Isabel Zapata es mexicana, nació en el DF y vive hoy en esa misma ciudad. Vino a Buenos Aires a participar de la FED con la editorial Antílope que fundó en el 2015 con un grupo de cuatro amigas y un amigo, pero también a presentar los tres libros publicados en Argentina: Una Ballena es un país (Rosa Iceberg), un poemario que hilvana las maravillas de la naturaleza y nuestros pares vivientes, porque adhiriendo a Montaigne, como afirma en el prólogo, considerar a los animales inferiores a nosotros no solo es cruel, es ridículo. El segundo es Maneras de desaparecer (Editorial Excursiones), un conjunto de ensayos reunidos en la búsqueda de ir tras la respuesta de la inabarcable pregunta: dónde sigue latiendo aquello que desaparece, y la clave vuelve a ser la escritura en su oportunidad de asir y generar memoria. Y por último, In vitro (Editorial Excursiones), ya no una respuesta si no una pregunta abierta sobre la maternidad a través de su experiencia de haber buscado un embarazo, tenerlo, parir y ser madre de una niña.

Sos escritora, madre, licenciada en Ciencias Políticas, traductora, estás al frente de una editorial, también coordinas talleres enfocados en relatos sobre la maternidad. ¿Cómo te gusta que te presenten?

--No hay tal como ser escritora y ese es mi trabajo y ya. Hay un texto de Mariana Enríquez que publicó la revista de la Universidad de México que se llama “La Ansiedad”, donde cuenta que acá en Argentina la llamaban todo el tiempo para preguntarle qué pensaba de la pandemia, y ella responde, cómo qué pienso, nada. Hay en torno a la figura autoral un halo de respeto que se enaltece, como que puede responder sobre todos los temas, que podría parecer halagador pero en realidad es muy angustiante. Ser escritor/a es un oficio como cualquier otro. Me gusta la idea de ser editora porque siento que ahí está todo: la traducción, el cuidado, también la escritura porque es una labor creativa. Pero si me preguntan por mi identidad más arraigada, esa es la de lectora, porque podría dejar de editar, de escribir pero no podría dejar de leer.

El libro editado por Rosa Iceberg


Obsesiones, nodos a los que volver

Dice Zapata que siempre se escribe en torno a las mismas obsesiones y ella reconoce como propias el mundo animal, la maternidad, las pérdidas y la lectura. Si hay algo que aparece como una repetición generosa en su literatura es el caudal diverso de lecturas con arcos que van de Montagne a Susan Sontag, pasan por pares contemporáneos como Alejandro Zambra y continúa en una infinita biblioteca de nombres propios de narradoras/res, poetas y ensayistas. Sus textos están colmados de un mundo leído, sin que se perciba como exceso ni atente contra una voz propia. En esta misma entrevista también se le entreveran autores y lecturas a medida que reflexiona sobre las preguntas. Incluso cuando necesita descansar, ella lee: “vuelvo a mis poetas favoritos, que en cada lectura me dicen algo nuevo, Mary Oliver, Szymborska, José Watanabe”.

Un elemento que aparece de modo reiterado en tu literatura es el agua, ¿Es otra obsesión?

--Es de estas cosas chistosas que yo no planeé. Es el inconsciente operando por detrás, que al final tiene una lógica. Es una lectura que yo puedo ver, pero a posteriori. No me gusta el agua personalmente, como ir a nadar o ir al mar, pero me ha funcionado bien como una metáfora de lo que fluye, de lo que se estanca, de lo vacío o lo seco. Hay una autor mexicano amigo, Daniel Saldaña París, que en Aviones sobrevolando un monstruo cuenta que va a una librería que se había inundado, entonces tenían los libros divididos en los secos y los mojados. A partir de esta lectura, llevándolo a un nivel simbólico, pensé en que yo tengo libros secos o vacíos, Albercas vacías (Maneras de desaparecer) y libros vivos o mojados, que fluyen como los últimos, Una Ballena es un país e In vitro, más relacionados con la existencia, con lo que viene y con lo posible. Y luego también tengo un libro para niños que no está editado en Argentina, Tres animales que caben en el agua.

Literatura del yo, género, deseo y escritura

Cuenta la autora que cuando trabajaba sobre In vitro, por ejemplo, frente a la hoja en blanco, acompañada de sus notas en ningún momento pensó “tengo que ser puntual”, al escribir su proceso de maternidad. Dice que no todo lo que está en el libro sucedió exactamente así. Inventó momentos, dejó cosas de lado como la historia de pareja de esos años porque no era la historia que quería contar.

En relación a In vitro ¿Qué opinás sobre las discusiones actuales en torno a la llamada Literatura del Yo?

--Es complejo porque ahora mismo en México corre un tinte de menosprecio en relación a este género. Se debate sobre si es una literatura que se puede volver demasiado confesional, narcisista o autorreferencial. Como lectora me gusta mucho esta literatura: Annie Ernaux, Carrere, el mismo Montagne es pura literatura del yo, no solo autores contemporáneos se pueden leer bajo ese género. Fenómeno moderno no lo es en absoluto, si no qué lugar tiene Shonagon con El libro de la almohada. Me parece falaz la idea de que hay ficción y hay literatura autobiográfica. En la ficción hay mucha verdad y en la literatura del yo mucho de ficción. No creo en esta división: memorias, mentiras, imaginación. Todo es un revoltijo, porque incluso la memoria tiene mucha invención. Lo dice bien el poema de Machado: Se miente más de la cuenta/por falta de fantasía:/también la verdad se inventa. Y también la crítica está cruzada por las cuestiones de género: “las mujeres hablan de lo que les pasa a ellas, los varones de temas universales”, pues tampoco. La maternidad es de lo más universal que hay, más universal que la guerra. Todos hemos nacido de una mujer. Todos hemos nacido de una madre, y aunque no hayamos sido madres, todas cuidamos, todas hemos ejercido esas labores. Creo que a las mujeres les hace mucho daño esa idea de que sus historias no importan. O de qué no hay nada valioso en lo que escriben o que no es literatura. “Tu parto está muy bien, pero es para que se lo cuentes a tu amiga.” Los partos son de las cosas más emocionantes que pueda haber, son los relatos más alucinantes, está todo ahí, hay todo lo que se supone tiene que haber en la literatura: vida, muerte, peligro, miedo, emoción, dicha absoluta, absoluta destrucción del cuerpo. O sea, todos los elementos. Cómo no va a ser eso literatura, ¡por favor!

¿Dónde nace el deseo de ser madre y luego el de escribir In vitro?

--Me gusta partir de la idea del deseo. En muchas entrevistas presentan In Vitro como un libro sobre maternidad, y para mí es un libro que trata sobre el deseo. El deseo opera en muchos niveles, no existe solo el deseo de ser madre, sino el de cómo se constituye ese deseo. Me interesaba explorarlo a través de la escritura. De repente se me volvió un panorama tan complicado y yo sin embargo estaba ahí, y todo el tiempo me preguntaba por qué seguía ahí en ese paisaje hostil. Otra parte de mí se resistía porque era costoso en todos los sentidos, los efectos en mi relación de pareja, en mi cuerpo. Yo pensaba: voy a intentarlo hasta que mi deseo no esté vigente. Un poco en contraposición al discurso alrededor de los tratamientos de fertilidad de no dejar de intentar hasta lograrlo. De echarle lechaneganismo, como decimos en México. Y no funciona así, una puede bajarse de ese viaje. Y en términos estrictos en relación al tiempo de la escritura de In Vitro ha sido fundamental tener una red de mujeres para poder escribir, la abuela paterna, una tía. Yo no tengo familia directa, así que también cuento con mujeres que cuidan a mi hija en una relación profesional, a las que les he pagado para poder tener tiempo para escribir. Sé que es un privilegio que no todo el mundo tiene. Un privilegio en cuanto a confianza que se deposita en esas otras mujeres, en si se les puede pagar o no y también los propios hijxs. Mi niña que ahora tiene cuatro años es muy entregada, y si el otrx le cae bien, le ubica y le sigue. Esto también cuenta en mi balance de tiempo disponible. Así que hay un montón de cosas que se conjugan para que yo tenga el espacio para escribir. También soy muy organizada. Pero igual siempre es cuesta arriba para nosotras. La escuchaba decir ayer a Dolores Reyes en la presentación de Línea Negra de Jazmina Barrera (Editorial Almedía), que siempre es una lucha porque cosas más urgentes que escribir, siempre hay. Me gusta eso de Hebe Uhart sobre que solo se es escritora cando se escribe, y adhiero, pero a su vez al asumirme escritora, que esa es mi vocación y creérmela me ha permitido ir contracorriente y darme el tiempo para poder escribir. Cuando un escritor viaja solo o está en una feria nadie le pregunta dónde están sus hijos, a mí ahora todos me preguntan dónde quedó tu hija, con quién. Si no me la creyera, sería muy difícil para mí. Porque además escribir no siempre es escribir, a veces implica salir a dar una caminata de una hora, sentarse a tomar café con tu cuaderno de notas abierto. Ahí también se está gestando un libro y no hay que andar pidiendo permiso para gestar esos lugares.