Nacido en Córdoba en 1928, criado en el seno de una familia pobre, con apenas 11 años, Antonio Puigjané decidió ser sacerdote. Con las banderas del Concilio Vaticano II se instaló en la villa Martillo Chico de Mar del Plata, donde levantó su capilla, armó cooperativas, biblioteca y farmacia, entre otros servicios. Debió dejar la ciudad por decisión del obispo Antonio Plaza, en sus antípodas ideológicas. Su siguiente destino fue Anillaco, la tierra de los Menem, donde los curas tercermundistas fueron especialmente difamados y perseguidos aún antes del golpe de Estado. Allí colaboró con la obra del obispo riojano Enrique Angelelli hasta su asesinato en 1976. Viajó entonces a Buenos Aires y comenzó su trabajo en la Villa Itatí, en Quilmes. Allí tomó conciencia de los métodos de la dictadura y supo de la incipiente organización de las Madres de Plaza de Mayo. Pronto comenzó a organizar misas en las que mencionaba a los desaparecidos con nombre y apellido, y fue uno de los primeros varones en marchar junto a las Madres alrededor de la pirámide.

A partir de su incorporación al Movimiento Todos por la Patria (MTP) y el crecimiento de esa organización, dividió sus tiempos entre la iglesia, la villa Itatí y los viajes al interior para fortalecer el movimiento. En diciembre de 1988, participó junto a la conducción del MTP en la conferencia de prensa para denunciar el intento de desestabilización del gobierno de Raúl Alfonsín por parte de los carapintadas, que acababan de alzarse en Villa Martelli. El 23 de enero de 1989, ante la hipótesis de que se gestaba un inminente golpe de Estado, unos setenta militantes del MTP decidieron tomar el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 de La Tablada. Antonio Puigjané fue juzgado y condenado a veinte de años prisión por ser considerado el ideólogo del copamiento del cuartel militar de La Tablada, a pesar de que desde el primer momento aseguró que desconocía por completo la idea del asalto y se manifestó en contra de la violencia. De esa manera, debió pasar por la cárcel de Caseros y luego la de Ezeiza, hasta su libertad condicional. El entonces presidente Carlos Menem le ofreció el indulto, que rechazó porque no incluía a sus compañeros. Recuperó su libertad en 2003, cuando finalmente lo indultó el senador Eduardo Duhalde, interinamente al frente del Ejecutivo. Fray Puigjané murió el 27 de agosto de 2019 a los 91 años en el convento de Nuestra Señora del Rosario, en Nueva Pompeya.

Como puede deducirse, la vida de Fray Antonio Puigjané merecía una película. La concretó Lucho Corti. El film se titula ¡Oh, por Lenin!, y se estrena este jueves a las 20 en el Cine Gaumont. Es el primer documental de Corti, quien cursó Artes Audiovisuales en la UNA y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Corti llegó a entrevistar a Puigjané y esa entrevista -en la que el sacerdote va relatando distintos aspectos de su obra tanto espiritual como material-se ensambla con otros momentos, como cuando sus compañeros le festejaron un cumpleaños, ya anciano él, o bien su acercamiento a las Madres y también un Vía Crucis que se realizó en la Ex ESMA. Paralelamente, brindan su testimonio personas que lo conocieron.

Fray  Antonio Puigjané

"Había una cátedra de Comunicación II, donde estaban explicando las ideas de Gramsci, y un profesor que daba los teóricos planteó que decir 'Oh, por Dios', no genera ninguna contradicción ni molesta, a diferencia de si uno dice 'Oh, por Lenin', que suena raro", relata Corti como recuerdo de cuando estudiaba Comunicación. Y esa expresión sirvió como germen para su documental. "La expresión de referencia a Dios es cotidiana y ya está internalizada, en cambio si uno dijera la de Lenin en una mesa, le dirían que está bajando línea; es decir, lo que es hegemónico y lo que no. Yo siempre fui cristiano, siempre adherí al peronismo, simpaticé con el socialismo utópico y la crítica que siempre tenía de mis compañeros era que no podía ser todo", afirma Corti. "¿Cómo vas a ser cristiano y peronista?", le decían. Para Corti no había contradicción en eso y en función de eso se puso a investigar sobre el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Achicando esa idea, buscó un personaje y se topó con la figura de Fray Antonio Puigjané.

-¿Buscaste no separar su prédica del Evangelio de sus ideas políticas?

-En primera instancia, no. Hicimos una gran entrevista donde íbamos preguntándole de todo lo de su vida. Nos resultaba bastante inseparable y coherente una cosa y la otra. El creía que, como sacerdote y como cristiano, tenía que hacer lo que hizo. Cuando conoció a las Madres, dijo: "Cuando conocí a esas personas que estaban sufriendo de esa manera pensé en cómo acompañarlas en ese dolor y en esa lucha". También expresó: "Las Madres me parieron a una vida nueva". El ya estaba conectado a los dolores del pueblo, pero cuando conoció a las Madres lo hizo carne, y las acompañó de una manera muy activa. Incluso, cuando iba a la Plaza, se vestía de franciscano. El lo explicaba así: "Yo no usaba más el hábito, pero para ir a la Plaza me lo ponía". Era para que se notara que era un sacerdote que estaba acompañando a las Madres y que había una parte de la Iglesia que las acompañaba de manera presente.

-¿Tu idea fue rescatar su labor humanitaria?

-En realidad, mi idea fue más que nada entender cómo Antonio, que era un sacerdote cristiano que había tenido a su padre desaparecido, a su discípulo desaparecido, a Angelelli, que era su colega, asesinado, siguió saliendo adelante y poniendo el cuerpo en ese contexto. Y, a la vez, cómo no se separó de la Iglesia, porque hubo otros casos de sacerdotes que se desordenaron.

-¿Cómo destacarías su labor con Angelelli?

-Era mucho más joven en esa época, pero en los videos que vi se lo veía muy combativo, muy dispuesto. El quería acompañar a Angelelli hasta la muerte. Angelelli le decía que se vaya, porque al obispo lo estaban buscando. Y Antonio no se quiso ir. Angelelli le dijo: "Una cosa es morir por mártir y otra cosa es morir por boludo". En ese momento, Antonio dijo entonces "Tenés razón". Antonio siempre estuvo dispuesto a poner en cuerpo.

-Algo que lo distinguía era que se ocupaba no sólo de las necesidades espirituales de los pobres de las villas sino también de otras bien concretas, ¿no?

-Sí, claro, de las necesidades materiales. Antonio tenía muy clara la diferencia entre lo espiritual y la praxis social cotidiana, el tener que comer, digamos. Antonio siempre pedía que lo mandaran a lugares pobres. No creo que hubiera sido feliz en una parroquia de Barrio Norte. El iba a las villas porque había necesidades espirituales y materiales. Y él quería aportar en esas dos direcciones: como sacerdote y como compañero de lucha reivindicando derechos.