Hace unos diez años, Coti Estevan encaró un revelador viaje hacia los confines de la Patagonia. Curiosa, se entreveró en largas conversaciones con personas mapuches. Fue su puerta de entrada a una cosmovisión que luego profundizaría, al punto de llamar Kaani a su flamante disco, en alusión al ritmo-danza ancestral sureño. “Busqué palabras en quechua, en toba, en comechingón, pero quedó esta que casualmente alude a una danza originaria bailada por cuatro hombres, cuya música es ejecutada por las mujeres”, es lo primero que dice la compositora, actriz, bailarina y cantante lírica oriunda de Unquillo, el pueblo de artistas de las sierras chicas cordobesas.

-¿Por qué remarcás con tanto énfasis el número cuatro?

- (risas) Pues porque es un número que para los pueblos mapuches simboliza todo lo relacionado con la naturaleza: los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos… y en este sentido, sin querer, muy simbólicamente, busqué integrar cuatro disciplinas artísticas: la música, la danza, la poesía y las artes visuales.

Impregna también al disco -que la cordobesa estrenará en Buenos Aires este sábado 19 de agosto a las 21 en el Espacio Tucumán (Suipacha 140) con una puesta de música, poesía y danza- la conmoción que generó en la cordobesa escuchar los cantos de Beatriz Pichi Malén. “Me resulta muy potente su forma de transmitir los saberes al pueblo, porque resuena muy fuertemente con mis búsquedas vinculadas a la voz y al cuerpo y con mi pensamiento filosófico sobre el mundo”.

En efecto, el paso inmediatamente anterior al disco fue la puesta escénica Kaani, Entramado de Raíces, que la polifuncional artista realizó para el Museo Jesuítico de Jesús María, en homenaje al Día de la Tierra y del Aborigen. “Buscaba con ella reflexionar sobre el vínculo ancestral de la humanidad con la naturaleza, tomando como inspiración las cosmovisiones de los pueblos originarios”, señala Estevan. “Y entonces sentí la necesidad de traer a la luz esas lenguas que tan profundamente expresan sus cosmovisiones, que con tantos años de estigmatización y persecución se fueron perdiendo en el silencio y, con ellas, mucho de la voz y expresión de estos pueblos”.

Kaani es la segunda obra solista de Estevan. De las doce piezas que lo pueblan, diez le pertenecen, y las dos restantes (“Oración del monte” y “Tierra mía”) son de su madre María Teresa Ruiz. Musicalmente sostiene a Coti el grupo ENtrama, mientras ella canta, baila, recita y toca la caja, en torno a mensajes que hablan de los ciclos de la vida, del vínculo con la naturaleza y del daño que produce vivir desconectados de la sabiduría que emana de ella. Sónicamente resalta la grabación con tecnología 8D, que genera un sonido envolvente, inmersivo, donde la estrella son los silenciosos ruidos tomados directamente de la naturaleza. 

“Me interesa conectar con un mensaje de conciencia sobre la forma en que vivimos y nos relacionamos con nuestro medio y con los demás: soy mi cuerpo, soy el otro, soy el mundo”, se planta la cordobesa nacida en las sierras chicas de Unquillo, hace 38 años. “Quiero decir que yo no tengo un cuerpo en el sentido de la posesión, sino que soy mi cuerpo. Por otro lado, con la obra intento expresar que somos resultado de un largo proceso de criollización, dado que nuestras raíces son un gran rizoma de culturas entremezcladas: la europea, la aborigen y la africana. De hecho, en la música busco reflejar este tapiz, este entretejido de culturas que hacen a lo que hoy somos”.

-¿Qué somos? No es fácil, en una sociedad tan ecléctica, dispersa y encontrada…

-Precisamente una hermosa mixtura, compleja y rica. Me interesa revalorizar cada hilo de este tejido y asumir el lugar que hoy me toca como descendiente española pero nacida en esta tierra, de reivindicar y dar luz a la sabiduría ancestral que ya existía aquí, que nos atraviesa y nos enriquece. Por eso convive chacarera con zamba, joropo, vidala, canción española y copla, además de lo sureño, claro.

-Entre las zambas, emerge “Tejedora de coplas”, y entre las chacareras, “Sueños en verde” ¿Cuáles son sus esencias?

-En el caso de la zamba, remite humildemente al querido Cuchi Leguizamón, de quien soy gran admiradora. La letra cuenta sobre una mujer conectada con los saberes de la tierra, que no sólo teje sonidos para hacer música sino que también es tejedora de lo sutil, de lo invisible y sanadora con sus cantos. Por eso la melodía juega entre grandes saltos de intervalos con lo que busco significar la unión del cielo con la tierra… lo espiritual y lo terrenal. “Sueño en verde”, por su parte, es una pequeña oda a la esperanza y a la vida. Verde es lo que vive en la semilla, el camino interno, el pañuelo de la lucha. Metáfora de búsquedas, la de la planta por nacer.

-¿Y en qué aspectos creés se manifiesta con mayor intensidad la influencia patagónica?

-En lo conceptual, en la cosmovisión, en la sabiduría ancestral originaria, donde todo está entrelazado como en la obra, porque somos la tierra, somos el otro, y somos el mundo.

-¿Qué tipo de inserción puede tener tu propuesta en los días raros y complejos que corren?

-Pretendo con ella resignificar esta realidad. El hecho artístico entendido como un todo donde confluyen diferentes disciplinas, precisamente tiene que ver con concebir este tejido de vida en el cual estamos inmersos. La pretensión es que la obra represente esta cosmovisión, no solo por el discurso, sino fundamentalmente por la vivencia de una experiencia que permita sentir en carne propia esta conexión. Me interesa reivindicar saberes ancestrales que me parecen tan valiosos y necesarios hoy en día.