Sus caras, sus manos, sus cuerpos trabajados por el amor y el dolor, el tiempo. Sus pañuelos blancos. Sostienen retratos, cartas, flores, algún álbum, esquelas, recortes de diario. Son esencias y señales del paso de sus hijos por este mundo: dibujos, prendedores, pins, algún viejo juguete, alguna prenda de vestir, fotos, fotos. El tiempo y sus marcas, arrugas y cicatrices, y en los ojos la tristeza pero también el aferrarse a la vida, defenderla, lucharla: ¿en quiénes hace más sentido ese verbo, en quiénes, de lo que va de los últimos cincuenta años? Las madres y abuelas de Plaza de Mayo, los caminos que abrieron y trajinaron, son un signo de la humanidad: su presencia en las calles simboliza la resistencia y la denuncia del terrorismo de estado, la voluntad de justicia, de saber qué pasó con sus hijos. En Un abrazo infinito, la muestra que desde este jueves puede verse en el Centro Cultural Haroldo Conti, se las ve en otra dimensión, con otros tempos y luces: a lo largo de dos años, en diversas ciudades del país, el fotógrafo Leo Vaca las retrató en sus casas.

“Al llegar me contaban sus historias con muchísimo cariño, sentían que sus testimonios eran como un legado –cuenta Leo Vaca–. Eran charlas, no es que hiciera reportajes; grabé esas conversaciones, con la idea de quizás tomar luego algunas frases o tramos, y después de haberlo hecho me di cuenta del poder que tienen esos audios. Esas charlas fueron muy importantes, y también el hecho de haber ido solo, porque al estar ahí cara a cara se generaba un ida y vuelta y una confianza fundamental para las fotos, que siempre hice a posteriori. Es que si alguien está a disgusto no se abre y ellas confiaron en mí, me mostraron sus pertenencias, me abrieron sus placares, sus carpetas, sus muebles, las cosas que más profundamente guardan como recuerdos y atesoran. En su casa en Neuquén, por ejemplo, Inés Rigo de Ragni me mostró junto con su marido el cuarto de su hijo Oscar: estaba intacto. Ahí estaban los posters de motos de los años ’70, los banderines de básquet dentro del placard, la ropa, los libros; esa habitación no se la mostraban a nadie y a mí me la mostraron. Guarda, se abrieron porque es un proyecto impulsado por la Secretaría, que tuvo esta idea, y yo fui un medio. De hecho si bien en el proyecto está mi mirada, procuré aparecer, figurar, lo menos posible. Son las madres y las abuelas”.

Faride Salim de Adriss

Hay unas ciento veinte fotografías colgadas en los dos paneles rosados que surcan en diagonal la sala de exposiciones del primer piso de Conti, ventanales grandes que dan a la arboleda del predio de la ex ESMA. Este trabajo comenzó unas pocas semanas antes del 24 de marzo de 2021, cuando desde la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación le propusieron retratar a un grupo de madres en sus casas: a consecuencia de la pandemia no podrían hacerse los actos conmemorativos ni las marchas por el aniversario del golpe de Estado de 1976. Fue una manera de tenerlas presentes: en esa primera etapa, con los temores y cuidados del caso, retrató a nueve de ellas, domiciliadas en Buenos Aires y alrededores, alguna en La Plata. Desde entonces el proyecto fue expandiéndose: las fotografiadas ya son cuarenta y algunas de ellas viven en Córdoba, Tucumán, Formosa, Catamarca, Santa Fe, Mar del Plata, Mendoza, La Rioja. El 24 de marzo pasado el trabajo desembocó en un libro de 320 páginas: una hermosura conmovedora. Se llama madres y abuelas, así, con minúscula, en referencia a ese sesgo de entrecasa, y tiene unas páginas rosadas al comienzo y al final, que conectan con los paneles de la muestra. Leo Vaca, su nombre, no figura en la portada del libro, que puede descargarse aquí. http://conti.derhuman.jus.gov.ar/2023/07/abrazo-infinito-libro.pdf

“Si bien los dos paneles arman como cuatro caras, la idea es que no haya un sector distinto a otro, sino que sea como una misma agua, y que la recorrida pueda empezarse por cualquier lado –dice Leo Vaca–. Más que un relato hay una libre lectura, y cada historia se autocontiene: en definitiva son todos retratos de las madres y en cada caso hay una historia muy triste detrás. Esto es como mostrarlas desde un lado más luminoso, enfocar en las humanidades, por así decir”. Contra una pared, entre dos ventanales, hay una tela con una foto impresa, enorme, de un pañuelo. “Con todo lo que simboliza –dice Leo Vaca–. Es de una toma a Herenia de Sánchez Viamonte, al vuelo, mientras se lo estaba poniendo; la foto que le hice es vertical, y se ve su cara, pero después hice un reencuadre. Tuve en mi casa un tiempo, guardado, un pañuelo de Adelina Dematti de Alaye, una madre de La Plata que falleció: su hija, que es amiga, me lo prestó. Pero nunca pude rehacer la foto armada. De modo que todas las fotos son documentos lineales, literales, de mis encuentros con ellas. La foto del pañuelo de Herenia es también la foto de la portada del libro”.

Otilia Acuña de Elías

Leo Vaca cuenta mientras atiende la puesta a punto de la sala: la distribución de las luces, la altura a la que se colocarán los epígrafes. Al lado del pañuelo gigante hay una mesa chica y una vasija que hizo especialmente para la muestra y le regaló la ceramista platense Charo Perelli; cada semana pondrá allí un arreglo floral. “Las flores siempre estuvieron presentes, porque en cada visita yo le llevaba a cada madre un ramo –apunta–. Me gustó mucho la historia que me contó Haydée Gastelú, que en su balcón tenía un macetón con una estrelicia: se la había regalado su hijo para un día de la madre. Con esa planta, que da unas flores que parecen pájaros, ella hace hijos que regala: es una forma de seguir vinculada con su propio hijo”.

Este fotógrafo nació en La Plata y se siente platense: el próximo 6 de agosto cumplirá cincuenta años. Tenía veinte cuando se mudó a Buenos Aires para trabajar en Clarín; estuvo hasta 2011, cuando pasó a Infojús Noticias, un portal enfocado en lo judicial que fue arrasado nomás llegar el macrismo al poder. “Mientras estuve en Infojús trabajé mucho en la cobertura de juicios de lesa humanidad, cubrí las reapariciones de los nietos, hice varios ensayos sobre identidad, me vinculé más a fondo con las temáticas de derechos humanos –dice–. Trabajaba ahí cuando fotografié el papelito con la inscripción ‘Jorge Julio López’ que sostuvo durante un juicio el ex comisario Miguel Etchecolatz: tuvo que ver con el empeño y la vocación que teníamos para cubrir estas causas”. Cuando el portal fue cerrado quedó un poco en la lona en lo laboral y se dedicó a hacer arreglos florales. En la actualidad trabaja desde hace dos años en la agencia Télam: Leo Vaca es un fotógrafo de fabulosa sensibilidad.

Blanca Ávila de Vicente 

Para ese trabajo le resultó inspirador un proyecto del fotógrafo Julian Germain, a quien conoció durante un encuentro nacional de la Asociación de Reporteros Gráficos: se trata de For ever minute you are angry you lose sixty seconds of happiness. “Me conmovieron su forma de trabajar y ese libro –dice–. Es la historia de un viejito que encontró yendo a la cancha, al que le compró un ramito de romero: el hombre tenía una casa pintada de colores y vendía plantines que hacía en un invernáculo chiquito, lleno de rosas. El libro es eso, como un canto a la vida: yo sentía al verlo como el olor de esa casa. Un día caí en la cuenta de que los libros de fotografía que tenía en mi biblioteca eran casi todos oscuros, introspectivos, tristes. Y me dije: no tengo libros que me emocionen como una película, o que me hagan llorar. Y este libro de Julian me emocionó, capaz que por sentirme identificado con la naturaleza del viejito haciendo esas plantas en soledad, viudo, con el amor de esa mujer que ya no está pero está en esas plantas. Siento que ese libro fue una inspiración estética para encarar estas fotos, para mostrar la intimidad de estas viejitas que cuando vas a visitarlas te reciben con un café, o un pedazo de budín preparado por ellas mismas, una empanada. Me recibieron como si fuese un hijo o un nieto: es el abrazo infinito que yo he recibido. Haber estado esos ratos con ellas, haber registrado esos manteles, sus manos, sus recuerdos, fue algo realmente hermoso”.

Mientras visitaba a Delia Giovanola sonó el teléfono: era Diego Martín Ogando, su nieto recuperado en 2015, que había llegado desde Canadá, donde vive; tres horas después pasó por la casa de su abuela y pudo retratarlos juntos. Hay capítulos así, pero las historias de origen son devastadoras. “De una intensidad tremenda, porque son películas de terror –dice Leo Vaca–. Historias de una perversidad increíble. En algunos casos me iba caminando sin saber para dónde me iba, porque necesitaba perderme; ¿qué importa, para qué necesito volver rápido al hotel, si no hay dónde guardar lo que me acaban de contar? Faride, me fui de la casa de Faride Salim en Tucumán y no podía con mi existencia. A los pocos meses volví a la bienal y me encontré con su hija Gloria, para darle unas copias, y me dijo ‘mamá está muy mal, no creo que te pueda ver’. Pero esa noche me llamó y me invitó a almorzar: fue hermoso el cariño con el que me recibieron”.

Entre las retratadas están algunas de las madres y abuelas más conocidas: Nora Cortiñas, Tati Almeida, Estela Carlotto, Rosa Tarlovsky de Rosinblit. A Hebe de Bonafini la invitaron, pero no quiso formar parte del proyecto. Seis de las madres retratadas fallecieron. Escribe Marta Dillon, en el texto que acompaña la muestra: “En las arrugas de las manos, en la luz de las cocinas, las salas y los jardines, en las imágenes de cuando ser madre era todo promesa, en los rasgos ajados donde se puede advertir la herencia interrumpida de un hijo que sonríe para siempre en un registro de graduación, en el bordado de los pañuelos blancos; allí tal vez haya algo de respuesta para las preguntas del principio que recorren esta muestra: ¿cómo se teje la trama de la existencia en torno a un cuerpo ausente? Mientras, a la vez, se formulan otras: ¿quiénes seremos todes cuando las Madres ya no estén? ¿Dónde seguirán estando?”

Delia Giovanola (con el nieto abrazándola)

Este trabajo, cree Leo Vaca, será seguramente el más importante de su vida. ”Me siento muy afortunado de poder haber hecho esto –dice–. Es algo irrepetible. Un privilegio enorme”.

Un abrazo infinito se puede ver en el Centro Cultural Haroldo Conti, Av. Del Libertador 8151. De martes a jueves, de 13 a 19, y de viernes a domingos hasta las 21. Hasta el 16 de octubre. Gratis.