Las victorias electorales tonifican, congregan, generan de movida círculos virtuosos. Las derrotas desalientan, dispersan, sus primeras repercusiones son nocivas. De tendencias hablamos, existen excepciones o zonas grises. Los pronunciamientos populares de 1983, 2003, 2007 y 2015, entre tantos, son ejemplos que confirmaron la regla. El del domingo pasado pinta para serlo aunque es reciente y, por definición transitorio. 

El presidente Mauricio Macri y Cambiemos quedan mejor colocados que sus adversarios. Las rutinas democráticas reconfiguran los escenarios, esa es una de sus virtudes cardinales, más allá de cuánto complazcan o desagraden los resultados.

Muchos dirigentes y militantes del kirchnerismo, opina este cronista, subestimaron el impacto y las causas de su derrota en 2015. Se tentaron en demasía con las peripecias de las campañas o con las trayectorias de ciertos protagonistas. Las deserciones y transfugueadas vienen en combo con los retrocesos. Son previsibles aunque nada dispensa de responsabilidad y críticas a los chupamedias o aplaudidores que se convirtieron como por encanto en desertores… a condición de advertir que el fenómeno trasciende individualidades y debe ser explorado para paliarlo o revertirlo. 

La fruición por la anécdota obtura ver el bosque de los procesos políticos. Es un error, pensamos, explicar el advenimiento de Macri pensando solo en las limitaciones o carencias en la recta final del ex gobernador Daniel Scioli o del ex ministro Aníbal Fernández o en cualquier vicisitud de la competencia electoral. Tanto como atribuir el avance del rival exclusivamente haber engañado a la ciudadanía aunque, de nuevo, las mentiras e incumplimientos del oficialismo merecen ser señaladas y combatidas.

El Frente para la Victoria (FpV) redujo su caudal en alrededor de 20 puntos porcentuales entre las presidenciales de 2011 y las de “medio término” en 2013. El drenaje que se ratificó en la primera vuelta de 2015 distó de ser súbito: llevaba un recorrido histórico. Es pertinente y acaso necesario recordarlo ahora para quien quiera recalcular con miras a octubre y, más a fondo, al  horizonte de 2019.


Preferencias, clases e intereses: Los apoyos conseguidos por Cristina el domingo se dejan interpretar en términos territoriales y sociales, muy evidentes: implantación firme entre las personas y barriadas más humildes, en el Conurbano. Las encuestas previas sugerían algo más que, intuimos, confirmarán las bocas de urna o los sondeos por venir: hay un sesgo etario también. Las generaciones más jóvenes acompañan más a Unidad Ciudadana, los mayores de 60 a Cambiemos. Estos cortes no son uniformes ni absolutos, más vale. 

Los análisis basados en pertenencia o lealtad partidaria, seguramente, son insuficientes cuando están disminuyendo en la aldea global y en estos pagos. Sin negarlos de plano, atendemos más a las clases sociales que existen como las brujas del refrán. 

Asumir la racionalidad de todos los votantes es fundante en la cultura democrática: los pobres la tienen y saben lo que eligen. Los demás, también. Y la pirámide social es compleja, variable.

Regresemos a quienes migraron del aval al kirchnerismo cuatro años atrás. Un análisis simplificado, incompleto aunque lejos de ser falso, puede homologarlos a quienes votaron entonces al diputado Sergio Massa.

La base que éste interpeló se concentraba en Buenos Aires y en gran proporción en el mismo Conurbano. Quisieron apoyar a Cristina para presidenta porque aprobaban lo sucedido en los formidables gobiernos de Kirchner y de ella misma. A dos años, se distanciaron. Los factores subjetivos pueden ser múltiples, combinando rechazos estéticos, de estilos, costumbristas pongale. Se agregaban cuestionamientos basados en intereses propios, en circunstancias de sus vidas o entornos. La situación económica que había empeorado. Y, muy factible y lógicamente, estaban disconformes con políticas públicas con especial énfasis en el transporte, la seguridad, la educación. Un haz de intereses y demandas de un sector social ascendente que se describe como “clase media”, tal vez de modo apresurado. El recientemente fallecido Marco Aurelio García se interesó en los últimos años por sus símiles en Brasil. Entendía que la descripción era impropia, mecanicista, apegada a referencias del siglo veinte. Los caracterizaba como sectores de la clase trabajadora que habían ascendido, mejorando sus patrimonios y sus derechos bajo las presidencias de Lula da Silva y Dilma Rousseff. Pero que, en otro momento de sus trayectorias, proponían nuevos reclamos e interpelaciones. Actores sociales no contenidos en las descripciones del pasado así afuera reciente ni en las representaciones que acompañaron, apenas ayer.

Hoy en día se imaginan movidas para atraer (reconquistar) a massistas, randazzistas o peronistas que se alejaron del kirchnerismo. El peronismo tiene historia, las otras identidades son demasiado frescas para ser sólidas.


Construir el barco navegando: Alegar que dos tercios del electorado se pronunciaron contra Macri es un tópico del debate político, para nada novedoso. Se usó “contra” el FpV aun después de la rotunda victoria que llevó a Cristina por primera vez a la Casa Rosada, aupada por el 45 por ciento del padrón… y se supone rechazada por el 55 restante. El quid de la cuestión es que esa oposición (como la que ahora enfrenta a Macri) se expresaba fragmentada, sin liderazgos ni una fuerza política que las aglutinara.

Es posible que se produzca, más adelante, una reconstitución del peronismo o de un frente de centro izquierda que lo tenga como nave insignia. El breve intervalo entre dos votaciones enlazadas es mal momento: las fuerzas que podrían formarlo están abocadas a defender sus posiciones, lo que incluye un grado de enfrentamiento interno.

Los planteos de “unidad” o algo que se le parezca son, pues, prematuros sin dejar de ser sensatos, hasta imprescindibles. Los enriquecería preguntarse si no fueron excesivas las querellas internas, en especial en los dos años recientes. Se tipificó mal al macrismo, subestimando algunos su capacidad de dañar el tejido social y productivo. Otros, justipreciando despectivamente su solidez y resiliencia. 

Hasta octubre, las islas del archipiélago opositor atenderán su propio juego que comprende re-juntar más a ciudadanos que a la dirigencia generando referencias o polos de atracción para los sectores populares.


Buenos Aires, en el centro: Cristina Kirchner es con virtudes y defectos la más importante de los referentes opositores. Lejos. Ya “es” senadora, merced al veredicto popular, pero la puja por la primera minoría y la cantidad de votos que sume son cruciales para delinear e porvenir cercano, el único que percibimos los humanos de a pie.

Desde que dejó la presidencia, CFK optó por construir una nueva identidad política y de constituirse ella misma como una líder referencial, renunciando a conducir al conjunto del peronismo o reconstruirlo.

Esa táctica está en movimiento. Es opinable tanto como lo resuelto al negarle las internas a Florencio Randazzo. El juego electoral es bilardista: el resultado santifica o lapida a las tácticas las santifica. Mirando  hoy, parece haber sido un error no haber habilitado la primaria, que hubiera añadido votos a Unión Ciudadana y, ahora, sacado de la pista a un adversario. Tal vez en octubre consiga imantar una proporción alta de los votos que sacó su ex ministro… lo que rectificaría el juicio transitorio. 

A Randazzo le cabe elaborar si no pecó de narcisismo, falta de grandeza y errada percepción de su potencial.

El doble turno arranca con robusta “ventaja deportiva” para Cambiemos y, en segundo término, para los oficialismos municipales y provinciales, abarcando a los que perdieron el domingo. Tienen recursos o herramientas para convencer, seducir o interesar.

La disputa por la senaduría bonaerense continúa siendo esencial. La (in)conducta del macrismo lo corrobora, por si hiciera falta (ver nota aparte).  

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