El zapato, como ninguna otra prenda, se amolda al contorno del pie de la persona en esa íntima simbiosis que perdura más allá del uso. “Te recuerdo Amanda, la calle mojada/ corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel…”, cantaba Yoyi para animar a sus compañeros mientras imaginaba un asado en el futuro para brindar por la vida. Zapatos, voces y olores prevalecerán en la performance La visita de las cinco en el Museo Sitio de Memoria ESMA (Libertador 8151), hoy a las 17, que en esta ocasión contará con la presencia de sobrevivientes de este ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio como Alfredo Ayala, Andrea Bello, Alejandro Clara, Ana María Soffiantini, Adriana Suzal, Ana Testa, Carlos Muñoz, Daniel Oviedo, Lidia Vieyra, Miriam Lewin, Ricardo Coquet, Víctor Basterra, Laura Reborati y José Orlando Miño, entre otros. El escritor Juan Forn los acompañará como cronista invitado.

“Volver a la ESMA, donde transcurrieron hechos tan tremendos, es un ejercicio de memoria doloroso pero imprescindible que me permite recordar a mis compañeros”, subraya Carlos Muñoz, que estuvo secuestrado en el predio desde el 21 de noviembre de 1978 hasta el 15 de febrero de 1980. “En ese lugar viví la peor etapa de mi vida, pero que hoy sea un sitio recuperado para que podamos transmitir los hechos horrorosos que sucedieron ahí lo transforma en otro espacio. Desde 2004, cuando Néstor Kirchner lo recuperó, se fue reconvirtiendo. Lo que antes era un espacio de desolación, de muerte, de tortura, de dolor, hoy se transformó en un sitio de memoria”. Muñoz dice a PáginaI12 que esta visita es “especial” por diferentes circunstancias. “Como ex detenido, significa reencontrarme con muchos compañeros a los cuales hace mucho que no veo. Vamos a homenajear a nuestros 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos. Nos preocupa la desaparición forzada de Santiago Maldonado, hace más de tres semanas que está desaparecido. Es una situación sumamente dolorosa porque pensamos que esto no nos iba a volver a pasar. Vamos a pedir muy fuerte la ‘Aparición con vida’ de Santiago y exigirle a este gobierno que dé toda la información necesaria para que se esclarezca el caso”.

Miriam Lewin, que acaba de publicar Skyvan. Aviones, pilotos y archivos secretos, una investigación sobre los “vuelos de la muerte”, confiesa que evita regresar al lugar donde estuvo secuestrada diez meses, entre marzo del 78 y principios del 79. “No sólo el Casino de Oficiales, sino el resto del predio me resultan lugares pesados, con un significado del que no me puedo despegar. Cada vez que tengo que ir a hacer un reconocimiento judicial o a participar de una charla termino con una sensación de cansancio y de agobio muy profundo”, reconoce la periodista. “Todos sentimos la responsabilidad histórica en esta coyuntura doblemente porque percibimos que hay una animosidad contra el movimiento de derechos humanos. Estábamos diciendo ‘Nunca más’ muy seguros de que esto no iba a volver a ocurrir y ahora hay una amenaza de que se repita. Y se ve no sólo en la desaparición de Santiago, sino en la demonización del desaparecido, cuando dicen que estaría vinculado con un movimiento guerrillero mapuche que tiene intenciones de apropiarse de la Patagonia. Esto de demonizar para justificar una desaparición ya lo hicieron los militares durante la dictadura”.

Muñoz y Lewin, junto al resto de los sobrevivientes, darán testimonios en primera persona durante La visita de las cinco. “Yo quiero contar la historia de un compañero que no es muy conocido, Sergio ‘Yoyi’ Martínez, un compañero de la juventud peronista de Trenque Lauquen que había sido secuestrado en Capital, trabajaba como taxista y era estudiante de teatro -recuerda Muñoz-. En las pocas oportunidades que teníamos para charlar y contarnos algunas cosas en ‘Capucha’, él siempre trató de que fuera con alegría: contaba chistes, cantaba canciones, se transformó en un referente en medio de esa oscuridad, de esa tristeza, del aislamiento y la tortura. El cantaba ‘Te recuerdo Amanda’, tenía una buena voz, y contaba chistes de campo que eran sumamente graciosos. El le hizo un poema a un amigo que fue secuestrado junto con él, Ricardo Frank. Yoyi había titulado ese poema ‘Al compañero’. La mitad de los que estábamos ahí, que en ese momento éramos aproximadamente unos sesenta, llorábamos. Yoyi nunca perdió el humor ni esa inocencia que tenía y que le hacía decir que el día que saliéramos nos íbamos a juntar todos en un asado para brindar por la vida… A Yoyi lo trasladaron y lo asesinaron en un ‘vuelo de la muerte’, a principios de marzo del 79”.

Lewin cuenta que en “Capucha” interactuó con muchos compañeros que después fueron asesinados. “Me acuerdo de Horacio Maggio, que había logrado fugarse de la ESMA y cuyo cuerpo acribillado fue exhibido a los que lo conocíamos. Todos los miércoles veíamos cómo se vaciaba ‘Capucha’: a la mañana nos llevaban a trabajar al sótano o a ‘La Pecera’ y cuando volvíamos de las quince personas que había antes de repente no quedaba ninguna. El peor golpe fue la partida de Patricia Roisinblit, la hija de Rosa, en cuyo parto estuve presente porque había sido compañera mía de militancia y me permitieron estar con ella. Saber que se la llevaban y nunca más íbamos a verla fue muy duro para mí”.

–¿Sabía en ese momento que los trasladados eran arrojados al mar?

–No. Yo haría un parangón con lo que pasaba con los judíos en los guetos, cuando eran deportados y les decían que iban a un lugar donde estarían mejor. No hubiéramos podido sobrevivir con la certeza de que todos los miércoles llamaban a los compañeros de una lista por sus números de caso, se los llevaba al sótano, se les inyectaba un tranquilizante y de ahí iban a un camión con la vista bloqueada. En ese camión los trasladaban a Aeroparque y los subían a los Electra y Skyvan que los llevaban a la muerte. Teníamos indicios, pero el instinto de supervivencia, que funciona muy vinculado a la negación, hacía que creyéramos que los bebés que nacían en la ESMA eran entregados a sus abuelos, porque quién se iba a atrever a hacer algo tan horrendo como apropiarse de un bebé como si se tratara de un gatito o un perrito. Nos podían matar, nos podían torturar, nos podían violar, se podían quedar con nuestros bienes, pero con nuestros hijos no. Otro indicio era el olor a desinfectante que quedaba en el sótano los días de traslado. Y también el hecho de encontrarnos con ropa en “El Pañol” que pertenecía a las personas que habían sido trasladadas. Si fulano tenía un solo par de zapatos, ¿cómo es que ese par de zapatos estaba ahí?