24 al 25 de julio

Doy clínica de obra a un poeta tucumano en una casa tomada. Juego con la gente de la casa a un juego que requiere de mucho cuidado porque el resultado será considerado una obra de arte. Uno de los presentes avisa por teléfono, no sé a quién, que yo me sumé al juego. Hay que colocar objetos en casilleros. Recuerdo un medallón que dejé arriba, en la planta alta de la casa, cuando hice mi propio recorrido de exploración. El poeta tiene uno igual y me lo muestra. El medallón tiene poderes y produce sus propios textos, legibles en su superficie. No subo a buscar el mío porque intuyo que estoy en un sueño y que el espacio me traicionará.

 

29 de julio

Mariano me manda la foto de un muerto. Se lo ve muerto, en un cajón. Mariano me invita a una performance en el teatro Príncipe de Asturias. No tengo idea de qué me está hablando.

    

1 de agosto

Doy clínica de obra a un poeta tucumano en Tucumán. Salgo al encuentro de Candelaria y de las contadoras de leyendas. En un alto en el camino, veo por televisión cómo un médico enseña a hacer resucitación. El ritmo del corazón, dice el médico, es el de la canción Staying Alive: un latido por segundo. La leyenda que les creo a las contadoras es la del duende bueno que sigue a un hombrecito tratando de ayudarlo. Nadie ganaría nada inventando un cuento así.

Llego a lo de Candelaria y el perro me abraza. Ella me pregunta si no estuve antes ahí.

Se apagan, solas, las luces. Vamos con las ofrendas a la apacheta excavada en el fondo del terreno en lo de Candelaria. Pao, la coplera, abre el espacio sagrado. Vibra el tambor. Vibran las voces. Doy un tuc‑tuc por segundo en la caja, que es el latido de la ceremonia, dice Pao. Pienso que Beat significa latido, y no pienso más. Hay que darle las ofrendas a la Madre Tierra, hablarle. La coplera cierra el espacio sagrado. Vuelven a encenderse, solas, las luces.

    

3 de agosto

Subo al cerro. Llego arriba al mediodía. Tienen razón los que dicen en el Tibet que el espacio es azul. Visto a partir de cierta altura, es azul. Dos burritos me siguen. El taxista me señala el lugar donde vio al espanto. "He visto a la Mujer Sentada. Ahí estaba", me asegura.

 

4 de agosto

Uno de los pájaros de Inés extiende un ala al verme. "Te está saludando", me dice Inés.

      

5 de agosto

Mariano sube al escenario en penumbras del teatro Príncipe de Asturias con un extraño objeto parecido a un perro, construido por el Negro Gómez. Mariano dice un texto y proyecta unas imágenes. Es su performance en homenaje al muerto de la foto. Los muertos no existen, dice uno de sus textos, rasgando la eternidad ilusoria que nos suelda a todos en el teatro. Es el único momento de extrañeza en una velada cálida. Todo lo que recuerdo de la performance es aquella sensación de extrañeza, la imagen borrosa de unas nubes rosas y esa frase final. Lo demás de esa noche es la superficie tibia de un cine luminoso y de una canción interminable.

      

7 al 8 de agosto

Estoy en la cima de una montaña en un día de sol y se me informa que mi tío Claudio tiene que resetearse y empezar de nuevo. Primero van a evaluarlo. Van midiéndolo en una escala de niveles. Aprueba el nivel básico. Si sólo aprueba este, significa que no ha aprendido nada de la vida que vivió. Pero las pruebas continúan y es aprobado en tres niveles más. Su nivel es cuatro. Hay niveles más altos adonde le será posible intentar llegar, paso a paso, en esta nueva etapa. Todo el tiempo lo acompaña un muy buen amigo, fuerte y sano, de su edad.

      

9 al 10 de agosto

A medida que subo un cerro, se me instruye en un rito para lograr la comunicación con los espíritus del lugar. Se me enseña que cada espíritu habita un área bien delimitada en lugar preciso en la montaña, con fronteras invisibles pero netas entre las zonas de dominio. Para lograr una buena comunicación con cada uno de los espíritus, debo reconocer las referencias que sirven de mojones a estos límites y mantener un ritmo de ascensión tal que al cerrar el rito dedicado a un espíritu abra el del siguiente, haciendo esto siempre justo en el borde entre los dos territorios. El rito tiene un componente autoerótico, que es de donde obtiene su energía.

 

10 al 11 de agosto

Viajo por el país con mínimo equipaje, mi pequeño bebé animal, una compañía teatral ambulante y una cuba cuadrada llena de veneno donde pienso suicidarme. Cuento esto último al público y alguien comenta que sería una muerte muy dolorosa. En una de las ciudades de provincia que visitamos, hay un bar con una terraza estilo parisino y mesitas redondas de metal. Sentado a una de ellas está Ernesto. Me alegro de verlo. Le muestro mi pequeño bebé animal y él lo estrangula con la intención de matarlo por asfixia. De inmediato se lo arrebato y lo revivo con una maniobra cardiorrespiratoria, mientras pienso en cuánto ha cambiado Ernesto desde aquello tan grave que le pasó. Mientras tanto, el veneno de la cuba se ha evaporado. Los actores la dan vuelta, transformándola así en un tablado. Los actores ambulantes y yo decidimos no transportarla más y dejársela de regalo como escenario a los actores del lugar.

      

11 de agosto

Mariano me escribe que recuerda una nota mía sobre otra performance suya, en el sótano de otro teatro, con el muerto de la foto. Yo no me acuerdo de nada y menos de haber escrito una nota. Pero empiezo a sospechar que el muerto del cajón aún estaba vivo en la foto.