En la Isla "La Invernada", donde el Paraná predomina destacando el verde que apacigua la modestia de los ranchos, Dante Libertini se estableció al huir de los horrores de la guerra. Había emplazado su rancho de manera tal que resistía las embestidas de las continuas crecientes. Dicen que era muy ingenioso pero reticente, dicen también que era un tanto hostil y rehuía el contacto con la gente, que lo apodó "El gringo de la invernada".

Tenía alrededor de cincuenta años cuando lo conocí en el ambiente de La boca del Tigre, de Cochabamba y Necochea, donde Dante obtenía un usufructo por los pescados con que surtía al bodegón. Solía sentarse en un rincón con la grapa a su alcance y solía escribir poesías en las servilletas de papel que tiraba, una vez escritas. Yo guardé una que llamó Oda Para Nada... Tanta agua que fluye desbordando las márgenes disímiles, surcada una de opulencia indiferente y otra que atestigua su pobreza tras el pudor que la precede. Un isleño nada tras de sí con el sentido que antecede la ilusoria prebenda de las aguas, probablemente para nada, porque nada justifica el rito reiterado que consuma en lodo y en tanta agua que fluye hacia la nada... Debieras sentir pena y sin embargo, surca tu pecho la impresión ambigua de navegar acompañado, porque miras a los costados de tu barca donde alboroza tanta gente y tanto, como... si nada...  Entonces, errabundo en el instante, se diluye tu presencia hacia el ocaso, anegando tu tiempo sobre el agua y hoy, el río es la oferencia de un tiempo ineluctable y  sólo tu renuencia, alerta en lo más hondo, la zozobra y el remanso de tus sueños, porque la muerte, como siempre, te acompaña.

En una oportunidad, una crecida del Paraná y la tormenta que arreció hasta la madrugada lo demoró hasta el amanecer. Yo era un adolescente que había obtenido de su parte un modesto estipendio por algunos servicios y sentí la obligación de hacerle compañía. Después de unas copas de grapa, se puso inusualmente locuaz y me contó su historia. "Yo nací en la ciudad antigua de Siracusa, donde nació la retórica y donde las lenguas occidentales heredaron algunas letras. Allí enseñó Platón, también Arquímedes. Toda la zona ha sido una colonia griega. Nápoles significa Neo‑polis... muchos heredaron el calcídico en vez del jónico y por eso decimos, voinos en lugar de oinos, para decir vino, averno en lugar de ahorno, para referir el lugar sin pájaros. Para nosotros, el averno es el lugar sin canto de los pájaros... un lugar donde es eterno el silencio... y enseguida agregó, como rememorando algo que modificaba un concepto: aunque el infierno está en cada uno de nosotros... En el cuarenta, muchos éramos partisanos y luchábamos contra los alemanes y contra los fascistas. Sicilia siempre fue arrasada por los extranjeros y eso determinó que sólo confiáramos en nuestras familias."Piénsalo dos veces antes de confiar en alguien que no sea de tu sangre", decían. Pero a veces, dijo... y en ese momento enmudeció y tardó un momento en recomponerse. Noté que tenía los ojos humedecidos y le tembló la voz, cuando retomó su relato: "Yo estaba enamorado de una muchacha, Francesca Donati, que se casó con mi hermano, Guido, por esas cuestiones que se arreglan entre familias. Sé que no fue feliz porque una noche ella huyó de la casa y mi hermano sólo lamentó su honor comprometido. El resentimiento que me había acosado durante esos meses, se disipó rápidamente y bastó una orden de mi padre para que hiciera causa común con mi hermano. A pesar del peligro de las circunstancias, nos dimos a buscarla. Nadie en el puerto la había visto, nadie por las callejuelas y los pasajes de Ortigia... Dimos por sentado que había retornado a Agrigento, pero fue inútil...Su familia no tenía noticias de ella. Para colmo, mediaba el 43 y el desembarco de los aliados remontaba el furor despiadado de la guerra multiplicando los combates, los fusilamientos callejeros, los huérfanos y las viudas... Acosados por los intensos bombardeos y la toma inminente de la ciudad, intenté persuadir a Guido para desistir de nuestro propósito. Lacónicamente me respondió: Nada puede ocurrirnos que no le ocurra a los demás, adversidad y muerte. Bastaba observar a nuestro alrededor para comprobar que era verdad. No sólo peleábamos contra los alemanes, sino contra las Facciones del Duce. Una urgente mañana de Julio, cuando todos en la ciudad nos retirábamos hacia el interior, vi a Francesca inmersa en un tumulto, acompañada por Ulito, un joven vecino de Agrigento. No me atreví a mencionarlo. Los vi sumarse a la multitud que se adelantaba, colapsando la carretera que debíamos seguir para encontrar refugio en algún pueblo de la campiña. Deliberadamente traté de retrasar nuestros pasos y absurdamente recordé unos versos del poema que mi padre nos hacía leer cuando éramos niños. "Sì che'l piè fermo sempre era ´l piû basso" Imposible trazar las peripecias de los pasos restantes. En una fila interminable, caminamos hasta el anochecer. Algunos se sentaronen círculos para compartir un trozo de pan, otros más osados robaron cultivos de las fincas cercanas. A la mañana siguiente, reanudamos la marcha, pero en las inmediaciones de Macchia nos sorprendió un contingente de camisas negras El enfrentamiento fue inmediato; algunos cayeron ante los primeros disparos, otros intentaron refugiarse en la espesura de un trigal. Todo era confusión, dispersión y caos, pero, imprevistos bajo el sol de Julio, Francesca y Ulito corrieron hacia un bosque lindero. Guido los vio y no vaciló en seguirlos. Un puñal guiaba su mano. Gritando enloquecido, me pidió que preparara mi rifle. En un cerco del bosque, Francesca y Ulito se detuvieron, aterrorizados. Traté de que mi hermano sopesara lo absurdo de la situación, pero el más insignificante de sus gestos no propendía a la cordura, su ira no guardaba una correspondencia con los movimientos habituales del cuerpo, que parecía haber emancipado el peso trágico de la existencia. Algo murmuró que no alcancé a desentrañar; sonaba amenazante, siniestro, incluso entre tanta desesperación y muerte. Un sólo ademán sesgó la vida del muchacho. Francesca enmudeció. Guido me miró con la tácita orden de dispararle... Y lo hice. Mi pobre hermano me siguió mirando con un resto de asombro, mientras caía en la tierra exhausta de tanta muerte... Lo demás es irreal, insignificante... Durante unos días deambulé sin sentido por el puerto de Mesina y unas semanas después, conseguí trabajo en un carguero, que se arriesgó hasta estas tierras que jamás dejaré...

Ya clareaba cuando salimos del bodegón para pispiar el cielo. El sur venía escampando y Dante regresaba a su isla; apenas levantó la mano para saludar y di por sentado que en unos días volvería.