Es el primer día de algo parecido a unas vacaciones para Marilú Marini desde que llegó a Buenos Aires dos meses atrás, con una ajustada agenda de proyectos porteños. Dos la tenían como actriz y uno como directora, en nada menos que su debut en los comandos por fuera del escenario. ¡Qué picardía! podría decir alguien, siendo Marilú la gran actriz argentina en fuga, la que viene, brilla y luego se va dejándonos con ganas de más, qué lástima no verla arriba del escenario. Pero sería un error pensarlo así, porque basta ver en el Teatro Nacional Cervantes el Escritor fracasado que la tiene como directora, para notar cómo ese magnetismo también se trasunta a la pieza. Y ni qué hablar verla en el ensayo general dirigir desde primera fila, el modo en que también actúa silenciosamente, mueve las manos ondulantes o hace una tijera con las piernas muy tensas y de pronto murmura alguna indicación sólo audible para ese otro grande y brillante de la escena, Diego Velázquez. Unidos por una especie de corriente eléctrica que sólo ellos pueden percibir. 

Y éste es sólo el comienzo: Marilú en la mirada, en las ideas escénicas, utilizando toda la experiencia recabada en cinco décadas fatigando teatros en Buenos Aires y en Francia. Como actriz, claro. Pero también como espectadora, como lectora, como oyente y partícipe. Si Marilú es la enorme actriz que es, no hay duda de que es por la aguda inteligencia y sensibilidad que la han sostenido para hacer todos los saltos y cabriolas, todos los truenos y relámpagos que parecen salir de sus ojos y su voz cuando encarna los más raros personajes. Todos sus Copis, sus Genets nacen de esta mirada lúcida que desde hoy también podrá plasmarse en los hilos que tensan la escena desde afuera. 

A todo esto, en este momento se la puede ver actuando en Todas las canciones de amor, de Santiago Loza, con dirección de Alejandro Tantanian en el Paseo La Plaza.  Allí ella es una madre, una esposa de vestido acampanado de los años cincuenta. La historia de su vida es un poco la de muchas vidas, sembrada de recuerdos, sueños y canciones, sus canciones más íntimas: todas de amor. Y hasta hace muy poco también protagonizaba El día de una soñadora y otros momentos, un montaje de Pierre Maillet que reunía dos textos de Copi: su primera obra escrita en francés y Río de la Plata, suerte de prólogo autobiográfico de un libro inconcluso, en el que el escritor duda entre escribir en su lengua materna (la argentina) o en su lengua amante (la francesa). La puesta era un recital libre donde ambos textos se fundían en la actuación de Marilú. No era una evocación o un eco, sino más bien una presencia adentro de otra: Marilú Marini siendo Copi.

FRENTE AL MAR

La historia de Marilú Marini con el teatro porteño es conocida y tiene su puntapié inicial en el mítico Instituto Di Tella. Pero antes de eso hay otra historia menos conocida que es la de su infancia: hija de un padre italiano y una madre alemana, criada en Mar del Plata. Son muchos los recuerdos de esa ciudad marítima que perduran como un susurro hasta hoy. Ella lo cuenta así: “Me acompaña la sensación anímica que teñía mi infancia en los meses de invierno. Entre una melancolía y una intimidad en esa ciudad que se convertía, en esa época, en fantasmal. Esa visión de los chalets, la loma con las puertas y ventanas tapiadas por la gente que se iba, algo que se quedaba suspendido, vivo, pero muerto al mismo tiempo. Y la promesa de que todo iba a volver a funcionar y a tener la vitalidad del verano, me impregnó. Me acompaña el mar. Mi visión del mar, sola en la playa, con frío pero con sol. Esa cosa que te podía llevar a viajar en lo imaginario, no había límite. El límite era el horizonte.”

Uno podría pensar que el mar fue su primer escenario. “Crear imágenes, historias, que yo me contaba, o que ni siquiera me llegaba a decir en un discurso interno, sino más bien se formaban solas. Casi como intuiciones de un orden muy profundo. Hay situaciones que tengo en la vida y en el teatro en las cuales yo casi no reflexiono. Me dejo llevar. Y creo que esa intuición nace de esos momentos de introspección en mi infancia e incluso más atrás. Están en mi dibujo genético.” 

Marilú Marini se formó como bailarina y debutó en el Di Tella con el espectáculo Danse Bouquet, con Ana Kamien, en 1965. Allí realizó colaboraciones con distintos artistas plásticos como Juan Stoppani, Delia Cancela, Pablo Mesejean, Roberto Plate y Alfredo Arias, entre otros. Ese era su lugar de encuentro y allí la vio el director Roberto Villanueva, quien la invitó a actuar por primera vez. La obra en cuestion sería Ubu encadenado, probablemente la primera  puesta de Alfred Jarry que se hizo en la Argentina y que curiosamente –en tiempos de Onganía– no fue el clásico Ubú Rey, sino su secuela que tiene al panzón protagonista en la cárcel. Marini era Madre Ubú, personaje complejo, gracioso y cruel, como muchos de los que después haría en teatro y también en cine. 

¿De dónde vendría ese cariz agudo, malévolo e inquietante tan marcado?: “Creo que hay una energía, algo que forma parte de mí que tiene que ver con cierta herencia de mis padres que llegaron muy jóvenes desde Europa, con todo lo que eso significa como situacion de desarraigo, de disloque. El otro día trabajando con Diego Velázquez le contaba de mi Tante, la hermana de mi madre, que era veinte años mayor que ella y fue la que me crió. Ella siempre me contaba que en Prusia, durante el invierno, se hacían tareas colectivas en las casas, la gente se reunía para hacer las conservas, o sacar los canutos de las plumas de los gansos para los edredones, cosas así. Durante esas tareas colectivas, en las que esa familia se reunía, había alguien que contaba cuentos, siempre de terror. Historias terribles. Ella nunca me contó esas historias, pero ¡tenía una personalidad! Era muy severa, yo le tenía terror. En mi casa había un pasillo muy largo y cuando mis padres salían, yo me imaginaba que en el final estaba ella con un cuchillo para matarme. Seguramente sea el mundo de todos los niños, porque el terror es una cosa que también divierte. Pero quizás a mí más. Todo ese universo denso de la parte alemana está presente con distintas máscaras en todo lo que hago”.

UN HOMBRE POR ESTALLAR

Las colaboraciones con Roberto Villanueva continuaron, entre ellas una obra muy recordada que se hacía en un guardamuebles en la calle Sarmiento: Señorita Gloria. Allí interpretaba a una maestra de biología bastante espeluznante “que enseñaba las cosas de la vida”. A esto siguieron viajes, idas y venidas hasta que finalmente en 1975 Marilú se instaló definitivamente en Francia. Trabajó junto a Alfredo Arias, el Grupo Tse y con otros directores y espacios en obras como La mujer sentada de Copi, Los días felices de Beckett o Las criadas de Genet. Siempre autores ligados a la experimentación, al absurdo, con un palpable humor agrio y paradojal.

Ella cuenta: “Se ha dado. Y quizás es esa decisión más intuitiva. Hay algo que apunta hacia lo imaginario, lo lírico, lo desmesurado y tal vez lo muy íntimo que guía mis preferencias. También ocurre que la gente me ha visto hacer eso y se me llama un poco para hacer eso. No sé. Prefiero a Silvina Ocampo que a Laferrère, pero no, ¡Las de Barranco es una obra maravillosa! Aunque nadie me llame para hacerla”.

Pese a esa filiación más cercana a Florida que a Boedo, la obra que la tiene en este momento absolutamente tomada es la de Roberto Arlt. ¿Quién diría? Nadie en primera instancia la asociaría con este autor más ligado al lunfardo arrabalero, a los rufianes, el puerto, los baldíos y la lectura ensoñada de los cables. Pero así es. “El material me llegó por Diego, él quería montar ese texto. Y la que puso en marcha toda la maquinaria infernal de hacer una pieza en un teatro como el Nacional Cervantes fue Oria Puppo. A mí me interesó porque me gusta mucho Diego como actor y me interesaba trabajar con él. A Arlt lo había leído en mi juventud, aunque no es de los autores que me acompañan siempre.” Sin embargo, hubo un flashazo: “Fue leerlo y entrar en contacto con algo muy denso, muy fuerte, con respecto a la violencia de la energía que hay adentro de ese texto. Uno siente que el hombre que ha escrito eso está por estallar. Que hay un ciclón de permanente indignación, bronca, de deseo de hacer, de deseo de ser, como él dice, no una voz perfecta, sino la más perfecta”.

Marilú relata la famosa anécdota de la infancia de Roberto Arlt en la que su padre, para reprenderlo de alguna travesura, lo conmina a recibir su castigo recién al día siguiente a las nueve de la mañana. Antes que eso al pobre le toca atravesar toda una noche de ansiedad e hipótesis truculentas. “La indignación de Arlt frente a la mediocridad y la hipocresía del mundo seudo-intelectual y artístico, el mundo de la intelligentzia, de los supuestos detentores de la verdad y la belleza, estaba alimentada por una cosa que yo conocí bien y que es la exigencia desmedida. Su padre, que justamente era alemán, era un hombre de una gran severidad. Arlt nunca va a poder descansar tranquilo.”

Escritor fracasado es un relato que integra el libro El jorobadito (1933). Allí Arlt recrea, a través de una mirada sumamente irónica sobre el campo intelectual, la figura de este escritor que logró un éxito deslumbrante y nunca más pudo escribir una línea. Es una reflexión sobre la literatura, sus modos de circulación y el campo de relaciones muchas veces contaminadas, que integra. En la adaptación que hicieron para la escena, Marini y Velázquez vuelven a este relato aun más potente y chisporroteante: “Yo no quería caer en la imagen de Arlt destruido. Me parece que la amargura que hay en el texto ya está escrita, no hay que actuarla. Ese tipo es peor así. Pasea una elegancia que no tiene adentro. Y es por eso. Es un poco una caricatura de los hipster, esa gente para la que todo está bien, todo se soluciona, no te preocupes, todo va para adelante. Yo también pienso que en la vida hay que ir para adelante, pero no con esa liviandad.”

Velázquez construye un personaje que todo el tiempo parece estar en el pináculo de la felicidad, la hiperactividad y el entusiasmo, aunque éstas sólo sean tontas argucias para que su improductividad pase de-  sapercibida. Si sufre, logra ocultarlo muy bien: “Mi punto de vista con respecto al Escritor fracasado tuvo que ver con no quedarme con la imagen preestablecida de Arlt. Más allá de su escritura. Me parece que era un tipo buen mozo, con una elegancia notable, no es un depresivo. Él no era una trasposición de las imágenes que escribía. Sus imágenes, su literatura y su visión del mundo es fuerte, densa, de una vitalidad enorme. Algo de esto es lo que se ve en la escena.”

¿Cómo poner en escena un fracaso? ¿Cómo actualizar las ironías de Arlt sobre el mundillo en tiempos de una vacuidad llevada hasta ser el mismo zeitgeist de nuestra época? Burlarse de esa misma imposición de éxito es un modo de responder la pregunta.

Escritor fracasado se presenta los domingos, viernes y sábados a las 18 en el Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Todos las canciones de amor se presenta los jueves, viernes, sábados a las 20 y los domingos a las 19 en el Paseo La Plaza, Corrientes 1660.