, Nancy Duré (por dar algunos nombres) y ahora a Estefi Berardi, que se ríe como defensa para no dejar entrar las balas. Las patotea porque ellas la enfrentan, o intentan hacerlo, y hace un abuso insoportable del poder que le da el conductor del programa para hacerlo porque, como ella misma dice, aporta al show.

A nadie le cabe duda que la televisión reserva un espacio importante para la generación de cadenas de quilombos que le dan trabajo a familias enteras que viven de este juguito, pero lo de Yanina ofrece un plus: la impunidad, su certeza y comodidad absoluta en que el réferi está de su lado. El martes pasado se desvivieron ella y su coequiper De Brito para explicar que en LAM todo el mundo dice lo que quiere sin filtros y justamente de eso, nadie tiene ninguna duda. A veces es mejor hablar con filtros, sobre todo cuando la diferencia de poderes entre las viejas y nuevas angelitas es tan evidente y desigual.

Dejando de lado el caso Berardi, que sabrá por qué soporta tanta locura (se la ve tragar saliva de la espesa cada vez que el rottweiler la apunta con la lengua), Yanina Latorre tiene un odio político importantísimo sobre cualquier persona que haya mostrado su preferencia política por el peronismo/kirchnerismo. El ventilador se prende hasta velocidad de fundido frente a Malena Pichot, Julia Mengolini, Mariela Anchipi, Viviana Colmenero y la Negra Vernaci solo por nombrar a algunas que osaron reírse de ella. Lo que hace es un auténtico ejercicio del bullying, quien lo ejerce no puede soportar ser bulleado, la operación más propia del machismo.

Por todo esto, es conveniente aclarar entonces que cuando se dice patriarcado se habla de un modo de ejercer el poder, muy similar al que hace Yani, donde se pone en juego la fuerza de los oponentes, donde se ataca al más débil o al que está lejos y/o no puede defenderse, donde se desautoriza la voz de quien debate por razones muy ajenas a las de la buena argumentación: simplemente porque son diferentes, para ella tal vez extrañas (lo somos todas las roñosas que amamos el pañuelito verde).

Si hay algo para lo cual se nombra la sororidad en el activismo es para subrayar el rasgo por el cual las personas (independientemente de nuestro género) podemos hermanarnos sin la mirada penetrante de alguien que exhibe su ventaja con alevosía, como quien le pega al otro en el suelo, cuando ya está herido y no puede ni sabe cómo defenderse sin aliados.

Yanina Latorre no está sola como ella siempre dice, que se hizo "solita y de abajo", y nadie entiende demasiado bien por qué le gusta tanto el papel que decidió encarnar de mala erecta: hay un montón de gente que sostiene el show del que ella es una caricatura. Muchas personas que ven en su tono chillón y femenino una oportunidad para un ejercicio de la violencia de todas esas formas que los varones parece que ya no pueden ejercer en público (aunque sí la ejercen) pero con la operación más efectiva de las derechas y los nuevos poderes anti derechos: haciéndole creer a las víctimas que hablan el mismo lenguaje y no, los victimarios siempre hablan la lengua del enemigo.