Según el curador y artista Hernán Camoletto, "en la vida de las personas, de las familias, de las sociedades" la memoria "no constituye una vía para 'revivir' un suceso ocurrido sino una clave para acceder desde el presente‑presente a un presente‑pasado". Lo citado abre la fundamentación de su proyecto curatorial Presente continuo, que con producción del Museo de la Memoria de Rosario ofrece hasta el próximo martes la cuarta de siete exposiciones.

Inaugurada a fines del mes pasado en el subsuelo de la casa de estilo modernista de Córdoba y Moreno que durante la dictadura alojó la sede del Comando del II Cuerpo de Ejército, Flores alimentadas de cenizas reúne obras de Daniel García y un texto de Gilda Di Crosta.

Dispuesto en el espacio como una estela conmemorativa y creado especialmente para este contexto, "Bailaba un fuego" es el poema más extenso escrito hasta ahora por la autora de Hueco reverso (2009), Umbra y otros poemas de marzo (2012) y Casi boyitas (2012, con dibujos de Daniel García). Nacida en 1967 en Capitán Bermúdez (provincia de Santa Fe), Gilda era una niña cuando fue testigo presencial de la quema de "papel, libros, letra peligrosa" en un tambor metálico al aire libre, en el terreno del fondo de la casa familiar. Las cenizas "de papel abonaron los márgenes/ de los canteros de las flores".

El poema, testimonio autobiográfico, se apuntala en lecturas. "Antes otros usaban amasijos de cenizas, humanas,/ para nivelar un terreno, en el centro/ de un estado de excepción", compara. La imagen surge a partir de un libro del sobreviviente Filip Müller citado por Georges Didi‑Huberman en Imágenes pese a todo: memoria visual del Holocausto. Miembro de un grupo de prisioneros encargados de los hornos crematorios en el campo de exterminio nazi de Auschwitz‑Birkenau, Müller cuenta cómo ellos fueron obligados a extraer y quemar los cadáveres de las cámaras de gas y luego a rellenar de hormigón una superficie de 60 metros por 15 y a moler allí, convirtiéndolas en un talco fino, las cenizas, antes de arrojarlas al río Vístula. Didi‑Huberman reproduce unas fotos clandestinas de 1944 que atestiguan la quema de muertos en fosas al aire libre, al no dar abasto los hornos.

Hoy como ayer, un irónico triunfo de los criminales de Estado consiste en hacer trabajar a sus víctimas en su propia destrucción, convenciéndolas de que colaborar es la garantía de su supervivencia. El rol de destructores de cuerpos y archivos por las propias víctimas del genocidio nazi se espeja en un legado cultural incinerado en los '70 ante los ojos de sus legítimos herederos, que ya no los recibirían ni leerían. Y los ojos que leen el poema no vieron más a Santiago Maldonado, en un invierno de estufas al mínimo y neumonías sin cura.

"Miraban el cielo, la noche, las estrellas/ ‑el pasado‑/ lo que esas luminiscencias ya no eran/ perdidas/ en el espacio/ en el tiempo/ adioses de otras épocas". Más adentro, hace eco al poema una pintura de Daniel García de su serie de 2011 Ad astra per aspera (Hasta las estrellas mediante el sacrificio). El vidrio de esa obra refleja a otra: un enigmático retrato femenino titulado Psinoe y pintado (al igual que los otros de la serie Sirenas) combinando diversos rostros. Con un sonido compuesto por el propio autor a partir de voces, fragmentos de cello y sirenas policiales, el video Fantasmas (2015), de Daniel García, comprime en 3 minutos de vértigo infernal una serie de retratos frontales encontrados. La obra continúa el trabajo del artista rosarino sobre fotos anónimas de prontuario.

"No todas las fotos corresponden a detenidos --explicó Daniel García a Rosario/12--. También hay víctimas de hechos policiales, gente desaparecida que la están buscando, víctimas del Holocausto". En la penumbra de la sala soterrada, el espectador se asemeja al anónimo fotógrafo que en 1944 se escondió en un horno vacío para sustraerse al panóptico concentracionario y registrar desde allí la destrucción.

Más información en: http://daniel‑garcia.blogspot.com.ar.