Con intermitencia, aparece, desaparece y vuelve a aparecer el nombre de Vanessa Bell; a veces, con motivo de nuevas exhibiciones o libros que ponen en valor su legado pictórico; otras, la mayoría, como nota al pie de la biografía de su hermana, Virginia Woolf, una de las escritoras más brillantes y necesarias del siglo pasado. De Francia, un ejemplo reciente: hace poco se publicó Double V, ponderada novela de la escritora Laura Ulonati que se pone en los zapatos de Bell tras preguntarse cómo habrá sido tener a la autora de Orlando y Un cuarto propio como hermana menor, ser eclipsada por su genio, relegada -ya desde la tierna juventud- a un segundo plano. 

En un volumen que no se pretende estrictamente biográfico, se recrea la francesa en los posibles pensamientos non sanctos de la pintora, imaginando probables tiranteces con Virginia; sin desatender, claro, el costado tierno del vínculo, la franca estima y el mutuo apoyo. “Sentían una sincera admiración la una por la otra”, destaca Ulonati, que asimismo recuerda que, por su practicidad y sentido del deber, Woolf apodó a Vanessa “la Santa”, y anotó sobre ella: “Hasta que cumplió los quince años, era sobria y austera, la más confiable y siempre la mayor”.

Jóvenes Virginia y Vanessa

Círculos que cierran 

Muerta su madre y sumido su padre en el culto a la difunta, recae en Vanessa la obligación de ser cabeza de familia. Muerto el padre en 1904, las hermanas -Stephen, tal su apellido de solteras- finalmente se mudan al bohemio barrio de Bloomsbury, en Londres, donde va tomando forma su nueva, disruptiva familia. O sea, el Círculo de Bloomsbury, famoso grupo de artistas, filósofos e intelectuales de decisiva influencia en la vida cultural inglesa de principios del siglo XX, compuesto por luminarias que, como es harto sabido, cargaron contra las limitaciones victorianas, tanto morales como estéticas, plasmando su libertad de espíritu y pensamiento en variedad de campos: pintura y literatura, sí, pero también música, economía, artes aplicadas, sin olvidar la misma vida íntima… “Vivían en cuadrados, pintaban en círculos y amaban en triángulos”: así caracterizaría célebremente la siempre aguda Dorothy Parker a este grupo de amigos poco convencionales, que contó en sus filas con el economista John Maynard Keynes, los pintores Duncan Grant y Roger Fry, los críticos Clive Bell (esposo de Vanessa) y Leonard Woolf (marido de Virginia).

A la izquierda, The Other Room, pintura de fines de los 30s. A la derecha, portada de Mrs Dalloway diseñada por Bell, de 1925.

La historia sentimental de Vanessa, tantas veces relatada, es más colorida que muchos culebrones: en 1907 contrae nupcias con el mentado Bell, con quien mantiene una relación abierta. Tienen dos hijos y nunca se divorcian; y a pesar de dejar de vivir juntos hacia mediados de la década del 10, siguen siendo amigos cercanos. Ella toma varios amantes; Fry, entre ellos. Y ya luego al joven apuesto Grant, con quien se muda a la famosa casita de Charleston en 1918, donde colaboran artísticamente durante añares. No están solos en esta ya legendaria propiedad de Sussex, que decoran e intervienen de cabo a rabo: conviven con David Garnett, amante de Duncan. A pesar de sentir predilección por los varones, por cierto, Duncan Grant deja embarazada a Vanessa, y el epílogo de este berenjenal lo protagoniza la niña, Angélica, hija de ambos que, ya mayor, se enamora y se casa con Garnett; es decir, con el otrora filito de su padre biológico, “rival” sentimental de su madre.

Retrato de Virginia, por Vanessa, 1912


Referentes e influencias

Un detalle florido, en fin, en la biografía de una “mujer compleja”, “despiadadamente sincera” y “ferozmente independiente”, además de artista súper talentosa, como fuera descripta por la historiadora de arte británica Frances Spalding en su elogiado libro Vanessa Bell, de 1983, uno de los primeros y más completos trabajos centrados en la vida y obra de VB. En sus páginas, Spalding habla de la gran inteligencia y madurez de Bell, de su envidiable sentido del humor y manejo de la ironía, subrayando, por otra parte, cómo “en las pinturas naturalistas de sus años maduros, el mundo de las apariencias se reproduce con simpatía y sentimiento, nunca exagerado en pos de efectismo. El estado siempre es contemplativo, resultado de una tranquila concentración”.

Studland Beach, 1912, Vanessa Bell

Porque más allá de los romances, está la valiosa obra de quien estudiase en la Royal Academy of Arts en 1899, que tuvo un segundo despertar artístico en 1910 tras presenciar una exposición de arte postimpresionista. Cuadros de Cézanne, de Matisse, de Picasso tienen fuerte impacto en ella, que ve en ellos “la indicación de un camino posible, una liberación repentina, un estímulo para sentir por mí misma”, en sus palabras. Es esta exhibición la que, según dicen, le otorga a Vanessa Bell una especie de permiso para perseguir la línea y el color casi hasta el punto de la abstracción, en una etapa de experimentación que se adelanta a sus contemporáneos en Gran Bretaña. Incorpora, acorde a especialistas, las lecciones del fauvismo y el cubismo a sus bodegones y paisajes, o bien, superpone puras formas geométricas. Y aunque regresa a la figuración en 1915, el impacto de este período persiste, presente en la composición y el uso innovador del color de sus piezas posteriores.

Mrs St John Hutchinson, 1915. Vanessa Bell

Bell también fue innovadora en su intento por borrar las fronteras entre las bellas artes y las artes aplicadas, al codirigir junto a Fry y Grant “Omega Workshops”, cuyos productos modernistas iban desde muebles hasta vidrieras y mosaicos, así como textiles de tonos vibrantes que revelaban el disgusto de Vanessa por los sobrios diseños victorianos. Creó además las portadas originales de la mayoría de las novelas y ensayos de su hermana, capturando -en su estilo suelto, elíptico, sugerente- algo del ritmo de la prosa de Virginia…

Dicho lo dicho, acaso la última gran muestra en solitario dedicada a su obra haya sido Vanessa Bell (1879-1961), montada en 2017 por la Dulwich Picture Gallery, en Londres, cuyo equipo de curaduría aseveraba entonces que se trataba de “la primera retrospectiva de importancia” sobre la artista. Para la ocasión, presentaron más de cien piezas de su autoría, entre cuadros, papeles decorativos, cerámicas, textiles, las tapas de los libros de Woolf, entre otros trabajos que permitieron conocer las tantas facetas de Vanessa, que exploró el retrato, la naturaleza muerta, el paisaje; se movió con fluidez –como se ha dicho- entre las artes finas y aplicadas; estuvo a la vanguardia de sus contemporáneos al arrimarse a la abstracción…

Abstract Painting, 1914, Vanessa Bell

Un legado fascinante

La exhibición, en resumidas cuentas, recorrió su extensa trayectoria, desde sus tempranas pinturas como estudiante de la Royal Academy a comienzos de siglo XX hasta sus autorretratos finales, a poco de morir en el 1961, confirmando lo que, por esas fechas, decía la escritora e historiadora Virginia Nicholson, su nieta: “Al ser tan prolífica, su obra es dispar pero, en sus mejores momentos, mi abuela era capaz de conjugar grandeza y simplicidad en obras fascinantes”.

Por supuesto, desde entonces, ha habido otras -contadas- exposiciones que han recuperado parte de su obra, ya con cartel compartido. Tal el caso de la ambiciosa muestra en homenaje a Virginia Woolf que, hace un tiempo, se presentó en el Tate St. Ives, sucursal costera del museo londinense en Cornwall, con presencia de más de 80 artistas. O bien, una exhibición que amerita mención especial, From Omega to Charleston: The Art of Vanessa Bell and Duncan Grant, de 2018, donde el público inglés pudo ver por primera vez una serie deslumbrante y pionero, que se adelantó por décadas a la emblemática obra feminista Dinner Party, de Judy Chicago: un juego de platos pintados a mano por Bell y Grant con retratos de 50 imponentes mujeres de la Historia, como la poeta griega Safo, la reina egipcia Cleopatra, la bailarina rusa Anna Pavlova, la escritora Charlotte Brontë, la actriz Greta Garbo…

¿Por qué tanto Vanessa como su rica y variopinta obra siguen siendo relegadas al segundo plano?, le preguntaron hace un tiempo a su nieta. Y la teoría de Nicholson es simple: cree que persisten ciertos prejuicios que la ubican como “una mujer snob, elitista, que bebía champaña en su torre, algo que no podría ser más errado. Al final del día, todo se resume en qué espera la gente del arte: ¿busca enojo y protesta?, ¿o deleite por las virtudes cotidianas y los placeres de la sensualidad?”. 

Vanessa (Stephen) Bell pintando a Lady Robert Cecil, 1905