Una de las injurias favoritas de los romanos era paedi-cabo te (“te daré por el culo”) y también irrumabo te (“haré que me la chupes”). para más data, tenemos  en el texto latino Anales XI 2, escrito por Tácito en el primer siglo d. C, a un personaje llamado Asiático que, acusado de afeminado, no pudo contenerse ante esta acusación de parte de un tal Suilio y le gritó: “Pregunta a tus hijos, Suilio, ellos confesarán que soy un hombre”.

Es sabido que los romanos heredaron de los griegos la idea de que un ciudadano tenía permitido tener sexo anal, pero solo si ejercido sobre aquellos considerados inferiores sociales los esclavos de ambos sexos. Lo escandaloso era que ciudadanos o personajes públicos adoptasen el papel pasivo, papel reservado a las mujeres y a los esclavos. Pero también tempranamente los egipcios, de los que tan pocos testimonios tenemos respecto de sus costumbres eróticas y sexuales, dejaron claro en uno de sus mitos fundacionales que ser pasivo era algo que reducía, que rebajaba el estatus divino, político y social (según cuenta la leyenda el dios Seth -mandatario del Alto Egipto- introdujo su miembro entre las nalgas del dios Horus -mandatario del Bajo Egipto- y al día siguiente dijo que ahora le correspondía ser gobernante de todo Egipto “pues Horus no es digno de él, porque lo monté”).

Esta larga tradición que denigra, menosprecia, se burla o insulta al “pasivo” en las relaciones sexuales se impuso como hegemónica en Occidente. Es la que en base al binomio activo/superior - pasivo inferior y plausible de ser dominado crea, recrea y resignifica a los géneros, regula y jerarquiza las diferencias sexuales y construye formas de amar, pensar y sentir ba-sadas en la misoginia, la homofobia y la reafirmación constante del falo y de la dominación masculina. Eso dentro y fuera de la heteronormatividad (valga entre tantos ejemplos el hecho de muchos hombres se privan de gozar del culo en una relación heterosexual basados en análogos prejuicios, mitos y falacias sociales).

En Por el culo. Políticas anales (2011), Javier Saéz y Sejo Carrascosa escribieron sobre la necesidad de analizar nuestras prácticas anales y reivindicar el orgullo pasivo como prerrogativa para subvertir el dispositivo de sexualidad en el que vivimos. Reivindicar el orgullo pasivo, señalan los autores, implica cuestionar los discursos, prácticas y actitudes machistas que realzan los valores del penetrador en desmedro de las valías y los dotes del penetrado. Dotar al culo y al que lo pone del orgullo que supone el placer que recibe pero también el que otorga. Reivindicar el placer “pasivo” incluye también el hecho desarrollar políticas sa-nitarias y políticas públicas que refuercen la autoestima para sacar al “pasivo” de ese recu-rrente lugar que lo coloca en la situación más desprotegida, más vulnerable y más propensa a ser víctima de situaciones de violencia o a contraer enfermedades de transmisión sexual. Como fue en el caso de “marica” o “rarito” reapropiados por la teoría queer, se hace necesario metamorfosear el término pasivo/a de insulto (incluso dentro de la comunidad gay) a orgullo.

Todo ello implica librar una batalla cultural que rompa con la tradición Egipto greco - romana fundante en Occidente y la creación de un nuevo paradigma cultural de orgullo y de elogio al “pasivo”. Se hará necesario entonces bucear en otros textos relegados por la moder-nidad antes de crear otros nuevos que nos den nuevas imágenes y nuevos proyectos. Será preciso remontarse al muchacho de Pergamo orgulloso de gozar de las delicias del sexo anal en Satiricón de Petronio; a las celebraciones anales masculinas de Pier Paolo Pasolini y de Joe Orton; a los poemas de Allen Ginsberg; al placer del argentino Tulio Carella ante las embestidas del muchacho King Kong en las playas ardientes de Bahía en su autobiografía Orgía; a la escena del marinero Querelle gimiendo y jadeando “como hembra” frente a los bombeos del brutal Norbert en la novela de Jean Genet, al mendigo chupapijas de la ficción homónima de Pablo Pérez.

Con la convicción de que nuevas imágenes culturales crean nuevas imágenes sociales y nue-vos proyectos se hará necesario instaurar una dictadura del pasivo antes de la revolución redentora que rompa definitivamente con el ridículo binomio activo - pasivo. Porque tal como advirtió Pedro Lemebel: “El ano culturalmente pasivo como la boca y la vagina se transforma en activo cuando succiona”.