Crecí rodeada de adultos. Si algo me resguardó de esa madurez y seriedad en la que todo sucedía era que yo vivía en un universo paralelo: me entregaba en pleno día a imaginaciones alocadas en donde todo era posible.

Después que muriera mi abuela me aferré a ese mundo encantado y lo fui arrastrando al territorio de los sueños. Antes de dormir, ya con los ojos cerrados, me contaba ese cuento que quería soñar. Ese ritual íntimo fue cobrando distintas formas con los años, pero nunca dejó de existir. Mi fascinación por las historias antes de dormir además de un juego era un amparo frente a la crudeza de la vida.

Esta película alumbra algo de ese momento, en donde todo empezó. 

Hacia finales de los años noventa yo tenía veinte y pico. Repartía mi tiempo entre trabajar e ir al conservatorio de teatro todas las noches. De las cosas que más disfrutaba hacer en mi tiempo libre eran ensayar y escuchar música. Estaba hechizada por Björk, ella era puro misterio, armonía y grito. Era toda una época para los fans porque cuando algo te flechaba había que salir a buscarlo. Así era que entre amigxs circulaban revistas, versiones de temas, traducciones de letras y esperábamos que salieran esos videos deslumbrantes dirigidos por Michel Gondry. Me gustaba también su actitud políticamente incorrecta, capaz de pegarle a periodistas amarillos que pasaban los limites, así como de tener la capacidad para responder suavemente pero con misiles en la boca. Tenía una honestidad y una originalidad que la fugaba del mainstream, que no la devoraban. Ella era como la encarnación de una diosa griega, una maga sutil pero también salvaje y con un dejo de rabia.

No me acuerdo cómo ni cuándo me enteré que Björk había hecho una película. Pero sí que la vi antes de nuestro trágico diciembre, en el año 2001. Por ese entonces veía mucho teatro, pero no iba tanto al cine, así que tocaba de oído quién era Lars von Trier. Tiempo después vendrían la admiración y el desprecio por ese director misógino con el que las actrices afirmarían, después de una primera vuelta, que nunca volverían a trabajar. Y cierta redención con la repetición que hiciera Charlotte Gainsbourg que saltó de El Anticristo, a Melancholia y después a Nymphomaniac. Pero ese es otro tema y con Lars daría para largo.

De Bailarina en la oscuridad había escuchado desde que era un bodrio musical y melodramático hasta que era la mejor película que se había hecho. A mí no me importaba nada. Entregarme a esta película fue meterme en un torbellino emocional que terminó en algo así como una cirugía a corazón abierto.

 No me acuerdo cómo llegué al cine, pero sí la sensación de cuando la luz se apagó, el hambre de no perderme detalle.

En esta película Björk es Selma, una inmigrante checa que trabaja en una fábrica alienante y que se está quedando ciega. Trabaja sin cesar para ahorrar dinero con el fin de operar a su hijo que padece la misma enfermedad degenerativa que ella.

Selma no es para nada opaca, todo lo contrario, anda su camino de heroína trágica aceptando la crudeza de su realidad entre sonrisas y ternura, amparándose en una habilidad que la vuelve irresistible: puede convertir cualquier sonido de ambiente en música y transportarse a un mundo de fantasía. Así las máquinas, el tren, el conducto de la ventilación, los pasos, se convierten en el vehículo que le permite alejarse de lo grisáceo y hostil de este mundo.

La primera escena fue para mí la inauguración de un viaje iniciático a través del arte. Ahí la vemos a Selma y a su amiga (Catherine Deneuve) en un ensayo amateur de una versión de The sound of music. Ese ensayo fue algo más que un guiño, pasaba algo con la cámara que nunca había visto en el cine, algo que luego vería como una clara marca del dogma 95. Esa cámara respiraba junto a ellas y me estaba permitiendo infiltrarme en el mismo escenario que Selma que le indicaba a su amiga la importancia de abordar la escena desde el corazón. Más tarde ella confiesa su fascinación por perderse en mundos de fantasía en donde nada malo puede pasar.

Esta escena me consagró a la pantalla. La película me poseyó. En ese acto de entrega a la tierra a la que Björk me había invitado, miraba asombrada cómo ella no actuaba, ella era Selma con una inexorabilidad animal. No se muy bien cómo contar lo que sigue, pero sí que la película me llevó hasta el centro de mí y me trajó de vuelta transformada. La última escena es de un espanto capaz de contener toda la miseria del mundo mercenario y capitalista, así como toda la belleza inasible del amor. Mi cuerpo se acelera y esas imágenes están ahí abriéndome una herida y cubriéndola de miel.

En la escena final sucede algo que me knockea: ella está presente. Ella canta pero está allí, sin irse a la fantasía. Sola, pero con una canción que alumbra su dolor y se convierte en un escudo frente a su destino trágico. Una canción que se siente como fruto del enlace perfecto entre su mundo de fantasía y la realidad.

A esa altura yo estaba en un estado de entrega devocional, entre mocos y carilinas, cuando, de repente, el director irrumpe con el momento final que es un martillazo en la cara. Ese golpe me devuelve a la platea junto a un llanto tan visceral como vergonzoso. Qué difícil ponerle palabras a esa carne viva en la que quedó mi emoción.

No podía parar de llorar, lloraba por todxs los que como Selma son escupidxs del sistema, pero también lloraba por la belleza de ser capaz de ver a través de la propia decepción y también por ese regalo que buscaría recrear mil veces: el de estar poseída, el de dejarse traspasar por la escena y el desafío de traspasar cuando estuviera en ella. Pero también lloraba de otra manera, como con un llanto iluminado: reconocí en los ensayos ese mismo estado de gracia que me daban las historias antes de dormir y vi en la cancion un portal entre realidades.

Abracé esa sensación de asumir que el arte estaba uniendo mis dos mundos y así sin entender mucho nada, me levanté de la butaca reconociéndome un poco mas entera.

Nayla Pose es actriz, docente y directora de teatro. Dirige EL BRIO Teatro, espacio de entrenamiento, formación e investigación teatral. Desde el año 2002 se dedica ininterrumpidamente a la docencia. Como actriz trabajo con los siguiente directores: Claudio Quinteros, Fernando Rubio, Daniel Veronese, Mariano Pensotti, Guillermo Arengo, Alfredo Staffolani y Emiliano Serra, presentando trabajos en numerosos festivales nacionales e internacionales. Su último trabajo como directora es En este mundo loco, en esta noche brillante producido por Plataforma Fluorescente, Festival Internacional de Dramaturgia, Amigos da Arte, OFF Produções Culturais, con el apoyo de Estudio Los Vidrios y con curaduría de Piel de Lava. Actualmente se presenta en Dumont 4040 los domingos a las 20.