Después de semanas de especulaciones y en medio de un clima de tensión en la Casa Blanca, Donald Trump finalmente se apartó ayer de Steve Bannon, un provocador y polémico asesor estratégico presidencial.

Crítico virulento del “establishment” y de las “élites”, este hombre de 63 años, ex jefe del sitio web ultraconservador Breitbart News, fue señalado de ser un supremacista blanco y su presencia en la Casa Blanca generó controversia desde el principio.

Con su forma de actuar y pensar, Bannon reinvindicaba una ruptura con los políticos y con los usos y costumbres de Washington. Pero este hombre de cabellera gris y andar peculiar, que se describe a sí mismo como “un nacionalista económico”, no duró mucho más de seis meses en la administración de Trump.

“El jefe de gabinete de la Casa Blanca, John Kelly, y Steve Bannon, han acordado que el viernes sería el último día de Steve” en sus funciones, señaló ayer en un comunicado la portavoz del ejecutivo, Sarah Huckabee Sanders.

El estratega jefe se encargó de mantener a Trump comprometido con el discurso populista que lo alzó al poder y lo animó, entre otras cosas, a emitir su polémico veto migratorio contra los refugiados y ciertos inmigrantes musulmanes, y a retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático. De acuerdo con el diario The New York Times, Bannon estaba enfrentado con el nuevo jefe de gabinete de la Casa Blanca, John Kelly, quien advirtió de que no toleraría las maquinaciones en la sombra del estratega jefe.

A comienzos de la semana, el propio Trump había dado a entender que su consejero estaba en una mala posición. “A mí me gusta el señor Bannon, es un amigo. Es una persona de bien, no es un racista”, dijo Trump, para luego recordar que llegó “tarde” al equipo presidencial y lanzar: “Ya veremos que sucederá con el señor Bannon”.

Según reportes de medios, en las últimas semanas el asesor habría provocado la ira del presidente al propiciar innumerables filtraciones a los medios para dañar a facciones rivales dentro de la Casa Blanca.

La partida de Bannon, protagonista de la atípica campaña de Trump tras haber sido nombrado director general de la misma en agosto de 2016, permitirá también al nuevo secretario general de la Casa Blanca reafirmar un poco su poder. Kelly, general retirado del cuerpo de Marines, fue nombrado por Trump para poner orden en un equipo que da una impresión un poco caótica.

La partida del consejero se produce en medio de duros cuestionamientos a Trump, tanto de demócratas como de republicanos, por culpar por igual a supremacistas blancos y antirracistas de los disturbios en Charlottesville el pasado fin de semana, que dejaron una mujer muerta.

Bannon, es un antiguo banquero de Goldman Sachs que cuenta que creció en una familia obrera de tendencia demócrata y favorable a los sindicatos.

También dice que su profundo rechazo al “establishment” se remonta a un día en el que se dio cuenta que George W. Bush había hecho de la política el “mismo burdel que Jimmy Carter”. Deleitándose con la provocación, había proclamado “el nacimiento de un nuevo orden político y cuanto más se escandalicen las elites mediáticas, más poderoso será  ese nuevo orden político”.

En la primera entrevista concedida luego de su llegada a la Casa Blanca, afirmaba: “no soy un supremacista blanco, soy un nacionalista económico”.

Sus relaciones con el discreto yerno de Donald Trump, fueron notoriamente malas. La nominación como consejero presidencial, le valió las felicitaciones de la extrema derecha estadounidense, principalmente del ex líder del Ku Klux Klan, David Duke.

Desde su nominación en noviembre de 2016, el exdirector del controvertido sitio Breitbart, biblia virtual de la alt-right (derecha alternativa), gravitaba fuertemente en las decisiones tomadas por el ejecutivo estadounidense. Uno veía casi siempre a Bannon en el mismo recinto que Trump, discreto pero omnipresente, o incluso siguiendo al mandatario con aire aparentemente displicente.

Meses antes a la victoria de Trump, Bannon comenzó a imprimir su marca en la campaña, con sus posiciones populistas sobre un orden mundial controlado por élites políticas y financieras, enfrentado a las mayorías.

Una vez ganada la elección, una sorpresa a la que se asoció estrechamente su nombre, su nombramiento como consejero estratégico del presidente provocó críticas de asociaciones anti-racistas y de los demócratas.

Estos recordaron los innumerables artículos incendiarios publicados en Breitbart, rozando el anti-semitismo, alimentando la nostalgia por la bandera confederada o criticando la inmigración y el multiculturalismo.

“La extrema derecha racista y fascista está representada al borde del Salón Oval. Estados Unidos deberá  estar muy alerta”, había advertido en Twitter John Weaver, cercano al republicano moderado John Kasich.

Usualmente muy discreto en los medios de comunicación, Bannon una vez tomó la palabra con una virulencia que se le desconocía, y dijo durante una entrevista con el New York Times, que ese diario debía sentirse “humillado”. Luego calló. “Quiero que cites esto”, agregó, contento: “Los medios aquí son el partido de oposición, no comprenden este país”.