Este año se conmemoran 150 años del nacimiento y 80 de la muerte de Serguei Rachmaninov. Una coincidencia de cifras redondas que, por el poder de persuasión del sistema decimal, habilita la posibilidad redescubrir la obra de uno de los grandes compositores y pianistas del siglo XIX expandido sobre el XX. Atento a la recurrencia, el Teatro Colón propone su Festival Rachmaninov, que tendrá sede en el Teatro Coliseo. Serán tres conciertos a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida en la ocasión por Srba Dinić, y la participación del pianista Nelson Goerner como solista.

La serie, que entre algunas obras sinfónicas tendrá su columna vertebral en los cuatro conciertos para piano y orquesta del compositor ruso, comenzará este sábado a las 20. El programa completo incluirá el Concierto para piano n°1 en Fa sostenido menor Op. 1 y el Concierto para piano n°4 en Sol menor Op. 40, además de la fantasía para orquesta La roca Op. 7. El festival continuará el sábado 23, con el Concierto para piano n°2 en Do menor Op. 18 y la Sinfonía n°2 en Mi menor Op.27, y finalizará el sábado 30, siempre en la sala de Marcelo T. de Alvear 1125, con el Concierto para piano n°3 en Re menor Op. 30 y las Danzas sinfónicas Op. 45.

“Es fascinante la experiencia de presentar los cuatro conciertos para piano y orquesta de Rachmaninov como un ciclo”, dice Goerner a Página/12 durante una pausa del ensayo con la Filarmónica. “Si bien no fueron compuestos con la idea de conformar un ciclo, la oportunidad de escucharlos juntos y en orden cronológico permitirá apreciar el trayecto creativo del compositor, la evolución de un lenguaje que un su devenir va incorporando cosas de cada época, atento al tiempo que le tocaba vivir”, continua el pianista argentino radicado desde hace décadas en Europa. Goerner recuerda que tocó los cuatro conciertos de Rachmaninov en un ciclo en 2002, en la ciudad alemana de Leipzig, y asegura que poder hacerlo ahora en Buenos Aires, “de alguna manera es cumplir un sueño”.

De Rusia a Estados Unidos

Serguéi Vasílievich Rajmáninov nació en 1873 –el 20 de marzo para el calendario Juliano o el 1 de abril para el Gregoriano–, en Semiónov, una ciudad de la Rusia central cercana a Nóvgorod y conocida por su gran producción de matrioskas. Murió a los 70 años, el 28 de marzo de 1943 en Bervely Hills, Estados Unidos. Tenía 44 años y consolidada fama de director, compositor y sobre todo concertista, cuando abandonó Rusia en 1917 para radicarse en Estados Unidos. Temerario para los pianistas por la dificultad técnica de sus obras y encantador para el público por la belleza de sus melodías, Rachmaninov fue de alguna manera el custodio de la tradición musical del siglo XIX, uno de los tardíos más poderosos del Romanticismo que avanzó sobre el siglo XX.

“Diría que Rachmaninov es el último de los grandes compositores pianistas, el punto culminante de esa línea que viene desde (Frederic) Chopin y (Franz) Liszt. Su obra engloba lo mejor de esa tradición y a la vez la renueva con un lenguaje de gran originalidad”, lo define Goerner. 

“Su música para piano revitaliza la tradición romántica. A pesar de plantear enormes dificultades técnicas, nunca deja de ser idiomática, de estar perfectamente ligadas al lenguaje del piano, que conocía mejor que nadie. Por esto Rachmaninov es un compositor de referencia, emblemático para los pianistas”.

“En mi caso fue una referencia desde que empecé a tocarlo, cuando tenía unos 17 años. Enseguida se convirtió en uno de los compositores con los que mantengo una relación, digamos, intensa. De hecho una de las primeras obras suyas que toqué fue precisamente el ‘Tercer concierto’, en la final del Concurso de Ginebra, en 1990. Desde entonces frecuento continuamente su música, la estudio y la vuelvo a estudiar”, agrega Goerner. En julio, en el Festival Argerich del Teatro Colón, eso se pudo comprobar: tocó con Martha Argerich la transcripción para dos pianos de las Danzas sinfónicas Op. 45, y junto a la Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Vasily Petrenko, dio una versión sobresaliente de las Variaciones sobre un tema de Paganini Op. 43.

–¿Cómo impactan estos conciertos, ordenados en un ciclo?

–Me parece interesante el contraste que se produce entre “El primero” y “El cuarto”, por ejemplo. Uno es originalísimo en su lenguaje pianístico, sobre todo si pensamos que sale de la pluma de un creador muy joven –el compositor tenía 17 años cuando compuso el primer movimiento y 18 cuando completó la obra–, que por sobre la frescura y espontaneidad da cuenta de una gran madurez compositiva. El otro señala el punto más alto en la búsqueda de novedades para su lenguaje. Mantiene el lirismo de los conciertos anteriores, pero con un lenguaje que va más allá, al punto que hacen falta varias audiciones para quererlo.

–En “El cuarto” el compositor iguala al pianista…

–Es muy interesante ver cómo en “El cuarto”, el compositor le otorga a la orquesta un rol tan importante como el del solista. Eso, desde el punto de vista de la interacción que se va creando entre la orquesta y el solista, lo convierte en el más complejo de los cuatro conciertos. Y a lo mejor “El tercero” sea el más difícil para el pianista desde el punto de vista técnico y expresivo, pero seguramente “El cuarto” presenta más exigencias en el aspecto concertante.

–¿Y “El segundo”?

–El segundo es el más famoso y también el más amado por la mayoría. Es el que el público adopta enseguida, desde la primera audición. "El segundo" es apreciado por la maravilla que representa, y además por esas melodías que parecen no terminar nunca, que por otra parte son muy amables, muy cercanas al oyente. Tiene una gran capacidad de conmover a la gente.