La historia de una excursión juvenil de fin de semana largo que sale horriblemente mal es el meollo de uno de los secretos mejor guardados de la novelística argentina. Elogiada por críticos de la talla de Beatriz Sarlo en su segunda edición por Mardulce, a veinte años de la primera, Las carnes se asan al aire libre fue uno de los primeros títulos de la Editorial Municipal de Rosario, fundada en 1992 y que su autor dirige desde 2008. Oscar Taborda venía explorando en la primera mitad de la década del '90 el paisaje fluvial del Paraná no sólo literalmente, en salidas con amigos a las islas que se encuentran en el límite entre Rosario y Victoria (años antes del puente), sino literariamente en sus lecturas y en su producción poética y narrativa.

En este sentido, un primer intento fallido de novela terminó convertido en un libro de poesía narrativa, elogiado por la exigente revista Diario de Poesía. 40 watts (1993, Libros de Tierra Firme) fue el precursor de su primera y hasta ahora única novela, publicada en 1996 y 2016. Las carnes se asan al aire libre puede leerse como un documento, narrado casi en tiempo real, de los ecosistemas naturales y humanos del brazo fluvial conocido como Paranacito (nombre que no está en el libro sino en un comentario tardío de su autor). La obra también parodia el documentalismo naturalista del siglo XIX. Una de las muchas lecturas de Taborda por entonces (aparte de la obvia influencia de Saer, y quizás de Haroldo Conti) fue El Tempe argentino, de Marcos Sastre. Y hay una novela dentro de la novela, basada en un libro cursi del que Taborda hoy sólo recuerda el título: Un romance en Rosario.

Las carnes... es a El Tempe... lo que la misa negra a la misa. Donde Sastre idealizaba al noble salvaje, Taborda describe al isleño como un "cuarto pasajero" con ecos del monstruoso "octavo pasajero" en el primer film de la saga Alien. Nacido en Rosario en 1959, Taborda pertenece a la primera generación de nativos televisivos y a la que quizás haya sido la última de lectores de novelas de aventuras. Al naturalismo mágico y romántico de Sastre, Taborda le opone malditismo y una extrañeza opaca donde la imaginación se fuga por los vericuetos fantásticos de la ciencia ficción, el terror, o géneros más realistas como el policial o la comedia negra. La espesa materialidad de lo real es redimida por espectralidades no menos sorprendentes pese a lo convencional. "El cocinero estaba muerto, la cuchilla mellada, los frascos con especias cubiertos de moho y un gato negro se paseaba sobre la mesada. Lo que equivale a presumir que quien hablaba, bajándose mientras tanto su damajuana de vino, había efectivamente salido de una burbuja venida de otra galaxia", escribe Taborda.

Situada en una genealogía mucho más prestigiosa hoy que Saer es un autor histórico y consagrado (o sea, muerto, pero con una obra más vigente que nunca); ambiciosa al extremo en una prosa que no se queda corta al respecto, Las carnes se asan al aire libre se puede ubicar en una misma sincronía junto con las primeras novelas de Pablo Gavazza o Patricia Suárez, o con poemarios objetivistas como El faro de Güereño, de Daniel García Helder y Rafael Bielsa. Se acerca a los poetas y se aleja de los prosistas mencionados en cuanto su estilo no hace concesiones populistas al coloquialismo, pero lleva al lector por los laberintos de una prosa erudita y tan meandrosa como su paisaje.