En su peculiar vida y su también peculiar carrera como escritor, Robert Aickman (nacido en Londres en 1914, nieto del conocido autor ocultista victoriano Richard Marsh) fue sobre todo cuentista y casi un género en sí mismo. Él llamó a sus relatos “cuentos de lo extraño” y más allá de que, con los años, ingresó al canon de “weird” (raro, justamente) como uno de los padres fundadores de ese inquietante sub-género fantástico, la verdad es que no había definiciones mucho más claras para sus historias.

Rescatado con lentitud y no sólo en castellano, fue, como dijo Peter Straub, “en sus mejores momentos, el escritor de relatos de terror más profundo que ha dado este siglo”. Y fue muy extravagante, también. Escribió y publicó 48 cuentos entre 1951 y 1981. Al mismo tiempo se desempeñó como conservacionista (jefe de la Inland Waterways Association, encargada de los canales de Londres), arquitecto, crítico y miembro de asociaciones relacionadas con la Ópera y editor de cuentos de fantasmas. Sus relatos se publicaron originalmente en ocho volúmenes: hoy hay todo tipo de ediciones aunque una definitiva, editada en 1990 por Tartarus, es de colección y cuesta varios cientos de dólares.

En el mundo hispano se hizo conocido en recopilaciones populares primero, antes de que editoriales como Edhasa en Argentina o Atalanta en España (y ahora muchas más) hicieran su propia selección de estos desconcertantes espantos. ¿En qué consiste eso tan “raro” de Aickman? Hay autores y fans y devotos que tratan de descubrir el mecanismo hace décadas, sobre todo por la aparente sencillez y fluidez de sus textos, que se desarrollan como sueños sin despertar posible. Se puede hablar del clima en asfixiantes clásicos como “Ravissante” o “Las espadas”, relatos eróticos donde lo morboso y la posibilidad del monstruo recuerdan a tocar un insecto viscoso en la oscuridad, y aunque en ambos casos esa otredad es femenina, no se trata de cuentos misóginos. Podemos mencionar “Campanadas”, una maravilla del horror que une pueblo costero, danza de la muerte e historia de amor entre un hombre maduro y una joven con varios momentos inolvidables además de esas constantes campanadas del título. O “Los cicerones” que toma como tema el turismo cultural y lo retuerce hasta el espanto. Están sus sanatorios, como el de “En las entrañas del bosque”, con esos insomnes perdidos en la naturaleza. O sus hoteles insólitos que atrapan con somnolencia y amenaza, como en el excelente “El hospicio” y ese pobre personaje, Maybury, que se queda sin gasolina y debe entregarse a ser huésped de un edificio tan imposible como sus residentes.

Aickman, sin embargo, también escribió (pocas) ficciones largas: dos novelas, The Late Breakfasters (1964) y The Model (1987) ambas casi virtualmente imposibles de conseguir, además de algunos libros autobiográficos y de no ficción. Ahora Adriana Hidalgo Editora, de manera sorpresiva y grata, ha traducido El Modelo, (“The Model”), que Faber había recuperado en inglés en 2014.

Lo primero que viene a la mente con esta novela corta (una rara fábula, cuento de hadas, relato de iniciación) es el cuento del propio Aickman “Las casas de los rusos”. Y no sólo por la obviedad de que los protagonistas tanto del cuento como de la novela son, en efecto, rusos. “Las casas de los rusos” se publicó en 1964 en la colección de relatos Painted Devils. Un hombre cuenta sobre un encuentro que tuvo en una isla en Finlandia, donde halló una serie de casas que parecían abandonadas, pero donde una mujer tejía o algo parecido en los jardines, donde se hacían fiestas fastuosas, aparecía un niño con monedas y, cuando el hombre volvía, lo que hallaba en la segunda visita a las casas eran rastros de sangre. ¿Un recuerdo, fantasmas? Los rusos escaparon de su país por cuestiones políticas.

El modelo, una novela breve traducida por Marcelo Cohen -quizá uno de sus últimos trabajos en este terreno: su pérdida como autor y traductor aún no es mesurable- sí transcurre en Rusia, pero es un país tan lejano como el de esta isla en Finlandia y tiene ese mismo ambiente de fantasmagoria, de ver a través de un libro –no es casual que se trate de una especie insólita de Alicia en el País de las Maravillas--. Rusia, como ente remoto y mítico, es un retablo para la magia. La protagonista es una niña, Elena, que vive solitaria con su familia en una mansión, aunque la situación económica y psicológica de la familia es al menos inestable. Ella es bonita, callada, le han enseñado la corrección. El padre es un frenético. La madre siempre está enferma. Elena es la hija menor pero no es mimada ni consentida: se la dirige con disciplina y a la vez nadie le presta demasiada atención. Un día llega a la casa, antes de lo convenido, una pareja amiga de los padres (o no tanto: la breve novela está plagada de silencios y misterios que no importa resolver): Herr y Frau Barger von Meyrendorff, hablando en francés como corresponde a su clase y educación. Le traen un regalo a Elena: un libro, Les Coryphées de la petite cave, “Las corifeas de la pequeña cava” (o quizá “bodega”). Es una novela sobre chicas francesas que viven juntas y trabajan en el ballet de la Ópera de París. Unas pocas son promovidas y se van de la cava. Las que no suelen hundirse en la desdicha o, directamente, ahogarse en el Sena. El relato, juvenil, romántico, sobre amistades y esfuerzos, fascina a Elena quien, decide, será bailarina. Primero se hace confeccionar, por un trabajador de la casa que usa las herramientas de sus hermanos, el modelo de un teatro a escala, con muñecas y todo. No le basta. Y entonces la novela entra en un terreno fantástico y absurdo, una Alicia de las estepas pero con mitologías de Europa: un polichinela diablesco llamado Irash, Lexi, el príncipe de la Ópera de Smorevsk que anda con unos perros ancestrales que “no se alimentan”, Anna Ismailova que durante un año en la Universidad “fue varón” y más personajes que acompañan a la siempre apacible nena en un largo hechizo durante en el que abandona su casa, cruza parte de Siberia, se entrena en escenarios. Sin embargo este cuento de hadas desconcertante, como todo en Aickman, tiene un corazón oscuro y, como pasa en estos relatos, está relacionado con los padres. La madre enferma de Elena quiere entregarla en sacrificio para salvarse ella, para curarse: dar a la niña a cambio de recuperar su salud. El padre quiere venderla a un Barón mucho mayor que ella en matrimonio y así resolver la situación financiera familiar. Elena, moneda de cambio de sus padres desequilibrados, mujercita descartable, solo puede cambiar, volverse otra: crecer y huir. Muy diferente a sus relatos –aquí no hay miedo y la incomodidad tiene más que ver con lo simbólico-- El modelo es un rescate si, pero también una pieza para añadir a la colección de este autor increíble e irrepetible, que nunca deja de sorprender.