Los colchones que dejó el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en población empleada, cobertura social y previsional, nivel de salario del trabajador registrado, cuentas fiscales, desendeudamiento y actividad industrial, en forma global en el bienestar social y en funcionamiento del aparato productivo, son los que han permitido amortiguar la crisis económica provocada por el gobierno de Mauricio Macri en el primer año de gestión. El descalabro en cada uno de esos frentes que empezó a preocupar al establishment ha sumergido a gran parte de la población y de las empresas en una situación crítica. Esos colchones socioeconómicos que dejó el kirchnerismo facilitaron el despliegue de un ajuste de magnitud con una impactante redistribución regresiva del ingreso sin generar un colapso por el momento, como mencionó Roberto Lavagna. Esos colchones se han achicado aceleradamente en apenas doce meses lo que plantea un gran desafío para una desordenada gestión económica que se ha movido con la holgura recibida.
A muchos puede generarle rechazo la mención de la existencia de colchones sociales, económicos y laborales, que no son otra cosa que mejoras relativas de la calidad de vida de la población, porque durante años en el espacio público ha predominado el invento de un país en crisis y en default. En la tarea de abonar esa desorientación deliberada, el gobierno justifica la presente caída en el desorden económico heredado. Pese a la insistencia del inmenso dispositivo oficial de propaganda público-privado, el anterior gobierno no dejó una “crisis latente”. Ni dilapidó las “cajas”, como se alimentó la confusión general al describir de ese modo la implementación de políticas redistributivas del ingreso, entre las que se destacó la eliminación de las AFJP. La gestión de la economía durante el kirchnerismo se topó con la restricción externa (escasez de divisas) y pretendió administrarla sin afectar las condiciones materiales de las mayorías, con algunas iniciativas exitosas y otras fallidas tras ese objetivo.
Como se mencionó en más de una ocasión en esta columna, la economía enfrentaba tensiones inflacionarias, cambiarias, fiscales, del sector externo que no necesariamente debían desembocar en un descalabro. El abordaje de esas tensiones no requería convocar a una crisis y menos asegurar que había una única vía para encararlas, como pretende convencer el macrismo y sus voceros oficiosos. La capitulación con los fondos buitre no tuvo como resultado una lluvia de dólares para la producción, el Davosito no generó una corriente de inversiones y no hubo brotes verdes ni un segundo semestre de recuperación económica. El gobierno busca entonces explicar su fracaso macroeconómico en la pesada herencia del kirchnerismo. Cada vez queda más desnudo ese atajo discursivo de marketing político.
Una cuestión poco analizada para comprender el presente ciclo político es que la Alianza macrismo-radicalismo que gobierna de y para las elites pudo avanzar en el ajuste y la redistribución regresiva del ingreso por los colchones laborales, sociales y económicos recibidos del kirchnerismo.
En otras circunstancias hubiera sido muy difícil llevar a la práctica el encadenamiento de medidas que han disminuido en forma tan rápida el bienestar de amplios sectores de la población. Lo que sucedió fue que se partió de un piso relativamente cómodo y la regresión se pudo asimilar hasta ahora. Si bien hubo espacios de resistencia social que hicieron retroceder un poco la intensidad de esas políticas no han podido modificar su orientación que han afectado la calidad de vida de las mayorías. El acuerdo por la Emergencia Social es un reflejo de esa oposición que deriva en un paliativo a los efectos de una política regresiva.
El gobierno de Macri no evitó una crisis económica, la provocó. La descoordinación en el manejo de la cuestión económica hasta ahora pudo ser disimulada u ocultada por los siguientes colchones recibidos.  

 

Deuda


El inmenso colchón del desendeudamiento es el más evidente, reconocido incluso por economistas macristas. Durante los últimos años del gobierno de CFK hubo una campaña mediática para mostrar que no hubo desendeudamiento. Este inmenso esfuerzo social para ampliar los estrechos márgenes de autonomía de la política económica empezó a ser dilapidado por el gobierno de Macri con un vertiginoso endeudamiento del sector público en 50 mil millones de dólares, monto que se engrosa con el equivalente de casi 46 mil millones de dólares en títulos de deuda de cortísimo plazo (Lebac) emitidos por el Banco Central. Esos dólares no fueron aplicados a proyectos que garanticen el repago de la deuda. Fueron para financiar la fuga de capitales, la cancelación de deuda y cubrir el creciente bache de las cuentas públicas y externas. Una porción de ese total fue destinado a sumar reservas, stock que también contabilizó la conversión de unos 3000 millones de dólares del swap de monedas con China rubricado en el anterior gobierno. El frenesí de emisión de deuda del macrismo no hubiese podido desplegarse sin el colchón del desendeudamiento.

 

Empleo


La situación del mercado de trabajo previa al balotaje, con datos oficiales del tercer trimestre de 2015, mostraba la tasa de desempleo más baja de los últimos 28 años (5,9 por ciento) y el nivel de empleo registrado del sector privado más elevado desde 1996 (más de 6,5 millones).  Estas son las condiciones sociolaborales y económicas que facilitaron el avance sobre los trabajadores con parte de la dirigencia gremial como observadora privilegiada. El salto que describió el desempleo en el segundo y tercer trimestre de este año es el margen de tolerancia social que ha gozado el macrismo. Una tasa de desocupación de dos dígitos es un indicador que dejaría de ser un colchón mullido del empleo.

 

Salarios


Los datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), a partir de la información proporcionada por las empresas (cantidad de trabajadores y remuneraciones), indican que el salario medio real de los asalariados formalizados creció en los doce años de los gobiernos kirchneristas como mínimo un 50 por ciento independientemente del indicador de precios utilizado para deflactar la serie. Aún utilizando los índices más extremos, el salario real subió al menos en esa magnitud. La caída del salario real del 6 al 12 por ciento en trabajadores registrados, según diferentes cálculos de centros de estudios vinculados al mundo gremial, y en una magnitud desconocida pero igual o mayor en los informales, es uno de los golpes más fuertes al ingreso disponible de la clase trabajadora en los últimos cuarenta años. El derrape del consumo se entiende por esa merma pero no derivó en un cuadro ruinoso porque se partió de un piso relativo elevado del salario real.

 

Industria


La utilización de la capacidad industrial instalada se ubicó en el 63,6 por ciento en septiembre pasado, porcentaje que ha seguido bajando en los meses siguientes porque continuó el deterioro de indicadores sectoriales. El último informe del Indec señala que los bloques que están por encima de ese promedio son refinación del petróleo (81,3 por ciento), productos del tabaco (80,8), papel y cartón (80,3), productos minerales no metálicos (70,7), mientras que los que están por debajo son productos caucho y plásticos (55,2), edición e impresión (53,5), metalmecánica sin automotores (51,9) e industria automotriz (51,4 por ciento). Hay que remontarse al segundo trimestre de 2003 para encontrar un nivel tan bajo de utilización de la capacidad industrial. Durante el primer año del gobierno de Macri, gran parte de la industria fue liquidando stock, disminuyendo la producción, reduciendo la jornada laboral, ampliando los períodos de suspensión de trabajadores y también ajustando la plantilla. Se fue comiendo así la expansión acumulada en los últimos años.


 
Cuentas públicas


El ministro de Deshacienda, Alfonso Prat Gay, dibujó el número del déficit fiscal de 2015, garabateando el 7 por ciento del PIB, con la expectativa de mostrar en su gestión una disminución de esa variable tan sensible a la ortodoxia. No pudo cumplir con ese objetivo. El descontrol fiscal apunta a superar el 5 por ciento del PIB, bastante más alto que el recibido. El último reporte de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP) cierra el debate abierto por los números inventados de Prat Gay y replicados por consultoras de la city. En el detallado “Informe Cuenta de Inversión. Año 2015” precisa que el déficit financiero del sector público de ese año fue 3,7 por ciento del PIB “medido de acuerdo a estándares internacionales”. De ese análisis surge que el déficit primario fue de 1,9 por ciento del PIB, como se señaló en esta misma columna el 26 de junio pasado, en base a documentos oficiales. No había desborde fiscal en 2015; el macrismo utilizó el colchón fiscal para instrumentar transferencias de ingresos a grupos concentrados. A esto le sumó una recesión autoinfligida lo que terminó provocando un descalabro fiscal.
 
En apenas doce meses el gobierno de Macri despilfarró los colchones económicos, laborales y sociales recibidos, que en forma despectiva han indicado como producto del “populismo”. Van a extrañarlos. A partir de ahora tendrá que gestionar sin esos amortiguadores y no parece que el macrismo se sienta muy cómodo en esa situación de acuerdo a las tensiones políticas que estallaron al interior de su propia fuerza, al desconcierto que han empezado a manifestar intelectuales orgánicos del radicalismo abrazados al macrismo y a las luces de alarma que se ha encendido en los tableros del establishment.

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