Resultaría imposible hablar de la última película de Clint Eastwood sin mencionar sus declaraciones políticas ni su defensa a la candidatura de Donald Trump. Dichos que en agosto, en plena campaña, cuando nadie avistaba el resultado electoral, levantaron polvareda en el ambiente cinematográfico (hollywoodense) por su falta de corrección política o sus provocaciones a la pacatería progresista, con Susan Sarandon, Miley Cyrus, Justin Bieber y Daniel Craig a la cabeza. Fiel a sus parlamentos usuales, o a la vetusta osadía de un viejo republicano que se muerde las aches, Eastwood  siguió con la misma postura de qué-me-importan-estos-giles, y declaró, sin ningún pelo en la lengua filosa, para The Guardian, lo siguiente: “Un gran general me dijo una vez: ´Me puedes hacer correr, me puedes acorralar con el hambre, me puedes golpear, hasta me puedes matar, pero por favor: nunca me aburras.´ Y eso es exactamente lo que está pasando en este momento: todo el mundo aburre a todo el mundo. Es aburrido escuchar toda esta basura. Es aburrido escuchar a esos candidatos”.
¿Qué es lo aburrido, en verdad? ¿La retórica en lugar de los hechos? ¿Los largos discursos de Barack Obama que corrieron por izquierda a una generación de votantes, quienes, para colmo, perdieron sus casas y sus trabajos con el crack de Wall Street del 2008/2009? Eastwood, obviamente, se cuidó de no mencionar a Obama y dijo que todos esos mensajes de Trump sobre xenofobia, homofobia, misoginia, había que “superarlos”. El enigma Eastwood ha sido siempre el mismo: ¿cómo hacer para vincular a ese viejo retrógrado con el tipo que filmó la Sutileza (así con mayúsculas) en Río Místico? Ahora con Sully su película número 38 como director, con la mega estrella Tom Hanks en el protagónico, toca en cierto punto otra fibra norteamericana, pero, paradójicamente, lo hace desde otro lugar: en la esperanza que, para un panorama político poco alentador (visto al menos desde Sudamérica), viene a reforzar su propia mirada política.
“Es una historia de Nueva York”, dijo para The New York Times el director nacido en San Francisco, California, un 31 de mayo de 1930. Y, si tenemos en cuenta que durante los primeros minutos de la película un avión surca el cielo, avista la ciudad eléctrica un día de invierno por la mañana y se estrella contra un edificio, sí, claro, es una historia sobre la reciente Nueva York post 11 de septiembre del 2001. Como una pesadilla comunitaria de una ciudad que no puede salir del trauma ni de los viejos fantasmas del atentado contra las Torres Gemelas, Chesley “Sully” Sullenberger despierta del sueño para llamar a su esposa (interpretada por Laura Linney) y preguntarle: ¿Y si tomé la decisión incorrecta? ¿Si en lugar de bajar la palanca tendría que haberla subido y buscar un aterrizaje más seguro? Sully y su co-piloto Jeff Skiles (Aaron Eckhart) están en la ciudad para prestar declaración ante un tribunal que investiga por qué este hombre tuvo que realizar una maniobra riesgosa sobre el río Hudson el 15 de enero del 2009 en vez de hacerlo sobre alguno de los dos aeropuertos cercanos. Sully no puede dormir. Tiene malos sueños, recurrencias, dudas, visiones sobre aviones que se estrellan una y otra vez contra los rascacielos de la ciudad. Eastwood recurre a contraluces expresionistas para indagar en los gestos bastante contenidos de Tom Hanks quien apenas sonríe tres o cuatro veces en toda la película (un papel que si bien por corrección política a Hanks le queda pintado, hubiera sido divertido ver en la piel de Billy Bob Thorston, como señaló el crítico Richard Moody).
Con una estructura fragmentaria, llena de matices y de sombras (nuevamente Tom Stern en la dirección de fotografía), un montaje que sin tomar puntos de vista concretos va armando un relato social sobre un hecho específico, una música por momentos sutil escrita por el propio director, Sully rearma una y otra vez el caso del aterrizaje no para resolver una pregunta estructural (¿qué fue lo que pasó? ¿por qué un hombre toma una decisión así en un caso límite?) si no para construir una visión particular sobre un héroe colectivo.


Prepárense para el impacto

“Esto ocurrió en un momento especial, en 2008/2009, después del desastre financiero, cuando parecía que todo iba mal. Nos preguntábamos si se trataba de egoísmo y codicia. Estábamos dudando sobre la naturaleza humana. Entonces, esta gente trabajó en conjunto desinteresadamente, para obtener algo importante. En cierto modo, creo que le dio la oportunidad a un montón de personas de tener esperanzas, en un momento en el que todos la necesitábamos”, dijo Chesley Sullenberger para Variety con, seguramente, un tono entre mesurado y algo vendedor. Las fotos lo delatan: Sullenberger es un hombre de familia, mediana estatura, pelo blanco y amplio bigote igualmente canoso. Era un hombre que “solo hacía su trabajo” en aquella mañana cuando su avión con vuelo interno Nº1549 de Nueva York a Carolina del Norte, tras cuatro décadas de servicio en la empresa como piloto y un currículum impecable, atravesó una bandada de pájaros que se estrellaron como en Indiana Jones y la última cruzada contra las dos turbinas volviéndolas inservibles.
Después del aterrizaje forzoso sobre el agua, Sullenberger tuvo que declarar ante un tribunal conformado por las compañías de seguros y Airline Airways; fue representado por el sindicato de trabajadores. Poco tiempo después, el piloto pronto a retirarse, devenido héroe popular, escribió un libro sobre su experiencia, subió una página web y comenzó a dar cursos sobre terapia pragmática y superación personal. En YouTube están sus charlas al estilo TED: Sully hablando sobre su experiencia como piloto, sobre la importancia de tener un seguro aéreo, sobre invertir más en mejorar las líneas. Algo similar a la historia de Enrique Piñeyro, con la diferencia de que el ex piloto de Lapa tuvo que pelear contra viento y marea para que sus denuncias sobre aquel fatídico choque fuesen escuchadas, y hasta tuvo que dirigir él mismo sus películas en función de que la historia tuviera cierta relevancia.
Clint Eastwood venía de una larga serie de películas desparejas. Ni esa oda a la unión racial llamada Invictus, ni el mentalista y psíquico interpretado por Matt Damon en Hereafter, ni su musical scorseseano The Jersey Boy estuvieron a la altura de Gran Torino. Por su parte, American Sniper le reportó una enorme ganancia, duplicando cinco veces su valor de producción. Fue un exitazo a nivel público y podríamos asegurar que hasta la fecha es su película más reaccionaria y abiertamente belicista. De glorificar la guerra a meditar sobre un drama colectivo: Eastwood tuvo dudas sobre si adaptar el proyecto. Le parecía demasiado lineal y, en cierto modo, el final feliz era cantado: Sullenberger es un emblema nacional para Estados Unidos. No sólo tiene ahora la llave de la ciudad de Nueva York, sino que su nombre es homenajeado en una canción titulada “A Real Hero” de College y Electric Youth, que por esas vueltas del mercado pop terminó siendo un hit en la banda de sonido de la película Drive. Suele dar discursos cuando se inicia la temporada de béisbol y su nombre es sinónimo de heroísmo norteamericano en los principios de siglo.
Eastwood encontró una estructura coral para narrar la historia en apenas 98 minutos de duración. Por un lado en los innumerables detalles técnicos que los personajes van disparando como una telaraña de efectismo laboral, desde que el avión tiene fallas hasta que se realiza el aterrizaje forzoso. Por el otro, la visión de la ciudad que de a poco va construyendo a un héroe colectivo. Es, ciertamente, la parte más floja de la película, donde Eastwood, consciente de su “mensaje político”, va recurriendo de a poco al melodrama barato, con abrazos de gente anónima, besos dedicados para las madres, pakistaníes taxistas orgullosos del piloto, etc.
Uno de los aspectos que más le gustó a Clint Eastwood (y se nota), según aseguró en la entrevista para el Times, fue volver a filmar en la Gran Manzana. No ofrecía un retrato sobre Nueva York desde que reconstruyó la Calle 52 por la época de Birdland y las revoluciones del bebop en su biografía sobre la bestia del jazz, película filmada en 1988. Pero en Bird la ciudad era un caldero oscuro y creativo, expresionista y por momentos abstracto, en donde Charlie Parker se iba deteriorando lentamente a medida que su música alzaba vuelo. Acá, en cambio, la ciudad moderna, reconstruida sobre sus ruinas, se va rearmando después de que el vuelo se ve interrumpido, vaya paradoja, por el volar errático e improvisado de los pájaros.

Qué bello es vivir

Se suele decir –con justa razón– que Clint Eastwood tiene dos faros que han marcado el camino de su estilo: John Huston y John Ford. Del primero aprendió el manejo de la puesta en escena. La forma clásica de contar una historia en imágenes. Cuándo acercar la cámara en el momento exacto, cuándo presentar un plano general, cuándo generar el tiempo para que los personajes tomen relieve y curva dramática. Del segundo, además de la técnica, aprendió cuestiones más elementales relacionadas con los géneros, la construcción de un héroe, la denuncia acerca de la pérdida de los valores en una sociedad en decadencia. Pero en Sully, hay un nombre que parece sobrevolar (nunca mejor dicho), toda la película: el de Frank Capra.
Volver, entonces, a Frank Capra, parece sugerir Sully. Si bien Capra se especializó en sátiras y pequeñas comedias políticas (nada más alejado de Eastwood), sus películas marcaron el pulso esperanzador, primero tras el “crack” de Wall Street en 1929, y después cuando Estados Unidos se ubicó en el mapa geopolítico de posguerra, con el comienzo de la época dorada del capitalismo durante la década del 50. El cine de Capra, profundamente humanista, antiburocrático, atenta contra la corrupción estatal en Mr. Smith Goes to Washington o la película con Spencer Tracy y Katharine Hepburn State of the Union (una historia de carrera presidencial con demasiada vigencia en tiempos de Trump).
El conflicto central de Sully es la batalla legal entre dos pilotos de avión que “hacían su trabajo” contra un jurado que por momentos no quiere colaborar con el peritaje y pretende burocratizar la decisión de un solo hombre sin considerar el factor humano. “Seamos honestos”, dice Sully en su declaración final, y parece una frase que sobrevuela el panorama político en Estados Unidos, aquí y ahora, cuando el americano medio acomodó su ideología hacia la derecha y salió a reclamar claridad institucional. Es, en cierto modo, la batalla entre un grupo de personas que “hacen su trabajo” contra un grupo de burócratas que recrean el accidente con computadoras y cálculos de ingeniería moderna. Es la visión conservadora acerca del trabajo como estandarte político, esa figura digna de la expansión territorial (los farmers, los carpenters, los butchers), una vuelta a las raíces similar a las lecciones que Walt le da a Thao en Gran Torino, algo que también había sugerido Spike Lee en su película pionera sobre el atentado a las torres gemelas, La hora 25 (quien, dicho sea de paso, tuvo un altercado con Eastwood en el 2008: lo acusó de racista).
Una interesante lectura ensayada por el crítico Richard Moody enThe New Yorker tiene que ver con la dimensión “real” de Sully en términos de registro y la reflexión sobre el hecho cinematográfico que el director hace sobre su propio oficio. Filmada con cámaras IMAX desde diversos ángulos del río, Eastwood trabajó con muchos operarios de barcos, rescatistas profesionales, hasta encargados de monitorear los mensajes de ayuda en las torres de control. A sus 86 años, filmó en La Guardia, uno de los aeropuertos cercanos a Nueva York, en tiempo real, con más de 260 extras. Cuando un crítico hipster en un EPK de Fox le preguntó cómo había hecho una cosa así, el viejo ícono del spaghetti western se llevó una mano llena de maníes a la boca y masticando dijo: “no tengo idea”. Sólo la caída del avión fue realizada con pantallas verdes, mientras que el rescate propiamente dicho se llevó a cabo en el río Hudson con un avión de utilería de tamaño real. No hubo simulación ni estudio ni pantalla verde ni cromas; apenas Clint Eastwood haciendo (como hizo Sully y todo ese conglomerado de azafatas, asistentes, buzos y tacheros) su trabajo.