Los incidentes provocados en Virginia (EEUU) por los racistas de Ku Klux Klan y neonazis son la expresión más obscena del exhibicionismo supremacista que tiene como objetivo brindar coartadas a políticas represivas, las que se aplican a diversos grupos, de norte a sur del continente.

Resultan grotescos los argumentos con los que estigmatizan a los afrodescendientes, a los pueblos originarios y a todos sectores que el capitalismo como sistema ubica en posición subalterna, de sometimiento desde hace mucho tiempo.

Lo cierto es que las prisiones de la potencia imperial del Norte y los corredores de la muerte están abarrotados de personas de origen latino, asiático, africano, y también de pueblos indígenas. Algunos son casos emblemáticos: Leonard Peltier, piel roja y libertario; Mumia Abu Jamal y muchos otros que enfrentan al sistema del capital mercancía, cuestión manifiesta en territorios apropiados por multimillonarios vernáculos y de diversas latitudes.

En la jornada de Charlottesville aparecieron las banderas del odio racista, dejando tres personas muertas y un tendal de heridos entre quienes los enfrentaron. Aparecen esas banderas también en esta región del mundo. La indiferencia se torna complicidad.

Las palabras del presidente D. Trump fueron un ambiguo mensaje que avaló la atrocidad de los hechos perpetrados por un sujeto que invocó a Hitler y exaltó el uso de armas químicas.

La emergencia racista no es más que una de las máscaras que encubren la lucha de clases y la perpetuación de privilegios.

En la genealogía del racismo siempre estuvo y está la ambición de dominar; de oprimir y de expoliar.

Ante todo esto, nunca el quietismo, la resignación ni la apatía. Siempre acciones solidarias de resistencia.

Carlos A. Solero 

Miembro de APDH Rosario